Un verano sofocante

La acción transcurre en 1976, en una región agrícola de Suiza, en pleno verano, con un calor achicharrante y con un campo que padece una pertinaz sequía. Gus (Luc Bruchez) tiene trece años y disfruta del tórrido verano a su manera. Ayuda en lo que puede en la granja de sus padres. Tiene idealizada a su madre (Laetitia Casta) y comienza a tener un hormigueo por las chicas. Ojea revistas pornográficas y se hace una idea del entusiasmo que le sobreviene cuando ve las fotos. De vez en cuando pasa el rato con una amiga y vecina.

El estío es una época para jugar y divertirse. Aunque hay tensión en la explotación agraria y ganadera familiar por los inconvenientes derivados de las altas temperaturas, Gus intenta mantenerse al margen disfrutando de sus paseos en bicicleta y observando como los adultos se afanan por enfrentarse a los problemas cotidianos y laborales.

La película describe a ojos de un niño un mundo que parecería perfecto si no fuera porque la terrible canícula altera la lógica evolución de las cosechas, arruinándolas y provocando el desánimo y crispación entre sus padres. No será el único. Otro nubarrón inesperado va producir un socavón en la moral de Gus. La visita de una amiga de su madre, una guapa y sonriente mujer, se incorpora a su monotonía y va a proponer un juego misterioso y sensual, muy escandaloso e inadmisible para su tierna edad. Sobre un cielo ardoroso que echa fuego, en tiempos de azotes de la naturaleza, cuando el matrimonio y sus hijos deben remar en la misma dirección y mantener un equilibrio para evitar el colapso, la figura, en este caso, de una extraña no sólo resquebraja lo aparentemente sólido sino que invita a penetrar en territorios prohibidos, llenos de goce y satisfacción, pero demoledores cuando eres testigo de una relación para la que no estás preparado ni tienes coartadas para entenderla.

Para Gus su madre es un ser tierno, generoso, maravilloso e impoluto. Alguien que tiene que estar con su padre y nadie más. Sin embargo el que tenía que ser un verano azul luminoso y resplandeciente se torna oscuro y repelente. Nada va a ser igual y el tormento y desdicha que padece le empujará a ver a su inocente y bonita amiga como alguien que de repente es enemiga, porque rabioso y ofuscado otorga a las niñas un papel perverso hasta que su madurez le permita testar los hechos con una miras menos estrictas y más abiertas.