Gregorio Marañón Abogado, empresario y académico
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Gregorio Marañón Abogado, empresario y académico
«La polarización es una enfermedad grave que afecta a las democracias»Gregorio Marañón (Madrid, 1942) tuvo durante la Transición un importante papel político, aunque en un discreto segundo plano. Su carrera profesional como abogado y empresario le ha llevado, entre otros cargos, a la presidencia de Logista y Universal Music Spain. Desde hace décadas es una ... figura esencial en la cultura española, como académico de Bellas Artes de San Fernando, presidente del Patronato del Teatro Real y consejero de numerosas entidades. Posee las más altas distinciones en el ámbito de la cultura en España, Francia e Italia. Nadie maneja más información que él en ese campo.
– ¿Cómo está la relación entre el sector público y el privado en la cultura en comparación con otros países de nuestro entorno?
– Después de casi medio siglo de democracia, pertenencia a Europa y crecimiento económico, las diferencias con los países de nuestro entorno se han diluido. También en lo que se refiere a la colaboración de lo público y lo privado en el ámbito de la cultura. El Teatro Real es un excelente exponente de ello, al ser una institución pública que cuenta con una relevante participación de la sociedad civil en su proyecto.
– ¿Cómo se gestiona la generación de identidad de un país cuando en él existen cada vez más identidades por razones diversas (religiosas, sexuales, lingüísticas, nacionales…)?
– Estoy convencido de que la pluralidad es también una riqueza cultural que se puede y se debe compartir. Esa identidad compartida es la mejor respuesta a la pluralidad que nos caracteriza. De alguna forma yo siento que también la cultura catalana, la gallega o la vasca son culturas que comparto. Espriu, Pla, Clará, Plensa, como Zuloaga, Unamuno, Chillida, Rosalía de Castro o el Orfeón Donostiarra, no pueden serme ajenos.
– ¿La cultura es solo un ámbito de paz o también puede serlo, de alguna manera, un tema conflictivo?
– La cultura no solo es un elemento de identidad, sino también de concordia, de acogida y de encuentro. Quien la utiliza como un instrumento de dominación… o de exclusión, está atentando gravemente contra la convivencia.
– Pero se habla de hegemonía cultural como de hegemonía económica o militar.
– La cultura se comparte y se respeta, no se impone ni se ultraja, y no olvidemos que, al margen de nuestra nacionalidad, nos debemos todos a una cultura cívica y democrática.
– Hay muchas quejas en ese sentido. En algunas zonas de España ciertos grupos políticos rechazan lo que consideran imposición, y en América Latina hacen lo propio con la cultura estadounidense.
– Como liberal, asumo que la cultura se ha utilizado a lo largo de la Historia como forma de asentamiento y expansión del poder. Y rechazo eso en nuestro mundo actual. Debemos ver la cultura como una riqueza compartible, sin imposición alguna.
– ¿La cultura no puede florecer sin la intervención de la Administración?
– Si una Administración pública pretende apoderarse instrumentalmente de la cultura, se equivoca, y debemos rechazarlo. Otra cosa es que se debe apoyar la Cultura –en su más amplio sentido– por razones de ese servicio público al que están obligadas.
– Hay algunos sectores culturales estructuralmente deficitarios y otros que son rentables económicamente. ¿Cómo se puede ayudar a los primeros y no alimentar la idea de que se subvenciona lo que gusta a las élites?
– Empiezo por señalar alguna inexactitud en esa creencia generalizada. Por ejemplo, el Teatro Real, a través de su actividad, genera una riqueza que luego tributa, y, según el estudio que ha hecho la consultora Deloitte, ingresa indirectamente en las Administraciones públicas más que de lo que recibe por vía de subvención. En cuanto a que la Cultura gusta a las élites, ojalá fuera así, y aún más, pues las élites cultas son valiosas en cualquier sociedad.
– Pero no solo hay élites en la sociedad.
– Claro. Otra cosa es la necesidad que tiene una sociedad moderna de que su Cultura tenga un sentido social, y precisamente por ello hay que financiar las grandes instituciones culturales de un Estado moderno: los museos, la música y la ópera deben estar al alcance de toda la ciudadanía. Si, además, presumimos de ser una de las principales potencias turísticas, también la cultura atrae al turismo, y, probablemente, al de mayor interés.
– El problema puede estar en la financiación de manifestaciones extraordinariamente minoritarias.
– Hay una inversión cultural mayoritariamente aceptada en todos los ámbitos. Pero hay que mantener un margen de innovación. El riesgo de mantenerse anclado al pasado es mayor que el de estrenar algo que resulte irrelevante. Es una inversión de futuro con alto riesgo, pero menor al de quedarse solo con la producción clásica.
– ¿Con las subvenciones no hay peligro de fomentar el amiguismo, de que los sucesivos gobiernos financien las producciones sobre todo de quienes consideran más próximos?
– Los que llegan a los distintos gobiernos suelen estrenar obras de quienes entienden más cercanos, pero ese es un riesgo universal y transversal. Lo es también a la hora de comprar vacunas o mascarillas. La Administración pública debe estar sometida a códigos de buenas prácticas, pero le aseguro que no hay más riesgo en la cultura que en otros ámbitos. Es la condición humana.
