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ROBERTO

JORGE ALACID

Viernes, 7 de diciembre 2018

Las almas sensibles que siempre han revoloteado en torno a Roberto Iglesias (hadas madrinas, ángeles buenos) han recopilado sus últimos poemas en un estupendo libro, primorosamente editado, donde brilla un hermoso y redundante título: 'Memoria última'. Aprovechando la ocasión, la mía se ... pone a rebobinar. Y me veo entrando en la casa que compartimos durante años y recuerdo al periodista Iglesias recorriendo la redacción con sus característicos andares, grandes y parsimoniosas zancadas, dirigiéndose hacia el recién llegado para estrecharle la mano. Una mano abrumada: no todos los días te saluda un icono logroñés. Un hombre tótem, de inconfundible estampa tantas veces divisada por las calles (loden azul, sombrero de exagerada ala, caminando casi al paso de la oca), que se expresaba a través de un acento riojano-astur que tardaría años en desencriptar. Ojos saltones, barba asilvestrada y ese vozarrón intimidante. Porque intimidaba lo suyo. Porque le precedían el mito y el relato de sus desopilantes andanzas que te trasladaba algún veterano, cuyo testimonio otorgaba a Roberto la autoría de ciertas anécdotas imposibles, con pinta de leyenda. Una de esas leyendas urbanas logroñesas, mis favoritas. Las que coquetean con la realidad.

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