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La noche del 31 de marzo de 1578, lunes de Pascua por más señas, una estrecha callejuela de Madrid fue escenario de uno de los crímenes de Estado más negros y vergonzosos de la Historia de España. Regresaba a su mansión Juan de ... Escobedo, secretario de Don Juan de Austria –el incómodo hermanastro de Felipe II-, cuando tres sicarios armados le tendieron una emboscada. Sin mediar palabra, un habilidoso espadachín de apellido Insausti «atravesó su cuerpo de lado a lado» de una certera estocada, según narra el hispanista Geoffrey Parker en su biografía definitiva sobre Felipe II. Ni tiempo tuvo Escobedo de recibir confesión. El asesinato había sido orquestado por Antonio Pérez, secretario de Estado y ‘mano derecha’ del rey, posiblemente con su aquiescencia.
Dos de los asesinos, en entre ellos el propio Insausti, fallecieron poco después en extrañas circunstancias, así como dos ‘amigos’ y colaboradores de Pérez, los astrólogos riojanos Pedro de la Hera y Rodrigo Morgado: sabían más de la cuenta. El escándalo estalló meses después, tras la muerte de Don Juan de Austria, cuando desde El Escorial se ordenó el arresto de Antonio Pérez y de su amante Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli, la mujer del parche en el ojo y la dama de la corte más deseada de su época.
Desde el reinado del emperador Carlos V estaba la corte dividida en dos facciones. La ‘liberal’, con Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, a la cabeza, era partidaria de buscar un acuerdo en Flandes y combatir a Inglaterra. La ‘conservadora’, por su parte, al mando del duque de Alba, abogaba por endurecer la campaña militar en los Países Bajos.
Pero tras el fallecimiento de Éboli (1573), el secretario de Estado y mano derecha de Felipe II, Antonio Pérez, no sólo relevó a Gómez de Silva al frente de la facción ‘liberal’ sino que también se asoció con su viuda, Ana de Mendoza de la Cerda, princesa de Éboli, de cuyos encantos se había encaprichado el mismísimo rey. Además de amantes, Pérez no dudó en revelar secretos de Estado a Doña Ana, quien durante años traficó con ellos para beneficio de ambos.
Fue por aquel tiempo, como narra el profesor Lino Uruñuela en ‘Piedra del Rayo’, cuando «por la corte de Felipe II deambularon dos riojanos que alcanzaron gran poder y fama: Pedro de la Hera, clérigo nacido en Pedroso, experto astrólogo y vidente, y Rodrigo Morgado, de Alfaro, también astrólogo, que se convirtió en el confidente del poderoso Antonio Pérez».
Amigo, confidente y asesor del secretario de Estado en la ciencia de los astros, De la Hera conocía todos los entresijos de la corte, pues no había semana que no fuera consultado por Pérez sobre los vaticinios que lo aguardaban, según tomara una u otra decisión. También Morgado era íntimo de Pérez pues, además de organizar su caballeriza, ejercía como correo de enjuagues y amoríos entre su señor y la princesa de Éboli.
Aprovechándose de la creciente envidia de Felipe II hacia Juan de Austria, manipuló Antonio Pérez la ya de por sí intrincada relación haciéndole creer al rey que su hermanastro conspiraba contra él. De hecho, había designado a Juan de Escobedo, hombre de su confianza, como secretario y espía de Don Juan. Ocurrió, sin embargo, que Escobedo no sólo cambió pronto de bando y se mantuvo fiel a su nuevo amo sino que, además, reunió pruebas de los tejemanejes de Pérez y la Éboli y amenazó a ambos con hacerlos públicos si no apoyaban sus planes de pacificar Flandes e invadir Inglaterra. Y es que el objetivo del hijo bastardo de Carlos V pasaba por derrocar a Isabel I, casarse con la católica María Estuardo y reinar en Gran Bretaña.
Cuando Juan de Escobedo viajó de los Países Bajos a Madrid para exponer a Felipe II la estrategia de Don Juan, temió Antonio Pérez ser descubierto, por lo que azuzó aún más al rey contra su hermanastro y reclamó su plácet para eliminarlo. Fue entonces cuando Pérez consultó al astrólogo Pedro de la Hera sobre cómo y cuándo asesinar a su rival, a lo que el riojano respondió: «O muere en este mes de marzo o vivirá muchos años».
Tras dos intentos fallidos de envenenamiento, y dado que marzo llegaba a su fin, urgió Antonio Pérez a sus esbirros para que arreglaran una celada, que acabó con la vida de Escobedo a espadazo limpio. Mucho se sorprendió del suceso Felipe II cuando la conoció en su guarida de El Escorial, sin embargo, como señala el doctor Gregorio Marañón en su imprescindible biografía ‘Antonio Pérez. El hombre, el drama, la época’, «a Felipe II no se le puede absolver de una parte importante de la culpabilidad en este crimen».
Consciente de su culpa, protegió el rey a su secretario de Estado, quien comenzó a eliminar a cuantos sabían del crimen de Estado de Escobedo. Dos de los espadachines fallecieron al poco tiempo de manera inopinada y a los astrólogos riojanos Pedro de la Hera y Rodrigo Morgado les aguardaba el mismo fin, aunque en vez del acero probarían el veneno. Así lo cuenta el jesuita Enrique Herrera y Oria: «Hallándose De la Hera enfermo, y deseoso Antonio Pérez de deshacerse de él, le preparó un tósigo que tenía ya harto ensayado en otros a quienes hizo sus víctimas por análogos motivos, y que él las propinaba como una medicina a la que daba el nombre de quinta esencia». Además de saber más de la cuenta, el astrólogo de Pedroso traicionó a su benefactor cuando confesó a los hijos de Escobedo, que lo habían contratado para que adivinara dónde estaba el origen del crimen, que «el asesino era persona muy cercana a su padre y que había asistido a su velatorio», explica Uruñuela.
Y lo mismo ocurrió con Morgado, como se desprende de las actas del proceso judicial contra Pérez, pues el alfareño también probó la ‘quinta esencia’ en la ciudad de Valladolid
Enfermo y desalentado por el asesinato de su secretario, Don Juan de Austria –el héroe de Lepanto y, a diferencia del rey Felipe, único heredero de los genes militares de su padre– falleció meses después, durante el asedio a la ciudad belga de Namur. Junto a sus restos mortales también llegó a El Escorial su correspondencia, que dejaba bien a las claras que nunca conspiró contra su hermanastro. Ordenó entonces Felipe II la detención de Pérez y de su amante. La princesa de Éboli moriría en 1592, tras permanecer 11 años encerrada en su palacio de Pastrana. Antonio Pérez viviría hasta 1611 y daría muchos quebraderos de cabeza al rey Felipe hasta su muerte (1598) y a su sucesor, Felipe III.
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