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J. SAINZ
Domingo, 6 de junio 2021, 02:00
La historia es conocida en media Europa. Cuenta la leyenda del ahorcado que un joven peregrino a Compostela fue condenado a muerte en Santo Domingo de la Calzada por un robo que no cometió y que el mismo santo lo sostuvo con vida con sus propias manos hasta que sus padres dieron aviso del prodigio al corregidor. El milagro fue completo cuando este, incrédulo, respondió: «Vuestro hijo está tan vivo como estas aves que voy a trinchar», y al instante cobraron vida el gallo y la gallina que iban a ser su cena y el gallo cantó con fuerza.
El otro milagro fue que este cuento se convirtiera en tradición imperturbable al cabo de los siglos y pasase a ser seña de identidad de un pueblo orgulloso de sus orígenes y de su historia. No en vano, Santo Domingo de la Calzada debe su fundación al Camino de Santiago y al santo que allanó la ruta, despejó bosques, construyó puentes y protegió a los peregrinos hasta el extremo que narra la leyenda, al menos en el sentir de sus gentes.
Así es como algo intangible se convierte en tesoro de incalculable valor para toda una comunidad. Y así también es como el Milagro del ahorcado y del gallo y la gallina –ahora ya con nombre propio– fue declarado Bien de Interés Cultural en 2014, el primero de La Rioja con la categoría de patrimonio inmaterial.
La Rioja cuenta con ciento veinte bienes de interés cultural, solo seis de ellos de carácter inmaterial: además de la leyenda calceatense, las Crónicas Najerenses, de Nájera (declaradas en 2015), el Señorío del Solar de Tejada y su Junta de Caballeros y Damas Hijosdalgo, de Laguna de Cameros (2016); los Disciplinantes, de San Vicente de la Sonsierra (2016), la Jota Riojana (2017) y los Danzadores de Anguiano (2018).
Según la definición adoptada en 2003 en la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, se entiende por patrimonio cultural inmaterial «los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas, junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes que las comunidades, los grupos y los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural».
En el caso de Santo Domingo, la declaración venía a garantizar «que la leyenda será preservada, distinguida y difundida a las generaciones futuras por ser un hecho de cultura diferencial y propio de nuestra región». Aunque, en realidad, se trataba de dar un reconocimiento oficial a algo que ya está suficientemente a salvo en la memoria colectiva y que tiene una manifestación física palpable. A fin de cuentas, para resaltar la tradición, la catedral del Salvador alberga desde antiguo y de forma permanente una pareja de gallo y gallina como una singularidad más del monumento, tan típico como el Papamoscas en Burgos o el Botafumeiro en Santiago. Todos ellos forman parte de una ruta declarada Patrimonio de la Humanidad.
Tampoco parecen correr peligro los otros bienes inmateriales riojanos de interés cultural. En el caso de las Crónicas Najerenses, «el material narrativo que conforman los hechos históricos y los episodios legendarios ha arraigado en la localidad a un nivel fuertemente identitario, lo que propició que a partir de 1969, y siempre en torno al monasterio de Santa María la Real (ya sea en su claustro o al abrigo del espacio de la plaza de Santa María) se hayan venido representando una serie de montajes escénicos que, en continua evolución, han integrado una fuerte participación ciudadana que, año tras año, gracias a esta actividad, refuerza sus vínculos con un pasado prestigioso».
Por su parte, el Solar de Tejada se considera en la actualidad «una institución de origen inmemorial de continuada trayectoria histórica y plenamente imbricada en la España moderna, de cuya doctrina constitucional dimana la plena igualdad entre los sexos». Este señorío «representa, además, un resto arcaico del feudalismo colectivo castellano».
De los Disciplinantes o Picaos de San Vicente destacan cuatro cuestiones: «su antigüedad y raigambre histórica; la relación de la basílica de Santa María de la Piscina y su Divisa con la cofradía de la Santa Veracruz; el rito penitencial de la flagelación; y la implicación de la población de San Vicente de la Sonsierra en las procesiones y actos organizados por la cofradía».
En lo tocante a la Jota Riojana, ya sea canto popular o danza folclórica, «su especificidad, sus rasgos distintivos y su singularidad como activo cultural provocan un sentimiento de propiedad de un territorio, y se erige como algo inherente a nuestro pueblo con una larga y fecunda historia, así como con una importante presencia social que forma parte del acervo cultural riojano».
Por último, los Danzadores de Anguiano «constituyen un testimonio singular de la cultura riojana» y su consideración como bien cultural se fundamenta principalmente en dos razones: «los orígenes pretéritos de esta manifestación festiva de la cultura popular que la convierte en la más antigua de La Rioja; y la singularidad de la danza de los zancos en sí, no existiendo ninguna semejante en el territorio nacional».
Ninguno de estos seis bienes, sencillos pero orgullosos, verdaderos tesoros populares que nadie puede tocar, parece hoy amenazado. Ni siquiera lo estaban en el momento en el que obtuvieron la correspondiente declaración. Todo lo contrario a la sirena sonora del reloj del Espolón de Logroño, para cuya preservación se solicita ahora la consideración oficial de bien inmaterial de interés cultural. En su caso sería un indulto. Sin la protección que conlleva un reconocimiento así, la sirena del mediodía logroñés quedará varada para siempre.
El Ayuntamiento de Logroño e Ibercaja, propietaria del reloj del Espolón, van a solicitar al Gobierno de La Rioja la protección de su sirena y el mecanismo completo. La primera se considera un «elemento patrimonial inmaterial que forma parte de la memoria histórica de la ciudad y, en el caso del reloj, un bien material». Es la solución propuesta después de que la denuncia de un vecino por ruidos molestos obligase a silenciar la sirena y de que, por contra, una iniciativa ciudadana, recogiese cientos de apoyos para recuperarla. La sirena del Espolón suena a mediodía (sonaba) desde hace setenta años. Con su canto de alarma antiaérea, en su origen, a mediados del siglo XX, era en realidad la señal de aviso de la hora del almuerzo para los obreros de las fábricas de la ciudad. Hoy es una tradición singular sin la cual Logroño enmudece a las doce.
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