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Mario, tú siempre has seguido el derrotero que te ha marcado tu ya legendaria 'Pichula' (...) No podrás negar que tú y yo nos parecemos en eso: pensamos con el pico, escribimos con el pico parado, nos enamoramos con el pico arrecho, no con la cabeza ... fría». Mario es Mario Vargas Llosa y quien se lo dice es el escritor Jorge Edwards, fallecido hace una semana. El comentario figura en el libro 'Los genios' (Ed. Galaxia Gutenberg), que acaba de publicar el peruano Jaime Bayly, y está hecho en el contexto de la ruptura del Nobel con su esposa Patricia. Pero no se trata del episodio de 2015, cuando se marchó con Isabel Preysler, sino de algo sucedido cuarenta años antes, el momento en el que el autor de 'La fiesta del Chivo' abandonó a su familia para irse a vivir una aventura con una modelo. Y ahí está el germen del puñetazo más famoso de la Historia de las Letras, el que acabó con «la más memorable y hermosa amistad que haya conocido la literatura latinoamericana», en palabras del también escritor Plinio Apuleyo Mendoza, amigo de ambos. La que unía como hermanos desde 1967 al peruano y a Gabriel García Márquez.
¿Realidad o ficción? Bayly juega con ambas para establecer su hipótesis de lo sucedido, algo sobre lo que sus protagonistas nunca dijeron nada en público. Lo que se sabe con absoluta certeza, porque había muchos testigos, es que a última hora de la tarde del 12 de febrero de 1976, al término de un pase privado del filme 'Supervivientes de los Andes' de René Cardona, Vargas Llosa se acercó a García Márquez, que lo recibió con una amplia sonrisa y los brazos abiertos. El peruano gritó: «¡Esto es por lo que le hiciste a Patricia!» y lo derribó de un puñetazo. Vargas Llosa había dicho de su hasta entonces amigo que «era Dios» e incluso había escrito sobre él su tesis doctoral: 'García Márquez. Historia de un deicidio'. Tras aquel puñetazo, Dios y su más fiel creyente no volvieron a verse.
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No solo eso. Durante 34 años, todo fueron especulaciones que sus protagonistas se negaban a comentar. Pero a finales de 2010, apenas unos días después de que Vargas Llosa recibiera el Nobel en Estocolmo -28 años antes lo había recogido García Márquez-, Mendoza resolvió el misterio en una entrevista en un canal de TV de Colombia. Al parecer, alguien contó a Vargas Llosa que Patricia, su mujer, había estado bailando en la discoteca Bocaccio de Barcelona con García Márquez -obviando el dato de que no estaban solos-, tras una cena de despedida organizada por la agente Carmen Balcells. Y más tarde, el escritor peruano escuchó de boca de la misma Patricia que había recibido de su hasta entonces amigo una propuesta de un encuentro sexual. Si creemos lo que García Márquez confesó a Mendoza, la mujer interpretó mal sus palabras. Es decir, que todo fue producto de un equívoco.
En 'Los genios', Bayly da la vuelta a esta última parte de la historia, haciendo que la propuesta la haga una Patricia despechada por la infidelidad de su esposo. Por las páginas de la novela desfilan, además de los citados, personajes como Juan Marsé, Heberto Padilla, Julio Cortázar, Alejo Carpentier, José Sacristán, Joaquín Sabina, Kiko Ledgard y otros muchos. Incluso Bayly hace que Isabel Preysler y Vargas Llosa coincidan fugazmente en un hotel de República Dominicana cuando ella aún estaba casada con Julio Iglesias.
No es fácil separar realidad y ficción, pero el perfil que Bayly hace de los dos premios Nobel responde a lo que de ellos han dicho sus biógrafos: sus rasgos de carácter, su afición a la noche y a los burdeles, su conciencia absoluta de que lo más importante de sus vidas era escribir. De hecho, Bayly pone en boca de su paisano reiteradamente que una de las razones de la primera ruptura con Patricia fue que ella quería tener hijos y eso lo distraía a él de su vocación literaria. Luego entra en el terreno de la especulación verosímil. Sucede cuando Julia -la tía Julia, la primera esposa de Vargas Llosa- le dice a Patricia: «Marito, cuando se enamora, no piensa. Todo lo que tiene de genio para escribir lo tiene de bruto para enamorarse». Y sucede también cuando Jorge Edwards le advierte de que en La Habana Castro lo alojará en una casa de protocolo, le enviará una hermosa prostituta y aprovechará para filmarlos en la cama y de esa forma tener material para usarlo si fuera necesario. Y especula: ¿será eso lo que explica que García Márquez nunca criticara al Gobierno de Cuba?
La novela bordea lo inverosímil -o quizá sea realismo mágico- en una escena en la que Vargas Llosa, en la época en la que dirigió la primera de las dos versiones cinematográficas de 'Pantaleón y las visitadoras', es sorprendido por su joven amante cuando está depilando el vello púbico a la actriz Katy Jurado. Y hay bromas sobre la circunstancia de que el escritor peruano se casara primero con una tía política y luego con una prima carnal. El parentesco se complica, como se apunta en la novela: los padres de Patricia fueron primero tíos del escritor, más tarde además cuñados -por su boda con Julia- y finalmente, suegros.
En la novela, García Márquez y su esposa salen mejor parados que Vargas Llosa y la suya, una impresión que el lector obtiene a partir tanto de episodios inequívocamente reales como de otros en los que cabe pensar que Bayly ha recurrido a elementos de ficción. Y son muchas las anécdotas relatadas, tanto de los dos Nobel como de otros personajes próximos. Ahí están la relación del colombiano con la vasca Tachia Quintanar en sus años de miseria en París; el mordisco en los genitales que un dogo propinó al hijo mayor del peruano; el trato humillante que este dispensó a su padre cuando, ya famoso, lo encontró convertido en camarero de un restaurante en EE UU; el tratamiento hormonal que hizo crecer la barba a Cortázar; el ofrecimiento de Mercedes, 'la Gaba', a Patricia de que ellos le pagarían el mejor abogado para que llevara su divorcio; o el lejano saludo de un entonces desconocido García Márquez a Faulkner en Memphis, que suena muy parecido al que el primero narró en 'Vivir para contarla', pero en París y con Hemingway como protagonista.
Fueron ocho años y medio de intensa amistad que terminaron bruscamente. La novela se lee hoy de una manera diferente a la que habría sido lógica hace una década, a raíz de la irrupción de Isabel Preysler como personaje relevante en esta historia. Por eso suscita una sonrisa la escena en la que Patricia obliga a Mario a pedirle perdón de rodillas. Y otra posterior -la que a la postre desencadenó el puñetazo- en la que, en un apartamento en Nueva York, la mujer le contó que se había acostado con García Márquez. Bayly narra cómo, aturdido, el escritor salió a media noche en pijama a recorrer Central Park. Al regresar, el portero le dio, emocionado, una gran noticia: «Franco acaba de morir», le dijo.
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