No sé cuándo ver un documental gastronómico. Si es a la hora del vermú, me entran ganas de adelantar la hora de comer; si es a media tarde, miro la cocina con los ojillos del gato de 'Shrek'. Después de la comida, tampoco es una ... buena idea. Ha sido el último experimento horario. Mi hija mayor, fan de los programas de cocina y pinche de fin de semana en casa, me convenció para ver en ese momento 'Chef's Table', esa serie documental de Netflix que desde hace siete años muestra las ideas culinarias y las peripecias vitales de algunos de los cocineros más importantes del mundo. Han sido seis temporadas (con una temática de pastelería) más una dedicada a los cocineros franceses, otra a la barbacoa. La última es para la pizza.

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Ella creía, pobre, que no nos iba a dar hambre ver esas jugosas creaciones salir de los hornos de leña, observar a cámara lenta cómo caen los ingredientes más inverosímiles junto a los más comunes sobre la masa hecha con cariño y con un grano seleccionado por el maestro pizzero. Soltamos algún «¿cómo le pone eso?» cuando el cocinero mostraba combinaciones inverosímiles y sorprendentes. Unas imágenes cuidadas con mimo. Es marca de la casa: conseguir que te interese el cocinero en cuestión aunque te sitúes en las antípodas culinarias.

Es mérito de los productores David Gelb y Brian McGinn, que han conseguido durante todas estas temporadas mostrar todo el trabajo que hay detrás de cada creación, cómo los cocineros buscan el producto, se alían con ganaderos y agricultores y los problemas del negocio. Los seis pizzeros (tres estadounidenses, dos italianos y uno japonés) enseñan sus raíces, las personas que más les influyeron en su cocina y el camino, muchas veces tortuoso, hasta la cima.

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