Cocina casera tradicional en La Laurel

Cuatro de sus hijos, Óscar, César, Ricardo y Jonathan, han heredado de ellos su tenacidad, esfuerzo y pasión por la cocina y la hostelería. Y en 2004, cuando sus padres decidieron jubilarse, quisieron dar un paso más y comprar un local en la calle Laurel, que convirtieron en el Asador El Tahití, donde prima la cocina casera tradicional y una carta de vinos exclusivamente de Rioja, con más de 200 referencias, y donde el vino de autor cobra mayor relevancia con el paso de los años.

Dos hermanos se encargan del comedor, que tiene dos salas diferenciadas con cinco y nueve mesas, y otros dos trabajan en cocina. Todos ellos han sabido aprovechar la valía de su madre en los fogones, de la que han aprendido ese buen hacer. La base de la cocina en el Asador El Tahití es fruto de Juana. Solo trabajan con producto fresco y de temporada. Ahora, en otoño, apuestan por los boletus –salteados– y pimientos. Cuando llega la época de alcachofas, las convierten en protagonistas de sus platos, como antes hicieron con los espárragos naturales en primavera, de los que vendían siete u ocho kilos diarios.

Sin duda, una de las apuestas fuertes de este restaurante es la brasa. Todos los pescados y carnes se hacen ahí. Para el pescado, por ejemplo, abogan por la sencillez en el acompañamiento. Ajos, aceite y vinagre, al estilo Orio. Los chuletones, a la piedra. Priman lo casero, porque es lo que han visto siempre. Las ensaladas las preparan ellos mismos; las croquetas de puerros las elaboran siguiendo la receta de su madre. Lo mismo con el pastel de cabracho y la menestra –con las verduras rebozadas aparte, que es difícil encontrar en otro lado–. Son precisamente las verduras y su manera tradicional de prepararlas lo que invita a muchas personas a acudir a su establecimiento.

A lo largo de todos estos años, el restaurante ha ido evolucionando. Antes, reconocen, se trabajaba más la casquería o las elaboraciones con salsa. Ahora observan una evolución y quienes acuden a su local lo hacen también buscando las carnes y pescados a la brasa. Como el rodaballo, el producto estrella para los clientes del Asador El Tahití. La mejor escuela la han tenido en casa, con su madre, de la que han aprendido a hacer, por ejemplo, la base de los guisos; y el resto lo han ido adquiriendo de manera autodidacta. Como es el caso de las mahonesas que elaboran para condimentar, por ejemplo, el atún rojo o la tarrina de mi-cuit.

El objetivo de los cuatro hermanos, como anteriormente buscaban sus padres, es que el cliente se vaya satisfecho de su restaurante. Que tenga una experiencia completa, que incluye no solo la buena elaboración de los platos en la carta –en la que también encuentran postres caseros como tiramisú, panna cotta, tarta de queso al horno, milhojas de chocolate o flan–, sino también el servicio que prestan.

Han sabido conformar junto a sus cuatro empleadas una familia –llevan trabajando con ellas entre seis y doce años– y como tal se consultan las decisiones entre todos. Además, han sabido transmitirles esa pasión por la cocina y ese buen hacer, que termina por reflejarse en la atención sobresaliente en el comedor. Por eso priman una atención personalizada y de calidad para lograr que el cliente se vaya satisfecho del Asador El Tahití.