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«Esto nació a raíz de ver en el periódico un anuncio para dibujar historietas al estilo de 'Roberto Alcázar y Pedrín'. Me puse en contacto con la librería Balmes y me lancé. Me dijeron que igual había mejores dibujos, pero que les había ... gustado más la acción del mío».
Los recuerdos del propio José Manuel Pajares (Logroño, 1937) son también una aventura vital que él mismo relata hoy con serenidad; la aventura del dibujante que pudo haber sido.
«Al ser menor de edad, mi padre firmó un contrato y me dieron mil pesetas. Y dije yo: joe, esto me soluciona la vida. Pero el segundo me lo pagaron a quinientas y luego bajó más».
Él mismo era el guionista. La trama iba surgiendo «sobre la marcha». Dibujaba a lápiz y luego repasaba a tinta. «La compraba en una droguería detrás del Ayuntamiento viejo. Medios no había casi ninguno. Era todo a base de inventiva».
«Hasta que llegó un momento que mi padre había montado un taller de coches y compaginar el trabajo de diez o doce horas, las manos sucias... y el dibujo... Noches enteras discurriendo... Ya al final mi padre me dijo: mira, hijo, déjalo porque esto no puede ser».
Incluso llegó a hacer un curso nocturno en la Escuela Industrial. Pero su destino o las necesidades de la época eran diferentes. «Yo quería seguir con el dibujo pero hacía más falta el condumio. Tuve un oferta de Metal Gráfica para dibujar en latas de conserva a punzón. Le dije a mi padre que me iba, pero él me dijo que el taller era más seguro... Y entonces había que hacer caso a los padres. No había otra».
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