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S. CUESTA
Sábado, 19 de diciembre 2020
El marco legal español regula y diferencia dos tipos de mazapán: el de Toledo y el de Soto. «Por reglamento, todo el que fabrica mazapán lo hace de un modo u otro», advierte Luis Marín, presidente de la Asociación de Fabricantes de Mazapán de La Rioja. «El mazapán de Soto es una denominación genérica y no puede llevar más que almendra y azúcar», explica marcando el primer punto de inflexión. Alude a un producto tradicional, riojano y omnipresente por estas fechas. Tal es el peso de su historia que es difícil encontrar el principio del hilo. «Sí sabemos que empieza en Soto», localiza el origen geográfico.
Después, la tradición llegó a Logroño, donde Marín actualmente administra El Soteño (desde 1928), una de las marcas de referencia en La Rioja, que siempre ha estado en la capital riojana. «Aquí somos cuatro», señala en alusión a las propuestas dulces de Hija de Felipe Romero, El Avión y Soto Segura, además de la suya propia, aunque «habría que contar también con las pequeñas confiterías que pueden hacer mazapanes durante estas fiestas».
«Estoy convencido de que en el 99,9% de cenas navideñas va a haber, además de otros productos, mazapán de Soto». Y en esa afirmación descubre la normalización de este producto riojano que, en parte, nos pertenece a todos cuando alcanzamos estas fechas. «Hay variaciones», destaca en honor al mazapán con chocolate: «Lo hacemos tres en La Rioja y me atrevería a decir que también en España».
«Este año ha ido a golpes», expresa como certero resumen de un 2020 ya a punto de bajar la persiana. «Ha sido un año de tristezas, pero creo que este año no nos vamos a privar de nada en alimentación. Dentro de las circunstancias, hay que celebrar», confía y sugiere para estos próximos días festivos.
Antonio García Cuadra es otro embajador del mazapán de Soto desde la fábrica Hija de Felipe Romero. «Data de 1901 y fue iniciada por Felipe Romero, descendiente de Soto en Cameros, y continuada por su hija. Nosotros mantenemos el espíritu original, haciendo casi todo a mano», presenta una oferta que incluye otros nombres ilustres. «Nuestra especialidad es el mazapán de Soto», pero la empresa ubicada en avenida de Burgos también prepara artesanalmente polvorones y dulzuras, y es responsable de los célebres riojanitos. «Mazapán que no pasa por el horno, por lo que es más jugoso, y está cubierto de chocolate», describe.
García Cuadra destaca la calidad y el origen de un dulce «muy típico en todo el Norte». El otro mazapán, el de Toledo, triunfa más en el Sur, Madrid incluido. «Básicamente, almendra y azúcar», hace hincapié en unas palabras que tintinean tras una conversación que deriva en la Casa Real –fueron proveedores oficiales en 1926–.
Pastelerías y establecimientos pequeños de Logroño, Haro y Lardero, además de Alcampo, venden los mazapanes de Soto Hija de Felipe Romero, así como el resto de artículos que comercializan. «Trabajamos todo el año, aunque no en grandes cantidades», incide de cara a no estacionalizar totalmente el producto.
La receta nació en Soto, como declara el apellido de este mazapán ante cualquier duda, y allí permanece activo el obrador de leña de los Redondo. Los mazapanes de Soto Viuda de Manuel Redondo son relevo intergeneracional. «Ahora mismo, estamos investigando la historia», comparte con ilusión –y en busca de certezas– Conchi Redondo, bisnieta del impulsor de la empresa, Juan de Dios Redondo. Ella y sus hermanos Jesús Manuel y Mari Mar –actual gerente– comparten y defienden el legado familiar.
«Lo que nos motiva para permanecer en Soto es el cariño y las ganas de seguir con la tradición», sale al quite con rapidez. No es decisión fugaz. «Se pone mucho mimo en hacer este producto y estás en contacto cercano con la gente, y me refiero a amigos, vecinos, gente del pueblo», valora. Estos mazapanes de Soto «no pisan las grandes superficies», sino que circulan en distancias cortas.
Conchi rememora una infancia hecha, en gran parte, de mazapán. «Salíamos de la escuela y ayudábamos... Recuerdo que los mayores me subían a un banco y me daban masa para hacer bolas», recorre algunos años muy felices. «Estábamos con las abuelas, que como mujeres que eran han estado siempre muy olvidadas en esta profesión, y recuerdo con tanto cariño las conversaciones...». Palabras envueltas en azúcar y almendra.
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