Rebelde con causa

En los primeros compases del filme el cineasta nos enseña estampas hogareñas y laborales de un matrimonio que dedica casi todo su tiempo a reflotar su explotación ganaradera. Están ahogados por las deudas, hace tres años que no se toman unas vacaciones e hipotecados por su sumisión a los imperativos de negocio que impone con autoridad la cooperativa del condado, bastión económico de la zona.

Este preámbulo de corte naturalista, íntimo, queda resuelto bajo el manto del drama luctuoso. Pronto, el personaje central del relato, Inga (Arndis Hrönn), queda viuda y el argumento se decanta por el filo de la denuncia. Angustiada por el peso del sentimiento de culpa y el resentimiento contra un sistema de abuso de poder ejercido por una empresa que actúa como una mafia y a la que culpa de su situación, se viste de sindicalista y se aúpa al ring a encararse contra el monopolio.

Inga se erige como un ariete incómodo que pretende en solitario primero y buscando apoyos en la comunidad después la solidaridad necesaria para pelear contra la corrupción instalada en el norte del país ante la indiferencia de sus vecinos que la intimidan.

Una mujer sola, desarmada pero desafiante, quiere quebrar la injusticia generalizada en un entorno agrícola y ganadero donde una de las riquezas es la leche, el oro blanco al que alude el título, y sale al combate con un coraje y determinación que hasta Ken Loach hubiese aplaudido. El cine se nos ha llenado de chicas revoltosas y hay que ver qué bien les sienta el ímpetu.