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Javier Bragado
Jueves, 15 de junio 2017, 02:00
Antes de que se cumpliese el ecuador del siglo XX había unas reuniones en el Magdalen College de la Universidad de Oxford que marcarían el desarrollo de la literatura hasta un siglo posterior. Dos de los ilustres aspirantes a escritores que solían sentarse a departir ... eran C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, quienes formaban parte de aquel círculo llamado 'Inklings'. De aquellas conversaciones y debates nacerían algunas de las vías principales para la construcción de los universos de sus obras, pero también modificarían sus concepciones sobre la vida.
Tolkien había sido convertido al catolicismo por voluntad de su madre -aunque de familia baptista- y Lewis había abandonado la fe durante su adolescencia. Durante aquellos intercambios ambos lograron influenciarse mutuamente. Así, Tolkien logró devolver a su amigo a las vías de la religión, aunque este prefiriera abrazar el anglicanismo. En sus obras literarias se plasmó en 'El señor de los anillos', una obra que el propio autor señala como «una obra fundamentalmente religiosa y católica», al hilo de una suerte de Antiguo Testamento en las mitologías escandinavas. Lewis, modificó de manera progresiva sus focos de atención hasta convertir alegoría de base griegas en relatos con moralejas cristianas como 'Mientras no tengamos rostro'.
No obstante, no sólo los relatos fantásticos se sivieron de las revisiones religiosas. Las distopías y ucronías de la edad de oro de la ciencia ficción tomaron algunas de esos atractivos elementos para la narración, aunque con fines distintos a la 'Utopía' de Tomás Moro siglos atrás (1516). Uno de los más destacados escritores que eligió la reinterpretación de antiguos credos fue Frank Herbert, el periodista que llamó la atención con 'Dune' en un mundo que llamaba la atención de la ecología en 1965 y que bebía de las raíces árabes para construir su mesías, el Muad'Dib.
De aquellos primeros pasos han surgido derivados audiovisuales que han incidido más o menos en la vertiente religiosa. Pero ha sido en al segunda década del siglo XXI cuando el fervor contemporáneo ha permitido recuperar otras inspiraciones para nuevos testamentos. Uno de ellos es el hilado por Margaret Atwood en 'El cuento de la criada', premio Arthur C. Clarke en 1985, que ha sido rescatada para la serie 'The Handmaid's Tale' de HBO. En la obra literaria el puritanismo rige la sociedad -inspirado en 'Los cuentos de Canterbury' del inglés Geoffrey Chaucer y en los tiempos de la 'Ley Seca' de Estados Unidos'-. Una vez concluida su primera temporada en emisión, la serie demuestra que prosigue la senda de Gilead, ese lugar secreto de la Biblia. Una sequía de tintes apocalípticos, nuevas ceremonias litúrgicas, la reescritura de citas sagradas y unas singulares reglas a modo de mandamientos conforman una neorreligión que aplasta a las anteriores y que ha esculpido episodios con una asombrosa mezcla literaria y audiovisual con el nuevo credo como un personaje más.
Desde un punto de partida distinto, otras recreaciones religiosas han aparecido en las pantallas para las historias de ficción. En 'The Leftovers' su primera temporada rocía como un aspersor diferentes sectas y cultos que compiten con los credos tradicionales. Más tarde, ahonda en la idea del mesías y se inunda con un diluvio de referencias a todos los testamentos, con rebautizamientos de localidades incluidos como el que erige 'Miracle' (Milagro). Años antes, el guionista había concluido otra serie anterior ('Perdidos') con una visión cristiana para cerrar una narración fantástica que concluía con una lucha sobre el bien y el mal entre dos hermanos. En 'Carnivàle' la misma lucha se servía con el metodismo de por medio y en 'True Detective' las charlas en el automóvil de la primera temporada enganchan dos diferentes modos de percibir el cosmos en la profundidad del 'country' estadounidense.
No son las únicas series de gran envergadura que han querido acercarse a las posibilidades de las liturgias y los creyentes. La serie más pirateada de la historia, 'Juego de Tronos', exploró diferentes cultos gracias a sus diferentes familias y tribus hasta que explotó el fervor religioso con el ascenso de 'los gorriones' al poder de una de sus principales fuerzas. George R. R. Martin, quien siempre ha reconocido su deuda con Tolkien, observó las posibilidades de unos personajes puritanos y rigurosos como los de 'El cuento de la criada' para enfrentarlos a la perdición y decadencia. Se repiten pecados, mensajes, acusaciones, 'desviaciones', delaciones y lapidaciones para construir la realidad de una neorreligión que sirve de espejo y motor para sus historias. En 'Battlestar Galactica' los 'cylons' insistieron con una visión monoteísta y profunda de la religión contra los politeístas que habría interesado a Tolkien, Lewis y Herbert.
Gracias a esas neorreligiones se han formado grandes ejércitos de fanáticos o 'lobos solitarios' para los que no se necesita construir una excusa para su comportamiento en ficciones más cercanas a la realidad. No hay un posicionamiento político, sino más bien un rosario de directrices que seguir a pies juntillas para lograr la salvación. Sólo así se puede conseguir que un patriota como Nicholas Brody no necesite el 'síndrome de Estocolmo' para sostener su transformación en yihadista en 'Homeland'. Cuando Rustin Cohle intenta echarle algo en cara al malvado de la primera 'True Detective' el insulto es «nihilista».
Así, los predicadores han nutrido las pantallas de todo el mundo en los últimos años. John Locke trató de manejar los hilos de los descarriados con su sonrisa y calma, el comandante Fred Waterford ayuda a instaurar una sociedad recta y varada que responda a los llamados de Dios para que cesen los castigos, el pastor Matt Jamison intenta responder a las dudas y cuestionamientos de los que no partieron y el Septón Supremo impone penitencias y confesiones con escarnio público con aparente candidez. A ellos se oponen agnósticos, escépticos y ateos en otra suerte de discusiones en que las disputas filosóficas, morales o simplemente sobre el poder nutren las series como otro ingrediente más de pelea. No es nada nuevo. «Entré al cristianismo pateando y gritando», repetía el converso C. S. Lewis. Pero así bendicen su éxito porque introducen otra pieza de discusión en público y un factor reconocible en privado para un espectador que se ha encadenado las nuevas historias con viejas raíces.
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