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Ricardo Ojanguren y Bernardo Sánchez, primer y segundo premio De Buena Fuente. Justo Rodríguez
Ricardo Ojanguren gana el XXVI Premio de Buena Fuente

Ricardo Ojanguren gana el XXVI Premio de Buena Fuente

El autor ha ganado con un relato sobre la Gran Vía de su infancia en los años setenta y Bernardo Sánchez es segundo con otro inspirado en el antiguo cine Olympia

J. Sainz

Lunes, 10 de febrero 2025, 12:23

La calle de la nostalgia. Dos relatos inspirados en memorias personales evocadas por la Gran Vía de Logroño han sido premiados en el XXVI Premio de Buena Fuente, dedicado a esta calle. Ricardo Ojanguren ha resultado ganador con 'Jardineras en el portal', una historia inspirada en sus recuerdos de infancia vinculados a esa arteria de la capital riojana. Y Bernardo Sánchez ha obtenido el segundo premio por el relato titulado 'Vía submarina', que bucea en la memoria del antiguo cine Olympia.

Ambos premiados ya ganaron hace años este mismo galardón, recuperado el año pasado por el consistorio logroñés de la mano de Fundación Caja Rioja. Sánchez lo hizo en la undécima edición, dedicada al ya desaparecido cuartel General Urrutia, y Ojanguren en 2001, cuando se puso el foco en la calle Laurel. Los dos autores aseguran sentir un «cariño especial» hacia este popular certamen y así lo han expresado este lunes en el acto de entrega en el Salón de Retratos del Ayuntamiento.

«La ciudad de Logroño es una de mis pasiones y me gusta escribir sobre ella», ha comentado el ganador. 'Jardineras en el portal' ofrece «el enfoque de la ciudad desde los ojos de un niño de los años setenta», según explica. Se trataba de un niño «que no vivía en el centro» y para el que la Gran Vía era entonces «un símbolo de éxito social y económico», un símbolo «de lo importante».

Por su parte, Sánchez, escritor y guionista de prestigio, también reconoce inspirarse en Logroño: «La ciudad me provoca y me provoca ficción». «La Gran Vía –dice– me llamaba como si fuera un puerto de mar, como espectador del cine Olympia».

En esta vigésimo sexta edición han concurrido treinta y seis originales, doce más que en la anterior, en la que resultó ganadora Carmen Lería y Valle Mozas. El primer premios se lleva los 3.000 euros con que esta dotado el De Buena Fuente y el finalista, un lote de libros. Ambos relatos serán publicados en la revista municipal, del mismo nombre.

El jurado ha estado compuesto en esta ocasión por la concejala de Cultura, Rosa Fernández, la responsable de comunicación de Fundación Caja Rioja, Estela Etayo, la periodista Esther Pascual y la directora general de Cultura del Ayuntamiento, Arantza Martín.

Un premio que «hace ciudad»

Durante la entrega del galardón, el presidente de Fundación Caja Rioja, Pablo Arrieta, destacado el hecho de que los relatos participantes «han recreado la historia de la calle, han recordado los usos de sus diferentes edificios, cine, hoteles, bares, espacios para el ocio juvenil como el Sport Club, han dado vida también a las estatuas que la habitan, han recordado momentos históricos y han recorrido los diferentes nombres que ha tenido a lo largo de su historia».

Finalmente, el alcalde Conrado Escobar, además de loar «la calidad literaria, originalidad y creatividad tanto de los relatos premiados como del resto de textos recibidos», ha subrayado que las dos obras ganadoras «han sabido plasmar a la perfección la emblemática Gran Vía logroñesa, un símbolo vital del corazón de nuestra ciudad». Ese mismo simbolismo que atribuye al recuperado De Buena Fuente, «un premio que hace ciudad».

FRAGMENTOS DE LOS RELATOS GANADORES

'Jardineras en el portal', viejas estampas con Logroño a los pies

'Jardineras en el portal', viejas estampas con Logroño a los pies

Ricardo Ojanguren, escritor aficionado de probado talento, describe una época en la que la Gran Vía era cuestión de clase:«Durante la semana podías tener cualquier pinta, ir con el buzo o con la bata, pero el domingo, después de misa, tenías que parecer un señor, tan señor como los que vivían en la Gran Vía. Y mi padre siempre nos lo decía: hoy es domingo y tu madre, los domingos, es la más señora de todo Logroño, y sus hijos también, como si viviésemos en la Gran Vía. Aún la recuerdo en verano con un vestido azul con flores amarillas, tan elegante del brazo de mi padre que ahora que no está la recuerdo, no sé, tan guapa como Sofía Loren o como Ava Gardner, porque era de ese estilo, muy morena y con una cara bellísima. Podía haber sido artista si mi padre hubiese sido alguien más importante. Y hasta lo de Paulino paseábamos todos juntos, despacio, como si la Gran Vía fuese nuestra. Y en lo de Paulino nos comíamos los calamares y los kases, bueno, mis padres un vermú, que ya lo he dicho antes, y después nos volvíamos a casa por el mismo camino. De vuelta, recuerdo que mi madre siempre le preguntaba a mi padre:

— Raúl —que así se llamaba mi padre— , ¿cuánto crees que costará un piso en la Gran Vía?

— No lo sé, Marisa —que así se llamaba mi madre—, pero igual te piden 300.000 pesetas.

— Pues no te lo vas a creer, Raúl —le decía mi madre—, pero siempre sueño con ser rica y levantarme de la cama a las 10 y salir a una de esas terrazas en bata, antes de desayunar, y ver Logroño a mis pies, como si fuese la mujer del alcalde. Ya sé que no va a pasar pero, ¡jo!, ¡cómo me gustaría!».

'Vía submarina', una odisea nostálgica del antiguo Olympia

'Vía submarina', una odisea nostálgica del antiguo Olympia

Discípulo de Azcona, cineasta y escritor, Bernardo Sánchez vuelve al cine Olympia en su propia odisea:«Esa mañana –escribe–, y para no salir ya nunca, ingresé en el fondo del mar; que imaginé sería también, lógicamente, el fondo común de Gonzalo de Berceo, de San Antón, de la República Argentina y de mi ciudad en general. El de la ciudad en general. Pues sus lechos estarían comunicados por algún túnel subterráneo y misterioso.

Una ciudad alfombrada por corales, surcada por tiburones y por pulpos de tentáculos inacabables y óculo de Polifemo. Y patrullada por una legión de seres con escafandras que caminaban con una lentitud irreal. Y –lo más importante– navegada por otro submarino muy distinto al de mi abuelo: el Nautilus. En color y gigantesco. Un monstruo marino más. Encrestado con una sierra acerada. Y con un gran ojo como los de los besugos que vendía la Luci en su pescadería...».

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