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La tarde de este viernes fue para Diego Urdiales el inicio de una traca final de alta potencia de tres puertos de primera: Madrid, Sevilla y Zaragoza. Pero la pólvora de la primera de estas tardes que fue en Las Ventas ayer se aguó con ... la pobre condición de los dos toros de El Pilar que le tocaron en suerte, ambos carecieron de esa chispa con la que prender la mecha. Su primero fue un toro de El Pilar apagado desde el inicio, al que tuvo que sostener siempre tocándole arriba para que no perdiera las manos. No transmitía esa alegría que es clave y más en Madrid, porque la Monumental a medio gas pesa como una losa que incluso llega a aplastar el ánimo.
El animal tuvo un galope muy reunido en el saludo y tendía a meter bien la cara, pero se desplaza a un ritmo procesional, sin ningún tipo de entrega ni emoción. Una embestida adormecida, ñoña la mayoría de las ocasiones. Lo debió ver claro Diego que optó por no brindar y, aun así, anduvo insistente y dándole todos los tiempos para tratar de meterlo, perdiéndole pasos, dándole distancias, tocándole en varios terrenos y aprovechando, al final, las inercias para darle ventaja. Pero nada. El de El Pilar tomaba el primer impulso al toque, luego continuaba metido en el vuelo en el segundo viaje y llegados al tercero, que era cuando rompía el primer olé, ya se desmoronaba la serie porque, aunque el toro seguía queriendo, en el momento en el que le bajaba la mano, que es cuando Madrid cruje, doblaba y terminaba hincado al piso. Una serie sí que consiguió sacarle por el derecho pero muy cogida con pinzas; fue como un espejismo que quedó en nada.
Por el otro pitón, el zurdo, se desplazaba todavía menos y siempre con una embestida molesta y rebrincada que imposibilitó el toreo al natural. Y cuando volvió al derecho, que era por donde antes había querido algo el toro, a estas alturas ya se había apagado. Con el público ya molesto, porque aquello no tomaba vuelo, cerró la actuación y se marchó tras la espada que entró a la primera. Diego fue silenciado y el toro pitado en el arrastre.
Quedaba otro en chiqueros y hasta la rúbrica final no había nada escrito. El toro cuarto, muy cuesta arriba y altísimo de cruz, salió desentendido de cada lance, metiendo la cara pero sin terminar de pasar. En varas cabeceó sin llegar a apretar los riñones y defendiéndose con la cara a la altura del varilarguero. No era buena señal. Con la muleta ya en mano, lo tocó por bajo Diego para sacarlo unos pocos metros más allá de la segunda raya, y ahí fue cuando el animal ya descubrió todas sus cartas. Le faltó casta, raza y brío. Diego Urdiales lo intentó por ambos pitones y, cuando se quedaba tras el pitón, le perdía pasos para tratar de volverlo a meter, pero el astado de El Pilar lo hizo todo siempre sin empuje, muy desaborido. No tuvo otra opción que enterrar el acero y cerrar el capítulo.
Los mejores momentos de la tarde se los llevó Juan Ortega, que hizo crujir la plaza en el saludo con el capote a su primero, un toro que no terminaba de empujar los vuelos pero sí que metía bien la cara y el empaque con el que lo llevó fue bonito, al igual que en el gallego por chicuelinas. Con la muleta luego ya no tuvo opciones porque el toro se frenó en seco. Sí que toreó muy despacito al quinto, porque logró desplazar los engaños al ritmo pausado que pedía el animal. Todo al ralentí, hasta que pronto echó la persiana.
Una ovación recibió Pablo Aguado en su primero con el que también logró lucirse con el capote. En la muleta, el animal metía bien la cara y eso hizo que Aguado pudiese recrease en un puñado de muletazos. Impregnó cada uno de ellos de enorme torería. Y con el que cerraba plaza, no tuvo opciones, fue un toro sin clase que no se entregó. Era una tarde de arte, que terminó chafada por los de El Pilar.
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