Relicario del madrileño monasterio de la Encarnación, que conserva restos de 700 santos. óscar chamorro | Vídeo: Virginia Carrasco
Un plan para Todos los Santos

Las vitrinas del más allá

El relicario del monasterio de la Encarnación, en Madrid, conserva los restos de 700 santos, entre ellos la sangre de san Pantaleón. «Hay gente que se conmueve... y también hay quien se asusta»

Lunes, 31 de octubre 2022, 00:16

Hace tres años el conservador de un museo de Kioto arribó a Madrid para estudiar una bellísima arqueta de arte namban que ocupa una de las vitrinas del relicario del Monasterio de la Encarnación. Cuando el investigador japonés llegó a la puerta que da acceso ... a la sala mortuoria, se descalzó a modo de respeto y una vez dentro hizo una profunda reverencia ante las calaveras que le observaban tras los cristales de los armarios. Solo entonces preguntó a la guía que le acompañaba si le daba permiso para comenzar la tarea que le había llevado hasta ese magnético lugar. Esa guía era Leticia Sánchez, conservadora de Patrimonio Nacional y del propio monasterio, que aún recuerda el episodio que dejó pasmados a todos los que en ese momento se encontraban allí. «Aquel hombre sintió que entraba en un recinto sagrado y lo veneró a su manera», dice Leticia.

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Más de trece mil personas visitan cada año esta sala, sin duda la más impresionante del viejo cenobio fundado en 1611 por los reyes Felipe III y Margarita de Austria, y habitado en la actualidad por diez monjas de clausura (agustinas recoletas). El vetusto edificio se encuentra en pleno corazón de Madrid, pegado al edificio del Senado y a dos pasos del Palacio Real.

El relicario conserva huesos o efectos personales de san Agustín, santa Teresa de Jesús o san Ignacio de Loyola, y de Edith Stein, que murió en las cámaras de gas de Auschwitz

El relicario atesora los restos (huesos o efectos personales) de 700 santos, papas y grandes patriarcas del cristianismo, entre ellos santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola o san Agustín. Conserva cráneos, fémures, tibias, falanges... pero también pequeños fragmentos óseos de mártires de la Iglesia primitiva recuperados de las catacumbas romanas, así como de santas más contemporáneas como Edith Stein, (Teresa Benedicta de la Cruz, de nombre religioso), carmelita descalza alemana de origen judío detenida por la Gestapo e internada en el campo de exterminio nazi de Auschwitz, donde murió en la cámara de gas en 1942.

Pero el que más llama la atención es el relicario de san Pantaleón, cuya sangre, contenida en una pequeña ampolla, se licúa en la iglesia adyacente cada 27 de julio. «Vienen muchos peregrinos rusos a verla porque allí le tienen mucha devoción», cuenta Felipe Martínez, guía del monasterio que certifica que este año, como dicta la tradición, también se ha licuado. «Hay quien tiene la creencia de que si la sangre no se hace líquida en su día, o se licúa fuera de esa fecha va a ocurrir una catástrofe, pero hasta donde se sabe siempre se ha licuado el 27 de julio», detalla Felipe, que es testigo de la cara de asombro de los turistas cuando acceden al relicario. «Está muy bien decorado y no es nada siniestro, aunque también ha habido visitantes que se han asustado», desliza.

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Y, claro, en un lugar con la muerte tan presente siempre hay quien ve efectos paranormales en algún rincón y en este caso los ha hallado en una pequeña hornacina de vidrio que conserva varias osamentas. Situada en la parte más alta, su portezuela está desencajada e impide cerrar la acristalada alacena. A medida que pasan las semanas, la abertura se va haciendo más y más grande hasta que alguien la vuelve a colocar en su sitio y vuelta a empezar… Pero por mucho que les expliquen que es un problema del cierre, hay gente empeñada en atribuirlo «a la mano de los espíritus».

Con forma de brazo

Estos días de Halloween quizás resuciten esa parte más morbosa del relicario, pero en absoluto puede eclipsar su indudable interés histórico-artístico.

A los visitantes les impresiona la perfecta disposición en los armarios de las arcas de ébano y cofres de bronce dorado que contienen los restos óseos y enseres personales de los mártires, las llamadas «reliquias por contacto», objetos que han sido tocados por el santo o le han pertenecido, como un trocito de tela de una túnica o el cordón de un hábito.

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La lipsanoteca (así también se llaman estos lugares) guarda un total de 670 relicarios con tallas de madera policromada, marfil y aleabastro, medallas, rosarios… Hay vistosos relicarios con forma de brazo o de mano, que suelen contener húmeros, radios o metacarpos, estuches con cráneos enteros (o los llamados cascos relicarios con la 'tapa' de la calavera), cofrecillos con diminutos trozos de hueso... y arquetas namban japonesas del siglo XVII, como la que vino a analizar aquel respetable conservador de Kioto cuyo gesto tanto conmovió a Leticia.

«Ha ocupado siempre el mismo sitio sin alteraciones. Ves el mueble que guarda las reliquias y el mueble es tal cual lo vio la primera comunidad de religiosas hace 400 años»

leticia sánchez

Conservadora de Patrimonio Nacional y del Real Monasterio de la Encarnación

La variedad de colores y formas de las arcas, el cúmulo de cajas, su propia disposición a lo largo de la sala, así como la presencia de restos tan nítidos (a veces solo una pequeña pieza, pero otras un lote entero de huesos) convierten este evocador y enigmático espacio en la joya de la Encarnación. «Desde luego es el lugar que la gente más recuerda», señala Felipe Martínez, que guía a los visitantes por el claustro, las capillas, el coro y otros espacios del monasterio en recorridos de una hora de duración (la entrada en general cuesta seis euros) y que incluye la explicación de lienzos surgidos de los pinceles de Vicente Carducho, José de Ribera o Bernardino Luini.

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El santuario, situado justamente a la espalda del altar mayor de la iglesia, responde al deseo de la Casa de Austria de levantar espacios sagrados destinados a custodiar las reliquias rescatadas de los Santos Lugares (como las catacumbas romanas) y de la Europa de la reforma luterana. Desde principios del siglo XVII hasta nuestros días, la Encarnación ha ido recibiendo reliquias guardadas en sus correspondientes estuches, labrados en maderas nobles, metales preciosos, marfiles, cristales, nácares o corales.

La sala está recorrida por una serie de armarios y vitrinas, y pequeñas alacenas y hornacinas con puertas acristaladas. La estructura está circundada por una cornisa sobre la que se apoyan los llamados bustos relicarios hechos de madera tallada y policromada durante la primera mitad del siglo XVII. El techo es obra de Carducho y en el centro destaca un gran óvalo que representa la Trinidad.

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«Este es uno de los relicarios más completos de España en el sentido de que conserva la originalidad y el número de piezas y las trazas desde la fundación del monasterio, con nulas alteraciones y ocupando el mismo sitio. Ves el mueble y el mueble es tal cual lo vio la primera comunidad de religiosas hace 400 años. No ha tenido ninguna alteración, y al margen de lo religioso, su valor cultural y artístico es muy importante. Y además es visitable todo el año», destaca la conservadora Leticia Sánchez.

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