Reyes, presidentes, ministros y embajadores se han sometido sin titubear a la pericia de la aguja y el hilo de Beatriz García Martín, Bea, la jefa de sastrería histórica del Palacio Real, que en estos últimos 32 años ha tenido que socorrerles ante el desastre ... de un súbito descosido, un lamparón o un botón descolocado.
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Bea, que nació en Martos, Jaén, hace 68 años, se jubila, y su vida entre costuras, ceremonias de gala y personalidades de relumbrón bien daría para un libro de jugosas anécdotas. Como cuando la llamaron muy apurados desde El Pardo, donde se alojan las visitas de Estado, para decirle que la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner se dirigía a una cena en el Palacio Real «con un problema». «Traía un vestido con cristales de Swarovski, que era una auténtica maravilla, pero el florón que remataba la banda le daba golpecitos en la cadera y se lo tuve que sujetar. Me lo agradeció enormemente», recuerda la artesana jienense.
También atendió de urgencia al presidente de Portugal y al duque de Alba, a los que tuvo que coser a toda prisa las condecoraciones de gala al traje. Y una vez hizo esperar a mandatarios de todo el mundo que aguardaban un besamanos para atajar una mancha que deslucía la corbata del rey emérito. «Mi Cebralín hace milagros y desapareció sin problema, pero hasta que no entré yo y quité la mancha no pasó nadie. Mira que allí había gente importante para saludar al Rey, pero pasé yo primero. ¡Una también ha tenido sus momentos importantes!», se esponja la sastra.
Pero el episodio más «increíble» le sucedió con una embajadora en una entrega de credenciales al Cuerpo Diplomático, un acto con la pompa más exigente en la que Bea y su equipo siempre cuidan del más mínimo detalle, de modo que las casacas, los calzones, los leotardos, las hombreras, los zapatos de hebilla, los guantes o las pajaritas de piqué de camareros, abrecoches y demás personal involucrado en estos rituales estén en perfecto estado.
La embajadora en cuestión llegó embutida en un elegante vestido de una tela empeñada en atraer las pelusas de todas las mullidas moquetas que iba pisando. Como la electricidad estática no sabe de protocolos, en cuestión de segundos el vestido era otra cosa. «Parecía que había venido como Cleopatra envuelta en una alfombra. Yo alucinaba... Cepillaba y cepillaba para quitar aquello y no había manera de sacar la pelusa atrapada en el vestido. ¡Saqué bolas y bolas de pelusa!», recuerda risueña.
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A Bea siempre le gustó coser, desde que, de niña, zurcía trapitos a sus muñecas. Aprendió modistería y cuando se casó se subió a Madrid. Un día, un vecino conocedor de sus habilidades le dijo que había una plaza de sastra en el Palacio Real, que depende de Patriminio Nacional del Estado. Se presentó y la ganó. Desde entonces ha hilvanado cuatro oposiciones hasta llegar a jefa de la sastrería histórica y cuidar un fondo de armario de más de 600 trajes personalizados –incluidas 'federicas' (un equipo de gala con todo tipo de ornamentos, incluidos leotardos rojos) de 200 años–. «Cada uno de los trajes lleva su nombre y en cada ocasión que se usan se limpian, se repasan y al menos una vez al año se llevan al tinte», explica.
Bea también confecciona artesanalmente los uniformes históricos que se van desluciendo y necesitan renovación, cose y ajusta los que se han quedado pequeños o grandes, y hace los trajes de gala de los nuevos camareros («muchos vienen del Ritz») que se contratan para las cenas de gala o para el Día de la Hispanidad, que es de pie. Cortar, retelar, arreglar, abrir ojales, poner y quitar galones, revisar que cada elemento esté en su sitio... tres décadas al servicio de la Corona con estos menesteres o vistiendo al personal del Palacio (desde las guías a los vigilantes de las estancias) y al que interviene en Pascuas Militares, Días de la Hispanidad, cenas y almuerzos de alto copete, o recepciones oficiales. «Cuando entro en el salón del Palacio Real y veo que todo y todos están preparados, me acuerdo de mi abuela. ¡Ojalá pudiera a ver su niña!«, se emociona Beatriz.
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«Ser sastra del Palacio Real es otra historia diferente porque lo que hacemos aquí en el Palacio Real no se hace en ningún sitio y es algo muy bonito y distinto, al margen del lujo que es venir a trabajar al Palacio Real. Voy a echar mucho de menos mi palacio», se despide Bea, a la que, quizás, le quede poca tela que cortar en el antiguo Alcázar madrileño donde vivieron tantos reyes... pero mucha tela que contar.
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