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El 1 de noviembre del año 1755 amaneció el sur de Europa con un cielo azul, que pronto se oscureció, y más calor de lo habitual en otoño. Las campanas de las iglesias de Portugal, de España, de Francia, pregonaban la festividad de Todos los ... Santos, una jornada de misa obligatoria, visita a cementerios y recogimiento familiar. Nada hacía presagiar la tragedia, cuyo epicentro se hallaba en el océano Atlántico, a 300 kilómetros de Lisboa.
A eso de las nueve y media, con las iglesias abarrotadas de feligreses, la tierra comenzó a temblar con una violencia inusitada. Nada que ver, incluso, con el seísmo que ya había golpeado Lisboa en 1531. Gigantescas grietas se abrieron en la capital lusa, provocando derrumbes, horror y muerte.
En los barrios interiores, los incendios provocados por las lamparillas en honor a santos y difuntos se propagaban con facilidad, mientras el mar retrocedía hasta vaciar los muelles del puerto, donde miles de supervivientes buscaban cobijo. Entonces llegó lo peor. Tres tsunamis, con olas de hasta diez metros, engulleron la capital portuguesa.
Decenas de miles de personas fallecieron en el país vecino a causa del gran terremoto de 1755, diez mil en Marruecos y otro millar de almas en España. Aunque es imposible dar cifras exactas, entre 60.000 y 100.000 personas perdieron la vida.
Pero si el sur de España sufrió graves daños personales y materiales, el resto del país también sintió con fuerza el seísmo, y La Rioja no fue una excepción. Gracias a la diligencia del rey Fernando VI, hoy sabemos cómo afectó el terremoto en la geografía regional y nacional.
Como el monarca ilustrado -hermano mayor de Carlos III- había sufrido el temblor en carne propia, ordenó al gobernador del Supremo Consejo de Castilla, Diego de Rojas y Contreras, que elaborara un informe lo más detallado posible. Los primeros pasos de la sismología moderna estaban dados. De Rojas y Contreras, obispo de Cartagena y hasta dos años antes prelado de la diócesis de Calahorra, elaboró un cuestionario formado por ocho preguntas, que envió a pueblos y ciudades del reino para que fuera respondido por las autoridades competentes en cada municipio o comarca. Las cuestiones eran las siguientes:
¿Se sintió el terremoto? ¿A qué hora? ¿Cuánto tiempo duró? ¿Qué movimientos se observaron en los suelos, paredes, edificios, fuentes y ríos? ¿Qué ruinas o perjuicios se han ocasionado en las fábricas? ¿Han resultado muertas o heridas personas o animales? ¿Ocurrió otra cosa notable? Antes de él (terremoto), ¿hubo señales que lo anunciasen?
Un total de 1.273 localidades de toda España devolvieron cumplimentado el cuestionario, de las que alrededor de una treintena pertenecen a la actual Rioja. La mayoría de los incidentes documentados se refieren a iglesias y a ermitas, pues a las diez de la mañana, y en día festivo, el país entero era una misa.
Toda la documentación que se envió por aquel entonces al Supremo Consejo de Castilla, se conserva en el Archivo Histórico Nacional. Gracias a ello, el expediente pudo ser publicado por José Manuel Martínez Solares en el libro 'Los efectos en España del terremoto de Lisboa' (Ministerio de Fomento, 2001).
Entre las respuestas más destacadas que se realizaron en ciudades y pueblos de la actual comunidad autónoma destacan unas cuantas.
En Arnedo, por ejemplo, cuentan que «estándose entonando el credo de la misa, se experimentó en todas las tres parroquias, y en todo el pueblo, que la tierra temblaba y se movía en tanto grado que las lámparas se bandearon y movieron, de cuyo susto se desmayaron algunas mujeres. Y un trozo de las almenas de el castillo cayó a tierra. Y el coro del convento de San Francisco, extramuros de esta ciudad, y distante como media legua, se hendió y requebrazó», añaden las autoridades locales.
En los pueblos del valle de Ocón el temblor «duró como cosa de dos credos, percibiéndose movimiento en los suelos, paredes y edificios, sin ocasionar ruinas».
El seísmo también sembró «terror y espanto» a «eclesiásticos y seglares» en la parroquia de Santa María, en Fuenmayor, al comprobar que «pavimento, piedras pequeñas y la mezcla de cal y arena descendía de su bóveda». Y añaden las fuentes que «el río Ebro se elevó cosa de un estado» y «los peces salieron de sus márgenes».
Las villas cameranas destacaban «la novedad de haberse enturbiado sus ríos y fuentes», mientras en Torrecilla «sufrió quebranto la fachada de la iglesia de San Martín», así como muchos accidentados y otros heridos de peligro».
Por lo que respecta a Logroño, «se experimentó un terremoto en todas las partes de la ciudad, sus templos, y muchas de sus casas, con más o menos violencia en unas que en otras, pero en todas con suma lentitud, y felicidad, por no haber resultado la menor desgracia en personas, animales, ni ruinas de edificios».
Pero, además de la ciencia -que tanto debe a la época de la Ilustración-, tanto el Papa Benedicto XIV como el rey Fernando VI apelaron a la oración «para refugio de los temblores de tierra no habiéndose experimentado desgracia alguna donde está puesta, y por decirla cinco señores de arzobispos y obispos cada uno tiene concedido 40 días de indulgencia».
En las puertas de muchas iglesias españolas la autoridad religiosa clavó un pliego una «Oración», que en el caso de La Rioja fue editada por la imprenta de Antonio José Delgado, muy conocida en Logroño en los siglos XVIII y XIX:
«Dios nuestro Señor, nos bendiga y nos defienda; nos dé sus auxilios y tenga misericordia de nosotros; vuelva a nosotros su piadoso rostro y nos de paz y sanidad; Dios nuestro Señor bendiga esta casa y a todos los que en ella estamos, y a ella y a nosotros nos libre del ímpetu de los terremotos, en virtud del dulcísimo nombre de Jesús. Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, Señor Dios de los Ejércitos tened misericordia de nosotros. Jesús de Nazareno Rey de los Judíos tened misericordia de nosotros. Amén».
«O bienaventurado San Emidgio ruego por nosotros, y defiéndenos del ímpetu de los terremotos, en el nombre de Jesús Nazareno. Amén. Un Padre Nuestro y un Ave María».
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