La primera manifestación física de la rebelión de las comunidades fue el alboroto de marzo de 1519 en Logroño, cuando la casa del contador del conde de Aguilar de Inestrillas y señor de los Cameros –entonces Juan Ramírez de Arellano–, fue derribada por el populacho». ... Los insurrectos también hostigaron el monasterio de Valcuerna (Valbuena), extramuros de la ciudad. De inmediato, estallaron disturbios en Soria por idénticos motivos, afirmaba ya en 1991 el historiador e hispanista inglés Edward Cooper, quien ahora lo refrenda en su libro 'Siete episodios de la rebelión de las Comunidades de Castilla' (2019).
La agitación pronto se extendió a otras ciudades castellanas, principalmente a Segovia, donde la próspera industria de los paños sufría grandes dificultades para obtener la materia prima, o sea, la lana. El cabecilla de la protesta, Juan Bravo, pronto se convertiría en el líder comunero segoviano. Bravo era «sobrino malcontento del conde de Monteagudo y pariente de Fernán Bravo y de Carlos de Arellano».
Ante la gravedad de los disturbios, y por miedo a que se extendieran, envió la Corona al licenciado Rodrigo Ronquillo para que pusiera paz. Ronquillo –que será clave en la derrota comunera– se presentó en Logroño, realizó sus pesquisas y viajó a Soria, donde también había prendido la chispa.
De hecho, entre los insurgentes logroñeses se hallaban «algunos regidores y el corregidor mayor y otros muchos vecinos de Logroño, (que) a voz de ciudad hicieron derruir la casa de Martín González, contador del conde de Aguilar, y a entrar por fuerza en el monasterio de Nuestra Señora de Valcuerna, violando la inmunidad de la iglesia, y (tomando parte) en la muerte que acaeció de un vecino».
Días después, presentó el alcalde Ronquillo su informe ante la Cámara de Castilla: «Hallé a los de Logroño que procuran decolorar sus delitos diciendo que fue hecho a voz de ciudad para excusarse del castigo y de las penas particulares. Yo procuro lo contrario. Y así parecerá en el proceso que (el motín) es cosa de particulares».
La lana y otros productos
Argumenta Cooper que la Guerra de las Comunidades fue «desencadenada en 1520 por recursos económicos, en muchos casos entre la Mesta y la ganadería estante, agricultores y distintos intereses locales. No sorprende, al ser la lana la vertebración económica de Castilla». Así, el duque de Béjar y el conde de Aguilar de Inestrillas –tío y sobrino–, que con sus agostaderos en los Cameros y la Demanda eran magnates de la ganadería trashumante, ya habían firmado un pacto de ayuda.
En Logroño los insurrectos temían un castigo. Pero Carlos I solo pensaba en el trono de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, tras el fallecimiento de su abuelo paterno, Maximiliano I de Habsburgo. Y como el cargo imperial era electivo y los otros pretendientes (entre ellos el francés Francisco I) también lo ansiaban, ordenó el rey elevar impuestos para poder contentar a los votantes.
Elegido finalmente emperador, Carlos I de España y V de Alemania llegó a Logroño el 13 de febrero de 1520, camino de La Coruña, de donde partiría a Flandes y Aquisgrán para ser sucesor de Carlomagno. La ciudad le rindió pleitesía, temerosa aún de represalias.
No obstante, el día anterior había firmado el monarca en Calahorra órdenes para elevar más tasas con las que sufragar su viaje. La primera ciudad que supo del nuevo abuso fue Logroño, que carecía de mayor capacidad impositiva.
Tras la derrota comunera en Villalar, fue cuando Asparrot entró en escena. A principios de junio de 1521, las tropas de Francisco I, comandadas por André de Foix, asediaron la ciudad tras conquistar Navarra sin apenas oposición.
El 23 de abril de 1521 la batalla de Villalar puso fin a la guerra, donde las huestes realistas, muy superiores, aplastaron a los comuneros. Al día siguiente, tres destacados cabecillas, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron ejecutados por orden del licenciado Ronquillo, el mismo alto funcionario que ya había pacificado Logroño.
