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Podría parecer una parodia sin más. Un chascarrillo de las cosas que nos rodean: el poder de las grandes empresas, los guiones escritos con algoritmos, la política comprada al mejor postor... Todo eso está en 'The Boys', con una brutalidad visceral. Muy visceral. En todas las temporadas hay varias escenas que hacen que te rías nervioso al tiempo que te tapas la cara para mirar de reojo, así, como si el mero hecho de verlo te hiciera participe del asunto. En esta última temporada, si no me equivoco, la primera vez que hay uno de estos momentos es en el capítulo dos, cuando, bueno, cuando el hombre múltiple está, en fin, bah, para qué les voy a contar...
Esta orgía de la barbarie es divertida. O, al menos, a mí me divierte. Es tan, tan, tan excesiva que nadie podría tomársela en serio. Sin embargo, creo que es la serie que mejor ha explicado la situación política
actual. Y no me refiero a la de los políticos, sino a la de la gente de la calle. Los protagonistas de 'The Boys' llegan a una convención de terraplanistas, antivacunas y demás conspiranoias. Está abarrotada de
gente. Hay una chica con poderes, Firecracker, que se dedica a compartir todo tipo de bulos y a alimentar cualquier indicio de paranoia.
Los argumentos de Firecracker son atractivos: no quieren que se sepa la verdad, los medios están comprados, quieren romper nuestro modo de vida... pero lo que cuenta, como ella bien sabe, es todo
mentira. Sus millones de seguidores, sin embargo, quieren creer en esas mentiras. ¿Por qué? Porque están hasta las narices de problemas enormes que no afectan a su día a día. Porque se sienten desatendidos y eso les hace agarrarse al que lleva la contraria. Aunque mienta y lo sepan. Porque, al menos, va contra los de siempre. Qué miedo.
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