«Cuando toreo tengo la misma sensación que tenía de niño»

– Diego, veinticinco años.

– Se dice pronto, pero fíjate todo lo que ha pasado. A veces me preguntan si en mis inicios soñaba con esto y la verdad es que tengo que decir que no. Yo quise dedicarme a esto, entregarme a la profesión, pero no alcanzaba a imaginar dónde iba a llegar.

– ¿Cómo recuerda esos inicios?

– Me enganché desde el principio. Entré en la Escuela de Arnedo siendo muy pequeño así que no me dejaban salir a torear. Los mayores lograron convencer al maestro Rafael para que me dejase dar un par de lances o tres. Tras ellos me dijo que había algo distinto en mí y aquí estamos.

– ¿Se reconoce ahora cuando ve imágenes de aquel niño?

– Por supuesto, la esencia está y es lo que nos hace únicos. En la profesión vas aprendiendo y buscas tu forma de torear, de interpretar. Pero sientes algo que es solo tuyo y te marca. Es más, a día de hoy cuando toreo tengo la misma sensación que tenía de niño y lo que hago, además de querer ser mejor torero, es buscar que ese sentimiento dure más tiempo.

– ¿Y lo logra?

– Sí y es maravilloso. Me llena muchísimo. Es una de las cosas bonitas que me ha dado mi profesión. Por un lado la libertad de mostrarme como soy siempre y por otro el sentir como cuando era un niño.

– En un cuarto de siglo como matador, ¿se ha hecho a sentir miedo?

– No te acostumbras pero logras convivir con él. Todo el mundo, da igual la profesión, sentimos miedo y lo que hacemos es intentar conocerlo y mantenerlo a raya. Hay días que se dan mejor que otros pero nunca llegas a entenderte con él.

– Lo que sí que es cierto es que en todo este tiempo ha tenido que hacer muchos esfuerzos.

– Si te refieres a entrenar para mí no es un esfuerzo, es una búsqueda y una motivación constante. Nunca me ha costado. El esfuerzo se hace cuando suceden cosas que te dañan la ilusión.

– Y eso ha sucedido...

– Por supuesto, muchas veces, pero he sabido reponerme. En ocasiones ha costado más y otras ha tenido que ser a la fuerza, casi de un día para otro. A pesar de eso me siento un privilegiado, me dedico a lo que me hace feliz y soy capaz de emocionarme y de emocionar a la gente a la vez.

– Después de la alternativa vino la soledad, el que no sonara el teléfono.

– Había que soportar la dureza de no torear. Me anuncié en Madrid un verano después de llevar dos años sin vestirme de torero. Es una de las pruebas más duras que he tenido que pasar en mi vida.

– ¿Se ha acostumbrado a torear en San Isidro?

– A eso no se acostumbra nadie. Estamos todos deseando pero cuando te ves ahí hay que pasarlo. Cuando cierras la fecha es un orgullo y un reto. Cuando empieza San Isidro los días se pasan volando y cuando te das cuenta ya estás haciendo el paseíllo. Eso sí, los días pasan rápido menos el de la corrida, ese se hace eterno.

– Ha logrado el respeto no solo de la afición sino también de sus compañeros.

– Sentirse respetado por ellos te da moral porque saben todo lo que supone esta profesión y pasamos por lo mismo. Hay algo curioso: en las tardes más importantes de tu vida siempre hay un compañero que te dice algo y es de lo único que te acuerdas.

– ¿Tiene previsto algo para celebrar las bodas de plata?

– Va a ser una temporada muy bonita, especial, pero no me gusta forzar las cosas. Tiene que surgir, hay que dejarlo fluir y voy a disfrutarlo pero es que esto es más que un aniversario. Es algo mucho más profundo.

– ¿Hasta cuándo veremos el nombre de Diego Urdiales en los carteles?

– No tengo fecha, el tiempo lo dirá pero tengo claro que voy a torear siempre que tenga ilusión y ahora mismo está intacta.