A otro de los líderes, el obispo de Zamora, Antonio de Acuña, que estaba en Toledo para auxiliar a María Pacheco, esposa de Padilla, algunos lo acusaban de buscar la preciada mitra toledana y sus tesoros.
Sin embargo, el desencuentro del prelado Antonio Osorio de Acuña con la viuda Pacheco, motejada la 'Leona de Castilla', empujó al ambicioso prelado a abandonar las tierras del Tajo y a buscar amparo en Francia. Cargado de riquezas y disfrazado de vizcaíno, a punto estaba el obispo Acuña de cruzar a Navarra cuando en Villamediana de Iregua fue apresado por el capitán Gonzalo de Oviedo. Ofreció el clérigo un oneroso rescate a su captor, quien desoyó el trato y lo llevó a la fortaleza de Navarrete, propiedad de su señor, el duque de Nájera. Acuña fue recluido el 24 de mayo de 1521. hasta que un año después el propio Ronquillo lo trasladó al castillo de Simancas. Bien hubiera querido Carlos V su ejecución, pero con la Iglesia había topado.
En septiembre de 1522, recibió Acuña en Simancas la visita del conde Enrique de Nassau, quien ofreció al emperador un rescate de 400.000 ducados por su libertad. Los avalistas serían el duque de Nájera, el condestable de Castilla y, posiblemente, el obispo de Astorga Álvaro Pérez de Osorio, primo de su homónimo Álvaro Pérez de Osorio, Grande de Castilla.
Igualmente, el marqués de Vélez, Pedro Fajardo, magnate del alumbre murciano, intercedió por el prelado comunero. De hecho, el primer duque de Nájera era primo de la primera mujer del marqués, de su madrastra y de su yerno. Manrique de Lara ansiaba la fortaleza de Fermoselle y otras tierras, mientras que el condestable pretendía el arcedinato de Valpuesta, en Burgos. Pero la inquina entre Manrique de Lara y Fernández de Velasco abortó el pacto.
Según Edward Cooper, Acuña esperaba alguna intervención en su favor por los nobles que se habían implicado en la rebelión al principio. Una figura crucial en la conspiración fue Lucas de Tauste, racionero y canónigo de Guadix. Entre 1522 y 1525 ocupó cargos clave en la diócesis de Zamora y preparó una posible fuga del obispo. De haber logrado salir de Simancas, la meta era Portugal.
Lucas de Tauste no era sino la mano ejecutora del poderoso marqués de Vélez, quien al principio simpatizó con los comuneros, pero finalmente se puso de lado de Carlos I para obtener el favor real. En realidad la trama de Tauste formaba parte de una lucha, a escala nacional, entre el marqués y el duque de Alba sobre el control de los recursos del Reino de Murcia.
Cansado de tanto esperar, el obispo Acuña asesinó a Mendo Noguerol, alcalde de Simancas, el 25 de febrero de 1526, pero le fue imposible salir del castillo. En cuanto el emperador supo del crimen, encargó a Ronquillo un juicio rápido. El 23 de marzo Acuña fue agarrotado y colgado su cadáver de una almena de la fortaleza.
Dos meses antes, en enero de 1526, en la logroñesa iglesia de Santiago se encastillaron Lope de Vergara, Antón Alguacil, Sancho de Viñaspre y los hermanos Álvaro y Pedro Gómez de Torres, casi todos ellos regidores o propietarios. Afirma el hispanista Cooper que fueron acusados de perturbar las elecciones contra Juan Hernández de Navarrete y Hernando de la Torre (escribano), regidores; el bachiller Francisco de la Torre y Francisco de Villoslada, diputados; y los ciudadanos el doctor Martín Fernández de Navarrete y Martín de Soria con Francisco Enciso; es decir, el poder establecido. Defiende el historiador inglés, que «el bando Villoslada/Navarrete alquilaba los pastizales del término municipal a rebaños de fuera, presumiblemente de la Mesta. Los atrincherados parecen ser excomuneros».
Y concluye Cooper: «Si Acuña hubiese seguido su ruta de fuga de 1521 (...), pudo esperar apoyo y refugio en La Rioja (Logroño, precisamente es donde aparecieron las primeras manifestaciones del movimiento comunero)».