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Que en el periódico LA RIOJA coincidiesen durante años, hacia el último tercio del siglo XX, dos poetas como Manuel de las Rivas y Roberto Iglesias solo podía significar que o este es un diario lírico -que no lo es- o que la poesía solo ... da de comer al espíritu -que no es poco-. Quizás periodistas y poetas únicamente compartan las palabras: unas, escritas a golpes de máquina en un urgente y prosaico intento de narrar la actualidad; otras, dibujadas a pluma para, con suerte, deshilacharle unos flecos a la inmortalidad.
Si en algo se parecen los buenos poetas y los buenos periodistas es en que sus palabras son siempre honestas. Las de Roberto Iglesias lo eran en ambos casos. Así que, a la hora funesta de las semblanzas postreras, se impone abstenerse de halagos hipócritas y vanidades propias a costa del homenajeado. Roberto es de los que llaman al pan pan y al cretino cretino y sabe distinguir el significado de la palabra colega, fría y profesional, del de la palabra amigo.
Sería engaño ocultar que la suya con el periódico fue una fructífera y convulsa relación de amor y odio. Sus superiores, que lo eran solo en lo jerárquico, lo desterraron, uno a la carretera, un errar del que surgió 'La Rioja de cabo a rabo'; y otro, años más tarde, a cortar teletipos en la mesa de Secciones. Un último refugio en estas páginas fue su 'Caleidoscopio', pero aquella cabeza que retrataron Enrique Blanco Lac con los pinceles y Félix Reyes en un mármol rojo valleinclanesco, no se aguantaba sobre una sola columna de opinión; necesitaba un Partenón entero. Y entonces Roberto, con tanta elegancia como fuerza, dio el portazo en Vara de Rey 74 para levantar su propia utopía periodística entrando ya en el siglo XXI, la heroica revista cultural El Péndulo del Milenio, heredera al menos en lo sentimental de la recordada Calle Mayor. Aquel sí fue un hermoso intento de periodismo poético y de pensamiento que acabarían truncando la enfermedad repentina y seguramente otro mal aún peor, la economía.
Tampoco en lo literario ha sido cómodo el autor, entre otras cosas, de 'sonetones' satíricos disparados contra los mandamases de turno, que le valieron un par de querellas judiciales durante la Transición. Pero, si como poeta rebelde se ganó enemistades, como escritor culto hizo, más que discípulos, hermanos.
Manolo de las Rivas y él fueron figuras principales y referencia magistral de la mejor generación literaria riojana y de un grupo de poetas que iban a modernizar la escena logroñesa en años de grisura provinciana: con Ramón Irigoyen, Emilio Sagasti o José Ramo y el impulso de autores como Alfonso Martínez Galilea, Francisco Ibernia, José Ignacio Foronda, Pedro Santana, Juan Manuel González Zapatero o su querido Francis Quintana. Todo un manifiesto de aquella escuela fue su célebre 'Poetas provincianos'. Y, antes incluso, aquel 'Epitafio' a 'la católica, apostólica y romana muy noble y muy leal ciudad de Logroño' que allá por 1976 él sentía 'yacer en anímicos rebuznos con mezquina y pertinaz desolación'.
Las palabras de Roberto Iglesias Hevia, poeta periodista y periodista poeta, han contribuido a que desde entonces las cosas algo hayan cambiado, aunque seguramente todavía no lo bastante. Gracias, si es posible.
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