Rompiendo moldes

En el día de ayer, en la sesión de cortos dedicados a la 'nouvelle vague', se pudo apreciar ya en sus pinitos iniciales el interés de Godard por las historias románticas. 'Vivre sa vie' es un ejemplo, fraguado al libre albedrío de su autor, que enlaza con el basamento de aquellos trabajos pero construidos como si no existiese un mañana.

Para empezar dos apuntes introductorios con altas expectativas. Una cita de Montaigne [«Hay que prestarse a los demás y darse a sí mismos»] y un aviso de su estructura: una película en doce secuencias. Además del palmarés recogido en festivales de cine. Godard, decidido a alborotar los métodos narrativos y provocar un choque de trenes con rupturas formales y discursivas, abanderó un empeño audaz que venía a decir que todo largometraje tenía que tener presentación, nudo y desenlace; pero no necesariamente por este orden.

Arrogante pero fértil en el plano creativo sedujo al espectador con una propuesta experimental con la cámara para contar el relato de Nana (Anna Karina), una mujer en transformación. Desde el primer capítulo deja claras sus intenciones. Encuadres arriesgados y arbitrario uso de la música.

Su intención, aparte de un relato existencial, triste y conmovedor, es elaborar un lenguaje distinto, a contracorriente y, fiel a su ego, como un artista único y total. Los elementos estéticos/formales campan a sus anchas pero no es impedimento para seducirnos con momentos mágicos. Nana viendo 'La pasión de Juana de Arco' de Dreyer en un cine y el chispeante baile en un bistró.