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Restos de los soldados cristianos muertos en Alarcos. Universidad Castilla-La Mancha
Los riojanos que se sacrificaron por Alfonso VIII

Los riojanos que se sacrificaron por Alfonso VIII

Militares de Diego López de Haro se hallaban entre los 200 cristianos que salvaron al rey en el castillo de Alarcos

Lunes, 1 de abril 2019, 18:58

El rey Alfonso VIII, recordado por la historia como el triunfador de las Navas de Tolosa, sufrió su más humillante derrota frente a las tropas musulmanas en la batalla de Alarcos, donde solo el arrojo de varios cientos de soldados permitió que pudiera salir con vida. El periodista Vicente G. Olaya acaba de publicar en 'El País' un avance del estudio realizado por la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) tras varias décadas de trabajos arqueológicos en el castillo de Alarcos (Ciudad Real).

El 18 de julio de 1195, después de casi veinte años de hostilidades entre Alfonso VIII y el califa cordobés Abu Yúsuf Yaacub al-Mansur, la gran batalla estaba a punto de teñir de sangre la tierra manchega. Pero en un alarde de soberbia, no quiso el rey castellano esperar la ayuda del monarca navarro Sancho VII El Fuerte, que llegaba desde el norte al frente de un nutrido ejército. A sus 37 años, lleno todavía de vigor, estaba seguro Alfonso VIII de que con la caballería pesada, formada por 10.000 jinetes al mando del riojano Diego López de Haro, mano derecha del monarca, y con una infantería tanto o más poderosa, podría derrotar al Miramamolín, que así era conocido el líder almohade la Península.

La Universidad de Castilla-La Mancha analiza los restos de las víctimas de los almohades en 1195

Abandonaron su campamento las huestes cristianas, con sus fatigosas armaduras y un sol de justicia. Mientras el enemigo mantenía sus posiciones, los hombres de Alfonso VIII permanecían a campo abierto hasta que, cerca del anochecer, regresaron presos de la sed y del cansancio. Al día siguiente, con los primeros rayos del amanecer, las huestes de Al-Mansur se desplegaron en el campo de batalla, perfectamente escalonados.

Si bien un tanto desordenada, la caballería cristiana embistió con tanto ímpetu como desorden, haciendo retroceder a las fuerzas alhomades y causando, tras varias tentativas, numerosas bajas y un repliegue estratégico. Pese a la muerte del visir Abu Yahya, que comandaba el ejército, los almohades no cejaron en su empeño y lograron mantener a raya a los castellanos.

Combate entre tropas cristianas y musulmanas (siglo XIII). :: Cantigas de Santa María. B.N.E.

El calor y el cansancio

Como en la jornada anterior, el calor y el cansancio hicieron mella en la caballería de López de Haro, que fue rebasada tanto por los flancos como por la retaguardia, así como en las nutridas huestes de infantería. Y fue en ese preciso instante de desconcierto cuando el Miramamolín ordenó el ataque masivo del resto de su milicia. Los cristianos, superados por la envolvente almohade, tuvieron que refugiarse en el inacabado castillo de Alarcos.

Los ágiles movimientos de la caballería musulmana, apoyada por expertos arqueros, provocaron una gran matanza. Allí sucumbieron los obispos de Ávila, Segovia y Sigüenza, Ordoño García de Roda, Pedro Ruiz de Guzmán y Rodrigo Sánchez, respectivamente; así como los maestres de la Orden de Santiago, Sancho Fernández de Lemus, y de la portuguesa Orden de Évora, Gonçalo Viegas.

Vista aérea del castillo de Alarcos, en Ciudad Real. Universidad Castilla-La Mancha

Consciente del descalabro causado por el enemigo, la prudencia aconsejó a Alfonso VIII una huida lo más rápida posible, cubierta por los caballeros de López de Haro y de otros soldados, que se sacrificaron para salvar al rey, cercados por 5.000 hombres de Al-Mansur.

Tras las excavaciones arqueológicas, hoy se sabe que fueron 200 los soldados que murieron en la defensa del fortín. Estaban amontonados en una fosa común, extramuros, mezclados sus restos con animales.

A los pocos sitiados que sobrevivieron, entre ellos el propio Diego López de Haro, se les permitió marchar no sin antes haber satisfecho una acaudalada recompensa.

La venganza de Alfonso VIII y de López de Haro llegaría en 1212, con la victoria en las Navas de Tolosa.

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