A propósito de lo sucedido en Burjassot
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Todos estamos consternados, una vez más, por lo sucedido en una casa abandonada del pueblo valenciano de Burjassot.
Yo no pretendo ofrecer un juicio de valor de este caso concreto. No tengo datos ni me corresponde hacerlo. Sí considero interesante ofrecer a mis lectores mi ... modesta reflexión sobre cómo se puede llegar a que en la sociedad española de 2022 un grupo de chicos quede con unas niñas en una casa abandonada. Quedan, ¿para qué? Y las niñas, ¿no sabían del peligro al que se exponían?
El tan cacareado lema «no es no», que por supuesto suscribo y hago mío por muy lejos que me encuentre de los postulados podemitas, no ha salvado a estas niñas, ni ha dotado de sentido común y respeto a los agresores. Parece que sirve para muy poco lanzar soflamas reivindicativas que culpabilizan a unos sobre otros, soflamas que nos restriega por la cara, un día sí y otro también, ese feminismo asociado a movimientos políticos de izquierdas.
Las violaciones siempre han existido. Esto es claro. Como es claro que hay que avanzar hacia su prevención y supresión absoluta y total.
También es claro que las fuerzas de seguridad que velan por los derechos de todos no pueden vigilar cada casa abandonada. Ni pueden ni deben. También es claro que los padres no pueden controlar completamente lo que hacen, dicen o publican sus hijos en las redes sociales. El uso que se puede hacer de los instrumentos modernos de comunicación –y el teléfono con internet es uno de ellos– suele ser el correcto a partir de cierta edad. Pero en más ocasiones de las deseadas no es así. Hay demasiada gente que aprovecha estos medios para apropiarse de la integridad, la intimidad y la dignidad personal del prójimo. Dicho en plata: es obsceno, injusto y perseguible, a todas luces, aprovechar estos medios para agredir a una víctima que encima es menor.
Es el momento de preguntarnos en qué factores de riesgo –personales o colectivos– podemos incidir para que, de una vez por todas, no se vuelva a repetir lo acaecido en Burjassot.
Una pregunta que yo me hago y que he escuchado a personas que tienen buena cabeza es la siguiente: ¿por qué siguen creciendo los casos de maltrato y las agresiones sexuales? Al hacerla, tengo muy presente el desmesurado gasto que se viene haciendo en políticas feministas y contra la violencia de género. ¿Se estudia, de verdad, por qué van a más cada día?
Los expertos denuncian que el acceso fácil a la pornografía está detrás de muchas de estas agresiones ¿No habría forma de hacer algún esfuerzo por vetar estos contenidos que llevan a la explotación sexual, a las violaciones y a las agresiones? ¿No convendría dejarse de tantas teorías sobre la identidad sexual y ofrecer una mejor formación sobre cómo proceder en caso de una agresión sexual?
Quiero hacer una llamada a los padres sin culpabilizarlos: el mundo no es bueno; en él hay cosas que sí y otras que no. Los contenidos que reciben los hijos han de ser adecuados según sus necesidades y capacidades. Toda iniciativa en este sentido será buena para reforzar a unos padres, a veces, sobrepasados en estos asuntos. ¿Cómo es posible que hayamos llegado al extremo de que un niño/a sufra una presión social horrorosa porque no tiene móvil? ¿Dónde está escrito que es obligatorio tenerlo a cierta edad?
Cuando hay hijos menores en casa, estos son lo primero en preocupación y en ocupación, sin olvidar, claro está, el trabajo y otras cosas.
El Estado debe dejar de meterse en todos los aspectos de las vidas de las personas y de las familias, sí debe centrarse, pero de verdad, en favorecer la vida ordinaria de la sociedad a la que atiende. El Estado está para la sociedad y no la sociedad para el Estado. Y este debe fomentar la responsabilidad individual y el apoyo a las familias. Si no, esto no va.
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