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Melody salió despavorida del supermercado. Pagó su cartón de zumo, sus dos manzanas y la bandeja de filetes de pollo y corrió por la calle como alma que lleva el diablo hasta alcanzar el primer banco. Ya sentada, trató de calmarse, pero le costó quitarse ... de la mente aquella imagen tenebrosa, como de morgue animal, con bichos despellejados y casi irreconocibles de ojos rosados saltones y orejas recortadas tendidos sobre relucientes bandejas de acero. ¿Conejos? ¿Vendían conejos para comérselos? En los meses que llevaba viviendo en España había tenido otros choques culturales, pero ninguno le había afectado así. Al contrario, casi todo lo diferente que encontraba en su nuevo país de residencia le gustaba más que lo que había vivido en el suyo. La vida en la calle, las terrazas, la gente que se tomaba tiempo, el sabor de los tomates, el buen clima... por eso se asustó tanto. Por primera vez algo no encajaba con sus pensamientos de quedarse a vivir aquí, ahora que todo fluía y que ya entendía las conversaciones de los bares.
En aquel verano de 2015, Bugs Bunny acaba de cumplir 75 años. El conejo más famoso de los Estados Unidos de América llevaba divirtiendo y 'educando' a los niños de cinco generaciones, mostrándose como un ser astuto, extrovertido, locuelo y capaz de enfrentarse a todos y a todo, a ratos más humano que la mayor parte de sus vecinos de Ohio. Bugs parecía cualquier cosa menos un pedazo de comida. ¿Quién iba a querer comerse a un ser tan adorable, a una mascota de cara simpática? Al día siguiente se sentó ante el portátil mientras desayunaba y en pocos minutos, sin apenas teclear, descubrió que la palabra España proviene del fenicio Sphania, como estos conquistadores bautizaron a la Península Ibérica, debido al gran número de estos animales que en ella habitaban. Más tarde, los romanos la llamarían Hispania. Vamos, que el nombre de ese país que tanto adoraba se podía traducir como «el país de los conejos». En aquellas épocas bíblicas se sabía más de hambre que de mascotas, así que posiblemente estuviera bien presente en las cazuelas.
Melody siguió leyendo. Vino a dar con varias páginas que explicaban que la carne de Roger Rabbit, digo de conejo, se encontraba entre las más saludables y sostenibles. Aporta pocas calorías, tiene muchas proteínas del grupo B y E, más que cualquier otra carne. Vitaminas B1, B3, B6, B12 y muchas otras más. Esta última le pareció especialmente importante por cuanto su falta provoca degeneración de las células neuronales y anemia. Y así, siguió descubriendo que los muslitos de Tambor y sus primos son una de las proteínas más ecológicas y sostenibles del reino animal porque los dulces animalitos están listos para comer a los dos meses de nacer. Además, comen alfalfa, girasol, remolachas y otros vegetales fáciles de producir y con niveles bajos de consumo de agua.
Melody no cabía en si de sorpresa. La SENC, la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, recomienda tomar de tres a cuatro raciones de conejo por semana, especialmente los niños, personas mayores y grupos con necesidades proteicas elevadas, como las embarazadas y los deportistas, y está especialmente recomendado para personas con sobrepeso, hipertensión, colesterol alto, gota y con sistema digestivo delicado, como era su caso.
Antes de cerrar el portátil, Melody descubrió que los países mediterráneos y los asiáticos son grandes consumidores de los familiares del conejo blanco de Alicia. Cada habitante de Malta come casi nueve kilos al año de media y los italianos casi seis. Les encanta a los chinos, a los coreanos y también a los egipcios. ¿Será que este rechazo al conejo es un asunto propio de anglosajones? En España les gusta a los riojanos, navarros, catalanes, aragoneses y valencianos y no hay paella ortodoxa que se pueda elaborar sin él.
Con todo, lo más sorprendente, atendiendo a la racionalidad de su mente, es que con toda aquella retahíla de beneficios para la salud, a su precio razonable, a la historia, al recetario increíble que encontró disponible en todos los libros de cocina antiguos y modernos, previos y posteriores al descubrimiento al mundo de los valores de la dieta mediterránea por sus compatriotas Ancel Keys y su esposa Margaret (How to Eat Well and Stay Well. The Mediterranean Way, 1975), el consumo de conejo estuviera cayendo en picado en muchos países donde era común y tradicional, como España. Ninguno de sus amigos españoles le ponían conejo cuando la invitaban a sus casas. La mayoría no pasaban de la tortilla, el guacamole y la pizza.
Solo faltaban dos semanas para la nevada Navidad en Ohio y apenas una para su viaje anual a casa. La idea estuvo dando vueltas en su cabeza un par de días antes de pararse y determinar el camino. Aquella noche de campanillas, muérdago y acebos la sorpresa podía ser mayúscula. El puré de patatas y los pasteles salados no iban a escoltar a un pavo sino a una familia de conejos asados. ¿Se atrevería al final? Solo de pensarlo, de imaginarse a su tía Evelyn ante la imagen de la bandeja conejil, se moría de la risa.
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