Juan Luis Arsuaga
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Juan Luis Arsuaga
«Soy un hombre prehistórico», afirma risueño Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954), un urbanita que se siente bien en la naturaleza, con la que el ser humano conectó en el alba de los tiempos. «Hemos roto esa alianza» lamenta el paleontólogo, que reedita su primera y única novela, 'Al otro lado de la niebla' (Destino). Aúna ciencia y literatura en un canto y la fuerza de las leyendas y del arte de un científico para quien «investigar en una España sin industria es llorar».
–Somos 'homo sapiens' pero parece que la tecnología nos convierte en 'homo ignorantis'
–Cada vez sabemos menos. Había que saber mucho más en la prehistoria. Hacer muchas 'carreras': biología, geología, astronomía, meteorología, tecnología... Saber de caza, vestimenta y costura. Ahora con saber un poquito de algo te defiendes.
–Para un hombre de ciencia ¿la literatura es una liberación?
–Sin duda. Lo de menos es lo material. Lo difícil es captar el espíritu. Hacer una historia de romanos está al alcance de cualquiera que sepa un poco de arqueología y literatura de la época. Pero recrear su mentalidad, su pensamiento y sus aspiraciones solo lo logran quienes son capaces de vivir el mundo romano. Hay que hacerse romano para contar a los romanos. Yo soy un hombre prehistórico.
–¿Qué quiere decir?
–Que mi hogar es la naturaleza. Es donde soy feliz. La vida urbana tiene grandes ventajas y me permite desarrollar mi labor, pero es artificial. Uso el móvil, el portátil, tengo coche, televisión, una casa calefactada... Pero se puede ser urbanita y 'naturalita'.
–¿Castigamos a la naturaleza más de lo que soporta?
–Sin duda. Hemos pasado de ser sus aliados a sus enemigos. Es 'el' problema de la humanidad. El número uno, junto con los conflictos bélicos. Hemos roto nuestra alianza ancestral con la naturaleza. Un pacto para mantener el orden natural de las cosas y no alterar las leyes del mundo. En la prehistoria la realidad era sagrada. Sabían que lo que haces tiene consecuencias en el medio. La habitaban espíritus con dignidad y se exigía respeto. Ahora hay desorden, caos, desgracia y sufrimiento. La idea de la naturaleza como algo espiritual es hoy la de la ciencia. Por la ciencia hemos tomado conciencia de esta conexión. Lo que sabía cualquier aborigen lo hemos descubierto ahora que sabemos las consecuencias del arrojar CO2 a la atmósfera.
–Escribir en España es llorar, decía Larra hace casi dos siglos ¿Hoy lo es investigar?
–La investigación en España sufre la ausencia de industria. E investigar en un país sin industria es llorar. Tenemos un mercado pequeño. La universidad forma a grandes ingenieros, químicos o biotecnólogos, pero para que se vayan fuera. ¿Dónde está la industria tecnológica, la química o la óptica? La gran tragedia de la universidad española es formar formidables profesionales para una industria foránea. La formación es buena, como la investigación, pero no es aplicada. No me interesa la política, pero necesitamos una reindustrialización. Un país sin industria no tiene futuro. Me preguntan que si tiene salida un químico e ironizo diciendo que sí, pero que deberá salir donde esté la industria.
–Toda especie se extingue antes o después ¿La humana cuándo?
–Los seres humanos somos jóvenes como especie. No nos alarmemos. Tranquilidad. Somos una especie reciente. Estamos en nuestra infancia. Todavía no nos toca extinguirnos.
–La inteligencia artificial ¿Amenaza o progreso?
–No me acojona la inteligencia artificial. Está sobreestimada. Creo que en campos como la medicina nos permitirá, quizá, solucionar el cáncer o el alzhéimer. Puede que ayude a lograr energías limpias. Pero si quieres vender libros, el catastrofismo es la fórmula. Si yo digo que la IA una maravilla, que nos facilitará la vida, no vendo ni un libro.
–Su novela se sitúa en el nacimiento del arte.
–En el Paleolítico Superior. Es la época de las cuevas de Altamira, hace unos 14.000 años. Pero también podía ser de la época de la Cueva de Chauvet, con 35.000 años y pinturas formidables. Es una leyenda, y las leyendas son atemporales.
–El habla y la capacidad de contarnos cosas ¿es lo que nos hace humanos?
–Sí. La literatura no tiene límites. Es la única forma de reencarnación que conozco. Tenemos una sola vida. Hay quienes creen en la reencarnación, pero nos cuentan que no recuerdan sus vidas anteriores. Tu vida te gustará o no, pero es la que tienes. La literatura, la arqueología y la historia te permiten vivir otras a través de los relatos y de los yacimientos. La literatura te permite vivir en otros tiempos y eso es la verdadera evasión. En un yacimiento o en Baelo Claudia no soy un español en el siglo XXI. No soy un visitante. Me identifico y me convierto en alguien de la época.
–Los humanos morimos ¿Las historias nunca?
–Hay historias que se cuentan a sí mismas y las recojo en el libro. Como que los cuervos, que eran blancos en un mundo níveo, robaron el fuego a los espíritus que lo tenían, a unos dioses. Capturaron las brasas, se las dieron a los humanos y ennegrecieron.
–Unas leyendas que ¿son casi universales?
–En esencia, sí. En el lejano Oeste, en el sur de la India o entre los hielos árticos, casi todas las culturas comparten que había unos seres que tenían el conocimiento que los humanos obtuvieron por mediación de alguien. 'Gilgamesh', 'La Ilíada', 'La Odisea', el 'Lazarillo'... no sabemos quién los escribió. Y da igual. La historia sobrevive. El habla es un sistema de comunicación basado en símbolos. Como el arte.
–Contadores de historias y artistas son soñadores, buscadores ¿Son los que hacen avanzar el mundo?
–En la tecnología sin duda, como en la geografía. Quien está satisfecho con lo que hace y tiene no cambia nada. No se mueve. La gente inquieta y heterodoxa son quienes cambian el mundo.
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