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Muchas cosas damos por válidas porque 'ha sido así toda la vida'. Con frecuencia, sin embargo, ese resulta ser el argumento menos válido. Hace unos días, de paseo por internet, me encontré con un tipo que defendía la necesidad de jamar solo una vez al ... día. El sujeto –que no le quiero llamar charlatán– sostenía que en la época de las cavernas el ser humano solo comía por la noche, cuando los hombres de la tribu regresaban con la caza y la compartían con el clan. ¡Cielos, la de ciencia que nos ha llovido desde entonces! ¡Pero qué esperanza de vida tenían los cavernícolas...! Bueno, al grano.
Lo que quiero decir con todo esto es que con el ejercicio y la comida ha pasado un poco de lo mismo. La tradición popular se ha venido equivocando y aun hoy damos por buenas cosas que no lo son. La actividad física no hay por qué practicarla en ayunas. Hay que comer cuando hay que comer y en cada ocasión lo que corresponde.
Como en este rincón de Jantour no nos dejamos mover por modas ni tendencias, sino por la evidencia científica (y el sentido común), lo que hemos hecho para salir de toda duda es consultar el asunto con dos especialistas. Son la profesora Sara Maldonado, responsable del programa de Ejercicio Físico del Centro Médico IMQ Amarica, de Vitoria; y la dietista y nutricionista Amaia Martioda. Aclaración previa: lo que sigue, como todo lo que contamos en este espacio, son recomendaciones generales, pensadas para personas sanas. Ante la menor duda –y ésta es una cuestión muy dada a ellas– consulte con un experto de verdad.
Dicho lo cual, lo primero que debe tenerse en cuenta antes de organizar el desayuno es el tipo de ejercicio que va a practicarse y su intensidad. No es lo mismo ir a caminar un rato que meterse una sesión de fuerza en el gimnasio.
Cuando hacemos deporte, el organismo busca la energía extra que precisa para afrontar ese esfuerzo de donde puede. O mejor dicho, de donde la hay. Si no se ha ingerido nada en las horas previas, ese combustible que necesita lo obtendrá de la grasa, que será lo único de lo que pueda echar mano. La fuerza que le proporcionan los ácidos grasos basta para afrontar un ejercicio de baja intensidad, como una caminata o una sesión de yoga o pilates, según detalla Sara Maldonado.
La cosa cambia si lo que se pretende es meterse una paliza con las pesas o la bicicleta. En ese caso, el almacén de grasa será insuficiente. Si no ha desayunado, el deportista correrá el riesgo de que le dé un bajón y se caiga redondo. Es la famosa pájara. Para afrontar 45 minutos (o más) de ejercicio intenso, más que ácidos grasos, el cuerpo necesita glucosa. Y ese 'chute' de azúcar solo se logra habiendo ingerido algo previamente.
Lo ideal es aportar al organismo antes del entrenamiento hidratos de carbono complejos y grasas de calidad. Los primeros, según detalla Martioda, pueden obtenerse de un pan integral de centeno y las segundas de un buen aceite de oliva virgen extra (AOVE) o un aguacate. Terminada la sesión de deporte, habría que completar la ingesta con algo de fruta –obligada en el desayuno– y proteínas: huevo, queso, pechuga de pollo o pavo, jamón cocido, también algo de frutos secos, quizás unas pocas almendras, que son fantásticas.
Si usted es de los que le gusta hacer algún día de ayuno intermitente, refuerce su última cena con hidratos de carbono de calidad. Dé al cuerpo lo que necesita.
Por mucho nuevo profeta que le asalte en el móvil, el desayuno es una comida importante, no lo dude. Lo es hasta el punto de que un reciente estudio internacional con participación española demostró que hacerlo después de las nueve de la mañana aumenta un 59% el riesgo de diabetes tipo 2. Siempre hay que desayunar y, con mayor razón, si se va a hacer deporte. Con el ejercicio no se juega. Con la comida, menos. Feliz semana.
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