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Pocas provincias de España habrá seguramente que puedan quejarse con mejor derecho que Logroño -«lo que se conoce comúnmente con el nombre de la Rioja»- de la injusticia con que la han tratado los historiadores antiguos y modernos. La indiferencia en unos, el espíritu de localidad en otros, y en muchos de ellos la falta de un verdadero conocimiento de los hechos más importantes do la historia, han sido causa de que una provincia que en todos tiempos ha desempeñado un papel importante en los sucesos de la Península, haya pasado casi desapercibida en la generalidad de las crónicas y narraciones españolas». Así de contundente arranca 'La Crónica general de España. Crónica de la provincia de Logroño' (1867) y, si nos atenemos a esta primera reflexión sobre la importancia que tanto en España como nosotros mismos damos a nuestro pasado, pocas cosas han cambiado en sustancia 150 años después.
La 'Crónica general de España o sea historia ilustrada y descriptiva de sus provincias, sus poblaciones más importantes de la Península y de Ultramar' (que así luce su nombre completo), fue publicada en doce volúmenes por los editores Rubio, Grilo y Vitturi entre 1865 y 1871 y estuvo dirigida por Cayetano Rosell, catedrático, académico y director de la Biblioteca Nacional. Se trata, en realidad, de una revisión de la 'Historia general de España' del Padre Mariana, escrita en latín en 1592 y traducida al castellano por el propio autor en 1601, que actualiza, casi tres siglos después, su historia, su geografía, su arte, su topografía, su demografía o sus hijos más eximios. Además, esta 'Crónica' incluye preciosas ilustraciones de monumentos y ciudades, personajes ilustres y mapas físicos y políticos, entre los que resaltan las panorámicas de Logroño, Haro o Cenicero o una litografía de la calle Mercado, con La Redonda al fondo, firmada por el entonces joven dibujante Urrabieta.
El relato de cada provincia fue escrito por un historiador o periodista, que en el caso de Logroño correspondió a Waldo Giménez Romera, redactor de 'El Diario Español' de Madrid. Apunta el autor que en 1860 La Rioja estaba dividida en nueve partidos judiciales y 187 ayuntamientos, su censo arrojaba un total de 175.111 habitantes, con 85.771 varones, de los que 46.519 eran solteros, y 89.340 mujeres, de las que 45.641 no habían contraído matrimonio.
En cuanto a su estado de instrucción, de los 85.771 varones censados, 40.613 sabían leer y escribir (casi la mitad), proporción no tan ventajosa en las mujeres, de las que sólo leían y escribían 16.362 (un tercio). «Tal estado de instrucción -argumentaba Giménez Romera-, unido al honrado y noble carácter de los riojanos, no ha podido menos de reflejarse en el cuadro que representa la estadística criminal. De 6.532 nacimientos habidos en el expresado año (1860), solo hubo 103 hijos ilegítimos; los delitos de todas clases no pasaron de 623, y entre ellos no se contó ningún suicidio».
Por lo que respecta a la riqueza territorial declarada por los ayuntamientos para la imposición de contribuciones, la cantidad total asciende a 40.400.837 reales, de los que curiosamente la ganadería concentraba 35.283.484 reales y la industria minera, 1.510.993. De hecho, la entonces provincia logroñesa contaba con 6.182 cabezas de vacuno, 5.014 de caballar, 11.324 de mular, 6.046 de asnal, 33.912 de cabrío, 11.970 de porcino y, ahí está la madre del cordero (nunca mejor dicho), 360.013 cabezas de ganado lanar. En total, una cabaña de 434.461 animales.
Además de describir los rasgos fundamentales de La Rioja en cuanto a su geografía, orografía, ciudades, santuarios y otros monumentos, se remonta Waldo Giménez Romera a la hora de arrancar su exposición histórica en Túbal -nieto de Noé quien, según la leyenda, fue primer ser humano que llegó a la Península Ibérica después del diluvio universal-, y concluye con la I Guerra Carlista (1833-1840), si bien alarga su relato a través de un destacado panegírico en honor al general Baldomero Espartero.
En este sentido, Waldo Giménez sitúa a La Rioja como «núcleo de la resistencia que Roma halló en España», destaca el papel de la ciudad celtíbera de Contrebia Leucade -situada en Aguilar del Río Alhama-, alaba la poderosa contribución de esta tierra en el «asentamiento de los godos», «la memorable batalla de Clavijo, que hizo perder tanto terreno á la dominación de los árabes en la Península» o «el encarnizamiento con que los reyes de Castilla y de Navarra se disputaron la posesión de un territorio tan rico y provechoso» como el riojano.
Entre los diferentes personajes ilustres que el autor incluye, además de Espartero, destacan Quintiliano, Gonzalo de Berceo, Navarrete el Mudo, Esteban Manuel de Villegas, el Marqués de la Ensenada, Martín Fernández de Navarrete, Juan Antonio Llorente y Martín Zurbano.
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