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Los finales de temporada siempre han sido para Diego Urdiales los meses de placer, los de alcanzar el clímax con la rotundidad del triunfo. Meses de gozo para él y todos, porque nuestro disfrute en la plaza es fruto de que su toreo fluya; de ... su firmeza delante de la cara del toro y de la consolidación de las faenas. Con Bilbao solía explosionar la temporada y a partir de ahí fluía en perfil alto. Pero esta vez, con la ausencia de la capital vasca en el último tramo de agosto en su periplo, el año del diestro de Arnedo ha roto esta vez en Valladolid, donde en la tarde de este sábado cortó tres orejas y salió a hombros tras una tarde magistral.
Cuando cayó su primero sin puntilla asomaron los dos pañuelos. Diego Urdiales recibía las dos orejas que le aseguraban ya la puerta grande. Había vibrado Valladolid con su toreo, de perfecto trazo en una faena compacta. Se tiró a matar con una verdad incuestionable; con la misma que había lidiado al animal de Toros de Cortés. Le llevó bonito a la verónica en el saludo, el toro tuvo movilidad y repetía, y después quitó por chicuelinas. Lo debió ver claro Urdiales y le brindó al maestro vallisoletano Roberto Domínguez. Tuvo ligazón la obra, además de gusto en la ejecución del toreo por ambos pitones, pero por la diestra alcanzó plenitud. Toreó con la figura vertical y las zapatillas atornilladas a la arena; su toreo exquisito esta vez con un toro colaborador que metía bien la cara en el embroque y viajaba largo. Dos buenas tandas fluyeron también por el pitón zurdo, que calaron fuerte. Faena rotunda que rebosó arte, sentimiento y gusto.
Diego no es de esos toreros de conformar fácil y a los que le importen las estadísticas. Su compromiso suele ser firme cada vez en la que se viste de luces y salió decidido a superarse con un cuarto que no se lo puso nada fácil desde el inicio. Esta vez el toro, encastadito y exigente, iba herrado con el hierro de Victoriano del Río. Lo cuajó perfecto al natural, tras brindar al público, bajándole la mano y colocándose en esos terrenos comprometidos que le hacen a uno que la sangre le hierva y en los que todo está en juego. La faena fue de compromiso y apuesta máxima, en las que aguantó cada derrote impávido. No le fue sencillo dominarlo, exigía una barbaridad, tenía recorrido, pero salía con la carita alta y soltándola, e incluso tendía a meterse, pero trató de templar unas embestidas que tenían picante. Fue a más el animal e intentó cerrar con un naturales a pies juntos, que rubricó con un toreo de remates clásicos de factura cara. Se fue tras la espada que entró hasta las cintas, pero necesitó hacer uso del descabelló y paseó un trofeo.
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