![Un prestidigitador de la guitarra en Santo Domingo](https://s2.ppllstatics.com/larioja/www/multimedia/201909/22/media/cortadas/48467261--624x394.jpg)
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La primera vez que Pablo Sáinz Villegas pisó el teatro Avenida, de Santo Domingo de la Calzada, tenía 13 años... y mucho que aprender. El pasado sábado, con 42 primaveras en su haber, volvió a subirse a las mismas tablas, pero esta vez con casi ... todo aprendido. Un escenario sobrio y vacío recibió al maestro, que lo llenó por completo 'solo' con las notas de su guitarra. ¿Solo?. Los aprendices de este instrumento valoran esta maestría de una forma más completa porque saben de la enorme dificultad técnica que encierra la guitarra hasta llegar a que hable, llore, celebre y, en definitiva, transmita los sentimientos del músico del mismo modo que un ventrilocuo se expresa a través de su muñeco. Y, atendiendo a eso que suele repetir, «cada nota es mágica, tanto para el que la toca como para el que la escucha», podría decirse del artista riojano que es un prestidigitador, que, ¡voilá!, regurgita de la nada sentimientos. Lo hace a juego de su voz y sus palabras, como si alguien, a su vez, pulsara sus cuerdas vocales para extraer de ellas la sensibilidad que transmite, y de también de gestos, como esa leve sacudida de sus manos antes de la ejecución de cada pieza, como si empujara hacia sus dedos lo que el corazón alberga.
Sáinz Villegas comenzó su concierto evocando aquellas piezas que pusieron banda sonora a su época de estudiante de guitarra, cuando aún ni imaginarse podía que viajaría por todo el mundo con ella dando recitales. Hoy, sin ir más lejos, le esperan en Amsterdam. Las primeras fueron los preludios 1 y 6 del compositor brasileño Heitor Villa-Lobos, con los que sus manos calentaron y el público rápidamente se fue metiendo en el concierto, que fue un escaparate de casi todo un poco.
No faltó en el repertorio la samba, el tango... «La guitarra es el instrumento más democrático del mundo, el de la gente», reiteró en relación con su omnipresente versatilidad. Y junto a piezas populares, como el 'Romance anónimo' con el que los alumnos de guitarra marcan un punto y aparte en su aprendizaje, interpretó otras inmortales: la «multiculturalidad» que encierra 'Recuerdos de la Alhambra'; el desconsolado diálogo con Dios del maestro Rodrigo por la muerte de su hijo en 'Concierto de Aranjuez', o, entre otras, ese 'Capricho árabe' que parece reverberar en las paredes de antiguos palacios nazaríes y almohades. Y para terminar, pañuelo al cuello en un guiño a San Mateo, una jota. Ahí ya el público reventó y puesto en pie aplaudió con las mismas ganas que el maestro puso sobre el escenario: con muchas.
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