Zíngaros debajo del puente
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Gitanos de paso en Logroño en 1935. Perseguidos durante siglos, siempre estigmatizados, temidos y admirados por igual, los romaníes ambulantes también vagaban por La RiojaJ. SAINZ
Domingo, 15 de agosto 2021, 02:00
Tierra de paso, La Rioja siempre fue camino abierto a los gitanos mientras fueron ambulantes. Y no siempre un camino amable para este pueblo condenado por el cielo a vagar permanentemente –según la leyenda de los clavos de Cristo, que solo uno de ellos accedió a forjar– y a no tener un techo sobre sus cabezas. De acá para allá con sus carromatos, acampando unos días a las afueras del pueblo y guarecidos bajo el puente, la llegada de gitanos constituyó hasta bien avanzado el siglo XX un acontecimiento exótico al que demasiado a menudo los vecinos y sus fuerzas vivas reaccionaron con un rechazo que se describe en dos palabras: racismo y xenofobia.
Viene de antiguo la represión en todo el país e incluso en el continente entero contra los llamados 'egipcianos', desde mucho antes incluso del exterminio propuesto por el riojano Marqués de la Ensenada mediante la separación forzosa de hombres y mujeres y las redadas masivas para ocupar las horcas o engrosar los bancos de galeras de la Corona, hasta el genocidio perpetrado por los nazis contra todos los considerados 'enemigos del estado' o 'indeseables', romaníes o gitanos incluidos junto a judíos, comunistas, socialistas, homosexuales y testigos de Jehová.
Pero incluso cuando no sufrían persecución oficial, los gitanos eran tratados como sujetos marginales, grupos inadaptados y temibles que a menudo servían de chivo expiatorio. Su mala prensa los tachaba de vagabundos y maleantes, de no tener oficio conocido, de ser ladrones y pedigüeños, de ser violentos y pendencieros, de hablar una jerigonza incomprensible, de no someterse a leyes ni religión, de practicar la brujería y traficar con pócimas y venenos, de robar a los niños a su paso y hasta de asarlos en sus hogueras... Esta estigmatización generaba todo tipo de prejuicios hacia ellos, y la llegada de una cuadrilla solía estar precedida de sospechas y su marcha de acusaciones, detenciones y castigos.
Lo cierto es que los gitanos destacaron siempre en los oficios relacionados con los metales y el trato con animales: eran tratantes de ganado, herreros y forjadores, caldereros, estañadores, cesteros, vendedores ambulantes de todo tipo de enseres, recolectores de temporada, afiladores de cuchillos, adiestradores de osos o de cabras, que eran menos peligrosas y mucho más baratas de alimentar, cantaores y bailaores incansables y lo mismo echaban la buenaventura que la maldición gitana.
En el primer tercio del siglo XX quedaban ya lejos aquellos tiempos en que los vecinos de un lugar se arremolinaban curiosos para contemplar el exotismo y habilidades circenses o quirománticas de aquellos primeros zíngaros de antaño. Los que no se habían avecindado ya en alguna de las principales localidades riojanas y seguían siendo itinerantes andaban siempre de paso en condiciones muy humildes, como los que retrata Loyola en 1935 acampados bajo del Puente de Hierro de Logroño.
No queda en esas imágenes ni rastro del romanticismo atribuido a los antiguos bohemios que vivían libres por los caminos y dormían bajo los estrellas. Lo que sí se aprecia es pobreza y, a pesar de ello, una hermosa dignidad, un descaro innato en las miradas y la alegría de vivir según la vieja usanza ya casi totalmente desaparecida del pueblo gitano.
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