X-Men '97

También es como el verano que montamos una cabaña en la higuera y solo podían subir los que supieran la contraseña. Como la primera vez que entramos en la Librería Flash, con papá, y aspiramos el aire tan fuerte que el aroma de los tebeos apilados se quedó incrustado en el borde del cerebro para siempre. Como cuando recorríamos los pasillos del videoclub con la esperanza de que la cinta de 'Spider-Man: el desafío del dragón' no estuviera pillada, por mucho que supiéramos que siempre estaba pillada. Como encender por primera vez la Super Nintendo y escuchar el tintineo del 'Super Mario World', el mismo que ahora fascina a mis hijos.

Y, sin duda, es como cuando salíamos corriendo al recreo para jugar y nos imaginábamos como personajes de un cómic que nunca existió, con poderes que escogíamos después de una larga conversación en la que la personalidad de cada uno se dejaba ver: el que quería volar, el que quería fuerza, el que quería ser invisible... Así me siento, digo, cuando veo 'X-Men '97.