– ¿Por qué en otros países, quizá con Francia a la cabeza, la cultura es asunto de Estado y aquí no sucede?
– Recuerdo un encuentro con parlamentarios alemanes, en 2008, en el que me decían que, en su país, a diferencia del nuestro, en aquellos momentos de crisis económica, no se habían reducido las subvenciones al mundo de la Cultura… porque se consideraba que tenía un valor estratégico. Y esa es la clave, porque ciertamente lo tiene.
– Un asunto de Estado debería ser también la articulación de políticas que favorecieran el mecenazgo, y un gobierno tras otro van dejando sin ponerlas en marcha. ¿Es tan difícil?
– La Ley está redactada, solo hace falta un Gobierno que la apruebe.
– ¿Por qué?
– Comparto su curiosidad. No se comprende que casi 40 años después de entrar en Europa nos hayamos acomodado a leyes compartidas y sigamos sin tenerla. Confío en que el próximo titular de Cultura se lo plantee seriamente.
– Algunos artistas se identifican con determinadas opciones políticas y eso molesta en ciertos ambientes. ¿Debería despolitizarse la cultura?
– Como liberal, no concibo que podamos limitar en el ámbito de la Cultura –ni en ningún otro– las opciones políticas de los ciudadanos, salvo que se trate de culturas excluyentes. Tampoco creo que sirvan a la causa de la Cultura los que pretenden politizarla.
– Aunque quizá el problema es de la ciudadanía. En EE UU hay cineastas, por ejemplo, muy identificados con un partido y no parece que los votantes de otro dejen de ver sus películas.
– No creo que tener opiniones políticas sea algo peyorativo, sino un signo cívico de cultura. Otra cosa es ocupar cargos públicos y ponerlos al servicio del ideario del titular, cuando lo que se debe hacer es servir a toda la ciudadanía. De todas formas, creo que aquí tampoco debemos olvidar de dónde venimos.
Cambios en la Constitución
– ¿A qué se refiere?
– En EE UU, como en Francia, Reino Unido y otros países, hay una tradición democrática de siglos apenas interrumpida por algunos episodios. Aquí venimos de una dictadura y una guerra civil. Creo que de todas formas esas actitudes de rechazo a artistas e intelectuales por sus posturas políticas van a menos. En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, por ejemplo, jamás he visto que nadie cuestione una candidatura por una razón así.
– Cambiemos de tema. Usted ha dicho que la Constitución del 78 necesita algunos retoques. ¿En qué aspectos?
– Toda Constitución, después de 45 años de su aprobación, necesita una revisión, y más aún si recordamos las circunstancias en las que se redactó la nuestra. Pongo dos ejemplos significativos de lo que debemos reformar: la sucesión de la Jefatura del Estado que establece en nuestra Constitución una prevalencia del hombre sobre la mujer; y el hecho de que se dejó abierta la estructura territorial de nuestro Estado.
– ¿Cómo plantea cerrar este asunto?
– Fijando un modelo federal. Nuestra Constitución ya lo es en muchos de sus elementos. Ya me dirá si no cómo se explica que haya 17 parlamentos autonómicos, por ejemplo. Pero sería bueno que se hiciera esa ordenación con algo más de rigor. En Alemania y Canadá han hecho reformas no hace tanto y podrían ser un modelo.
– Con la perspectiva del tiempo transcurrido, ¿qué debería haberse hecho entonces de otra manera para evitar algunos problemas que hoy existen?
– Entonces se hizo lo que procedía y lo que era posible, y aquella Constitución ha regido el periodo más largo de libertad y desarrollo económico de la historia contemporánea de España. Se terminó con 40 años de dictadura, tras la Guerra Civil, y con una España dividida en tres, como dijo el presidente de la República en el exilio, Fernando Valera: la España franquista, la España silenciada del interior y la España del exilio.
– ¿Cómo se podría revertir la polarización que se da hoy en la vida política del país? Porque parece imposible pactar nada de importancia entre las grandes fuerzas en la situación actual.
– El gran problema de la polarización es que no se trata de una cuestión de nuestro país, sino de una grave enfermedad que afecta a las principales democracias occidentales. En la Fundación Ortega-Marañón hemos puesto en marcha un Seminario sobre la Polarización para estudiar a fondo este fenómeno y sus posibles soluciones. La respuesta tiene que venir de arriba, de unos líderes políticos que se entiendan y pacten no con sentido de Gobierno, sino con sentido de Estado.
– ¿Hay peligro de que esa polarización se traslade a la sociedad?
– Desafortunadamente, así está sucediendo y, a veces, para evitar el conflicto solo cabe el silencio. Pero no es asumible pagar un precio así. Me parece un peligro para la sociedad, pero no hay que caer en el fatalismo.
– ¿Qué le parecen las suspensiones de obras de teatro, presentación de libros y actos similares?
– La censura no es compatible con una visión liberal de la sociedad y la cultura. Cuando se opera con fondos públicos hay que hacerlo con inteligencia y con coherencia. No se puede financiar con dinero de todos cualquier ocurrencia. Ahora bien, es un terreno peligroso. Conceptualmente hay límites, y son los del buen sentido.
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