Una de las 62 imágenes que se exponen en el Jardín Botánico de Madrid hasta marzo Chema Madoz

Los trampantojos naturales de Chema Madoz

El fotógrafo, un eficaz y juguetón cultivador de paradojas, reúne sus poéticas imágenes inspiradas por la naturaleza / Sus «descolocantes» fotos «rehacen el mundo con conexiones raras y bellas», según el escritor Bernardo Atxaga

Jueves, 12 de diciembre 2019, 18:00

En el mundo de Chema Madoz una cordillera cabe en una maleta y un océano en un cajón. Las nubes copan los árboles y en sus hojas muertas y ramas secas se escriben novelas y melodías. Para este juguetón cultivador de paradojas existen las arañas pianistas, los cactus de piedra y las telarañas de letras. Son algunas de las poéticas y seductoras imágenes del fotógrafo, un ilusionista que juega con nuestra percepción estimulando la imaginación y desafiando a la lógica y negando el azar.

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Madoz (Madrid, 1958) reúne 62 de sus poderosas paradojas visuales en 'La naturaleza de las cosas', la muestra que el Pabellón Villanueva del Jardín Botánico de Madrid acoge hasta marzo próximo. Es un repaso por la singular obra de este eficaz creador de mundos en la que ha buceado Oliva María Rubio, comisaria de la exposición que ha buscado esas insólitas asociaciones de inspiración surrealista y relacionadas con la naturaleza creadas entre 1982 y 2018.

Imagen sin título con un cactus pétreo Chema Madoz

Las define el escritor Bernardo Atxaga como «descolocantes», y dice que «siendo retratos 'desretratan'». Nada es lo que parece por mor de un artista «que una y otra vez rehace el mundo estableciendo conexiones raras y bellas», escribe Atxaga en el catálogo de la muestra. «Subvierte las reglas naturales dejando volar la imaginación y fundiendo los reinos mineral vegetal o animal para crear uno propio», apunta la comisaria.

Madoz nos hace conscientes de la fragilidad de nuestro entorno con unas imágenes ante las que sentimos una cautivadora familiaridad y una activa complicidad. «Es como un mago que opera milagros, como el niño empeñado en no dejar de jugar jamás con lo que ve e imagina, pero que nos otorga un conocimiento más hondo de nuestra realidad», apunta Rubio.

Jamás titula Madoz sus elocuentes fotografías. No quiere «orientar» la mirada del espectador ni «restar fuerza» a la imagen. «Poner títulos sería cortar las alas a unas imágenes que cada cual interpreta desde su mundo, su particular perspectiva y sus emociones, algo que enriquece la obra», dice el fotógrafo español más internacional junto a Cristina García Rodero e Isabel Muñoz.

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Magritte y Brossa

Tanto René Magritte como Joan Brossa son precursores claros de su trabajo, y admite Madoz su poderoso influjo. «Son dos amores», concede. «Magritte me hizo interesarme por la capacidad de la imagen para articular un lenguaje; lo conozcas o no, te guste o no, lo aprecias. Me marcó de manera inconsciente», dice del pintor surrealista belga. Más tarde conoció los poemas visuales del catalán Joan Brossa «cuando ya había avanzado en mi lenguaje, y constaté que él llevaba ya mucho tiempo caminando por un senda parecida».

Imagen sin título con una fogata de lápices Chema Madoz

Seguirá Chema Madoz fiel al blanco y negro. Aunque ahora trabaja con procesos digitales y obtiene una primera aproximación a sus imágenes en color, retorna a la gama de grises para lograr el negativo que origina las fotografías de gran formato que antes creaba con cámaras Hasselblad y ahora con Fuji.

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«Para mí el universo de los imaginario es el del blanco y negro, que ha marcado siempre a mis intereses. Es un ejercicio de reducción que funciona en mi mundo cuando doy forma a una idea. Un proceso que siempre ha sido en blanco y negro y que engarza con la dinámica conceptual de mi trabajo, acercándolo al dibujo y a la representación», dice. Un proceso lúdico que culmina con el «premio» que para el fotógrafo supone cada imagen y que no piensa dejar de practicar. «El juego es la primera relación con el conocimiento del mundo y del disfrute, y esa idea del juego está en todas mis imágenes», plantea. «Es también una deuda con corrientes como el Dadá o el surrealismo, que me sirven en mi aproximación a la realidad» explica.

Imagen sin título con una mariposa atravesada por un dardo. Chema Madoz

No es Madoz, ni mucho menos, un cazador de imágenes. El sueña y fabrica ilusiones, ora dulces, ora aterradoras, mediante insólitos contrastes. «Estoy en alerta permanente, jugando con conceptos, hallazgos y emociones», explica el fotógrafo que se ayuda con dibujos y bocetos que también expone, para testar la viabilidad de cada aventura fotográfica. «Trato siempre de que el trampantojo funcione conmigo como primer espectador», dice. Se mantiene fiel a sus «obsesiones» y asegura que su obra «no es más que una mancha de aceite que crece en torno a los mismos temas».

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