Lunes, 18 de enero 2021
Como también sucede con la cerveza y con excesiva frecuencia, no es fácil encontrar un café servido en perfectas condiciones. Aquí, a cada cual le sobrevolarán por la cabeza experiencias, personas y lugares propios para la mejor degustación; esos donde el café sabe a café. Y, por supuesto, también planean los peligros del aguachirri –aguachirle, recoge la RAE, para referirse a una bebida sin fuerza ni sustancia–, y el torrefacto –tostadura con azúcar para granos de baja calidad–. El uno y el otro son capaces de turbar cualquier regocijo.
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Al café le sientan de perlas la conversación y la compañía de un bocado generalmente dulce, ya sea una galleta, un bombón o una suculenta pieza de bollería. Son presentes habituales en algunas de las cafeterías y bares más concurridos de Logroño, detalles de alegría instantánea.
Tras las barras, ha habido y hay personajes honorables que han conseguido elevar el café a rito diario imprescindible. El siguiente paso es educar al consumidor del siglo XXI en la ingesta de nuevas variedades y sabores, haciéndole entender que un café especial tiene, como consecuencia, un precio especial.
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