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JULIO CÉSAR RICO
Viernes, 29 de julio 2022, 13:25
Si usted se acerca a la iglesia de Santa María de Miranda de Ebro y se topa con la momia del chantre, mírelo de lejos. No lo mire a la cara porque hipnotiza, conmueve, hechiza, aterroriza y podría llegar a secuestrar su espíritu. Desconsuela mirarlo ... pensando que, por muy bien que nos conservemos tras las muerte, de esta forma o aún peor, quedaremos los que aún ahora estamos vivos.
Es un cadáver que cobra vida al mirarlo. Un caso de momificación que se escapa a la ciencia. Un santo varón en vida, que parece que no ha muerto. Un muerto incorrupto que parece sonreír a quien le mira, 632 años después de morir.
Es la momia de Miranda; el cuerpo de Pedro Pascual Martínez, el Chantre de Calahorra, un sacerdote muerto violentamente a manos de su hermano en 1390 y un caso extraordinario. La momia de Pedro Pascual Martínez flexiona el cuello, modifica la posición de su cintura, levanta brazos y piernas y conserva intactos y con brillo sus dientes y sus uñas.
Los cuencos de sus ojos están rellenos no se sabe de qué y está amortajado con las ropas de celebrar la misa, casulla negra con galón de oro, alba, cíngulo, estola y manípulo. Y sus manos cruzadas sobre el pecho con una semi sonrisa que parece un lamento sordo. Por su posición en el sarcófago, se adivina que Pedro Pascual Martínez fue un hombre muy alto y con complexión recia, de unos 2 metros de altura.
Dicen de Pascual que era un varón virtuoso y caritativo. Sentaba a su mesa a los pobres quedándose él sin su comida y sirviéndoles a ellos, mientras que su hermano era un vago impertérrito que reclamaba su dinero para darse a los vicios y al vino y que incluso robaba la limosna a su hermano para sus veleidades y caprichos.
La mañana del 1 de octubre de 1390, el hermano le pidió un dinero que Pascual le negó. Esa negativa fue causa de una brutal agresión; y más aún cuando al regreso de la celebración de la eucaristía, su hermano le vio como entregaba limosna a unos pobres y, preso de cólera y desde una ventana de la casa común, le arrojó un enorme saco de arena que cayó a plomo sobre la cabeza del santo varón, que murió en el acto.
El cadáver de Pascual fue enterrado en el cementerio cercano al Ebro, pero las aguas del río se desbordaron en varias ocasiones e inundaron la ciudad, entraron en el cementerio y arrastraron decenas de cadáveres que se perdieron río abajo.
Sin embargo las dos veces que arrastró la caja que guardaba el cuerpo de Pascual fue despedido del ataúd y no se lo llevó la corriente, sino que chocaba con los muros de la iglesia de Santa María donde quedaba inmóvil. La primera vez se lo volvió a enterrar, pero en la segunda crecida y riada del Ebro se volvió a repetir el hecho extraordinario y se decidió que los restos fueron depositados en el templo.
Pedro Pascual Martínez, no es la única momia burgalesa. Hace seis años, casi por casualidad, el sacerdote Fermín González, que entonces restauraba las cubiertas de los templos acogidos al convenio de la Diputación y el Arzobispado de Burgos, hallaba tras un muro la momia de Fernando de Bárcena, en la iglesia de Bentretea.
Impresiona aún más que la del Chantre de Calahorra. Se conserva, descarnada, pero con su gesto absolutamente aterrador; sus brazos cruzados sobre el pecho y con detalles que asustan. Y su leyenda tallada en piedra, descubierta tras el encalado: «A honra y gloria de Dios y memoria de la pasión y muerte de cruz de Nuestro Señor y en reverencia a los siete ángeles príncipes de la jerarquía celestial, Fernando de Baranda, beneficiado de esta iglesia fabricó y dotó a su costa está capilla, sacristía alta y baja; puso ornamentos e hizo bóveda para entierro fondo una capellanía y en la parroquia 11 misas rezadas».
En Castilla podemos encontrar también el cuerpo momificado de Santa Benigna en la catedral de Zamora, San Juan de la Cruz, Sor María Jesús de Ágreda, Santa Cristina de El Burgo de Osma o Santa Teresa de Jesús, don Rodrigo Calderón o la niña de Santa María en Maderuelo. Soson algunos ejemplos de cuerpos momificados de los que se sabe su santidad o, al menos, fama. De Fernando de Bárcena poco más se sabe que lo referenciado en su lápida.
El siglo XIV en Miranda no se diferencia mucho al del resto de Europa. Mientras las clases altas disfrutaban de los los lujos arquitectónicos del gótico, los pobres llenaban las calles de las ciudades. Las canalizaciones eran precarias y grandes ríos, como el Ebro, engullían casas y rúas convirtiéndolas en ciénagas y barrizales.
El pueblo consideró como «hecho divino» la voluntad del muerto y se acabó por enterrar al chantre bajo el altar mayor de la iglesia de San Juan, en Aquende, hasta que este templo Juan quedó cerrado al culto. Desde entonces se conserva en la parroquia de Santa María.
Un archivo del año 1812 que se conserva en la parroquia de Santa María, dice:
«El 28 de noviembre de 1812 fue trasladado a esta iglesia de Santa María de la Villa de Miranda de Ebro el cuerpo del señor Pascual Martínez, chantre de Calahorra, insigne bienhechor y beneficiario de esta villa, fundador del hospital llamado del Chantre, que falleció el día 1 de octubre, era de 1390, y hallándose incorrupto en el año de 1441 fue colocado en el sepulcro nuevo de piedra y buenísima arquitectura en su capilla en la parroquia de San Juan, al lado del Evangelio; en el de 1775 cuando una soberbia avenida del Ebro que inundó esta población cubrió de agua y arena aquel sepulcro, se reconoció nuevamente su cadáver y su total incorrupción; y en ese presente, profanada dicha iglesia de San Juan y reducida a cuartel de soldados, se ha depositado interinamente en la capilla de San Andrés, de esta de Santa María, cerrado en un arca de madera, observando todo el pueblo que permanece en su admirable integridad, y para que conste firmo yo el cura de dicha iglesia de Santa María». Firmado Pablo de Barrón.
Sigue en un emplazamiento en el baptisterio de Santa María a la vista de todo quien quiera verlo. Sin embargo, hace unas décadas, estuvo a punto de no poderse ver más. Fue cuando una orden del Arzobispado de Burgos 1967 cuando ordenó que la momia de el Chantre que se hallaba bajo los pies del altar de San Andrés, en Santa María, debería ser enterrado en el Cementerio Municipal tres la fiesta de Todos los Santos de ese año.
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