El predicador del jazz, Immanuel Wilkins, llega a España

La música de Wilkins, desplegada en 'Omega' (2020) y 'The 7th Hand' (La séptima mano, 2022), encuentra el equilibrio entre lo cerebral y lo sentimental; entre lo técnico y la suavidad. Lo que los músicos llaman 'groove' conjugado con frases que calan en la memoria. Cuando el jazz no permite la salida de un mensaje interior, expresado en notas, algo falta. En su primer álbum, este joven criado en Filadelfia, mudado a Nueva York para estudiar en Juilliard y 'sideman' de músicos como Wynton Marsalis y Jason Moran, describía en 'Warriors' –su carta de presentación– figuras y fondos cromáticos y disonantes, que recuperan el estilo de los prodigios del 'bebop'.

Pero con imitar las estructuras legadas por Charlie Parker o Dizzy Gillespie no basta. Wilkins parece saberlo. Ni es suficiente con que sus promotores hayan logrado que la crítica recurriera a las comparaciones, algo fáciles por redundantes, de John Coltrane y Omette Coleman. Al primero le equiparan debido a la carga espiritual y la exploración intelectual de la fe y religiosidad (afroamericana), similar a 'A Love Supreme'. En efecto, hay reminiscencias musicales y se puede encontrar también un hilo conductor en el contexto social norteamericano, con el Black Lives Matters' de fondo. Pero aún falta camino por recorrer para llegar a los aportes musicales de Coltrane. Con el segundo, Coleman, le asemejan por la gran capacidad de improvisar de Wilkins.

Wilkins demuestra que tiene lo que hay que tener: la ejecución, el talento, la magia compositiva, una idea conceptual ambiciosa, el espíritu de ruptura y reto de los años cuarenta –al menos en buena parte de sus temas– y la dosis cerebral. Los eslabones de 'The 7nd Hand' están «encadenados» pues el tempo de uno acelera el del anterior, y así hasta el final de los siete temas y sus 60 minutos de duración. Aun cuando su repertorio contiene dosis de un 'cool' en su estado más puro ('Shadow', por ejemplo) también se sitúa sobre partitura en el mundo clásico. Atraído por lo sinfónico como otros 'jazzmen' antes que él (por ejemplo, Woody Herman, para quien compuso jazz el mismísmo Igor Stravinsky), Wilkins explica que en 'Omega' (producido por el pianista Jason Moran) hay una 'suite' de cuatro partes y su segundo se basa en «movimientos».

Sin embargo, en los temas contrapone la improvisación, con el temple de los ya mencionados Coltrane y Coleman, pero también de Charlie Parker, Sahib Shihab, Lester Young o Wayne Shorter. De los vivos hay algo de Archie Sheep y Charles Lloyd, y en una generación inmediatamente anterior se podría encontrar algún eco de Matana Roberts, incluso en su reflexión del momento en el que viven y la historia que les precede.

Todos ellos capaces, como Wilkins, de cumplir otro gran reto del saxofonista de jazz: entremezclar los armonios y silencios con su tema. Lo hace Wilkins que también se deja ir sobre las notas y trabaja en arreglos que abren espacio a los otros músicos. El saxofonista llega a España con su banda, ya acoplada desde su primer disco, compuesta por Micah Thomas, en el piano; Tyrone Allen, en el contrabajo, y Kweku Sumbry, en la batería. Piezas como 'Emanation' o 'Fugitive Ritual, Selah' son complejos diálogos. La densidad de la improvisación fortalece las líneas de las estrofas. Wilkins tiene ahora 24 años, lo cual no significa nada. A esa edad, Parker ya comenzaba también a sorprender al mundo.