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Julián Leal, el héroe de 'Nadie en esta tierra', es un inspector de policía en Barcelona al que, a sus 41 años, le acaban de diagnosticar un cáncer de riñón que limita sus expectativas de vida. Para colmo, le han abierto un expediente que le ... suspende de empleo y sueldo por propinar una paliza al sospechoso de un delito de abusos a menores. En ese difícil contexto decide volver al pueblo gallego que abandonó tres décadas atrás, a la edad de once años, de un modo traumático después de perder a su familia y de ver su casa incendiada.
A ese calamitoso cuadro se añade el reencuentro con un pasado no exento de oscuridades; con una realidad social marcada por el tráfico de drogas; con unos antiguos amigos que guardan feos secretos, y con una serie de asesinatos que empiezan a producirse tras su llegada y que lo señalan como principal sospechoso. Por si no fuera suficiente, tiene un encarnizado enemigo en Barcelona: el comisario Heredia, un tipo ambicioso, resentido y sin escrúpulos que le tiene ganas desde hace años.
A Víctor del Árbol le gusta echar leña al fuego narrativo. Uno de los rasgos que han definido su trayectoria literaria es el de una audacia que no repara en gastos a la hora de introducir elementos dramáticos en sus argumentos, si bien resulta obligada la existencia de alguna ventana por la que puedan escapar sus protagonistas cuando parecen totalmente cercados. En este caso, la ventana es Virginia, la compañera y amiga de Julián Leal, que cree en su inocencia y que le acompañará en su arriesgada investigación aunque tendrá que enfrentarse a momentos difíciles que pondrán esa misma lealtad a prueba. Virginia tiene, a su vez, una historia personal de enfrentamiento con su propio padre por negarse a seguir las directrices que este deseaba imponerle.
En cuanto al esquema puramente técnico, la novela se mueve entre dos tiempos que hacen del vaivén analéptico un recurrente recurso narrativo. Por un lado está el tiempo de un presente que se sitúa en 2005; por otro, el tiempo de un pasado que retrotrae la acción tres décadas. A ese vaivén se suma el de la combinación de la tercera persona con la primera y la segunda en los diferentes tramos narrativos que se alternan en el libro. Y se añade también un atrevido planteamiento como es el de hacer hablar al asesino desde las primera páginas confesándonos su culpa aunque ocultándonos su nombre. De este modo la tensión no se centra en descubrir al culpable sino en la ciertamente lograda peripecia del personaje central en la demostración de su inocencia.
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