Y ahora, ¿qué pensará mi amigo Luis desde el cielo?
IGLESIA ·
Secciones
Servicios
Destacamos
IGLESIA ·
Mi amigo Luis de Moya es un cura que acaba de fallecer el pasado noviembre. Nacido en Ciudad Real, se licenció en Medicina y se ordenó sacerdote, incardinado en la prelatura del Opus Dei. El Luis que yo conocí era un cura joven, alegre, vitalidad ... y energía en estado puro, al que nada se le ponía por delante. Venía por Logroño periódicamente para echar una mano en la formación de los miembros de la prelatura, amigos y colaboradores. Un buen día –para otros un mal día– viniendo de Ciudad Real, su tierra natal, y ya en la Comunidad de Navarra, volcó con el coche de forma tan atroz que quedó paralizado del todo, tetrapléjico. Tenía 31 años. Un chaval. Hasta su muerte ha permanecido atado a su silla de ruedas, sin poder servirse de ningún órgano excepto la cabeza y el corazón. Solía decir que «podía hacer lo más importante para el ser humano: pensar y amar».
Ejemplos como el de Luis de Moya sirven de estímulo y de acicate para el común de los mortales, entre los que yo me incluyo. Luis no se vino abajo. Y da la razón: la fe le ayudó a salir adelante con optimismo. Honestamente y con sencillez yo también he aportado mi modesto testimonio con el cáncer. Como lo dan hombres y mujeres de mi entorno que están llevando con la cabeza bien alta y con energías renovadas situaciones muy similares a las vividas por Luis.
Postrado en su silla de ruedas, y a pesar del mal tan tremendo que padecía, fue un decidido defensor de la vida humana hasta su fin natural. Y no es lo mismo hablar de la vida y de la muerte, del derecho a la vida o a la muerte, desde un escaño del Congreso de los Diputados o del Senado que desde una silla de ruedas de por vida.
Hablando con Luis de la vida y la muerte, la pregunta que se hacía él desde su silla de ruedas era la siguiente: «¿Quién va a ganar con esta ley?». Una ley que, por más que la llamen «ley de una muerte digna», no deja de ser una ley de muerte. Es, a las claras, el reconocimiento manifiesto entre otras cosas de que las políticas familiares implementadas por los sucesivos gobiernos han sido un fracaso. La eutanasia será siempre un fracaso. En vez de reconocerlo, el Estado aprueba un desastre moral y ético en la propia columna vertebral de sus propios fines, que no deberían ser otros que defender la vida y nunca procurar la muerte.
Dos tercios de nuestra población lo componen –lo componemos– los considerados mayores y vulnerables. «Con esta ley de la muerte provocada se pretende buscar un atajo –como han advertido los obispos españoles hace cuatro días– que permita al mismo Estado ahorrar recursos humanos y económicos en los cuidados paliativos. La muerte no es la solución al problema de los enfermos terminales».
Y hay algo más que Luis y yo hemos compartido en estos últimos tres años, él desde su tetraplejia y yo desde mi cáncer, y que los obispos han denunciado de forma muy precisa: «La experiencia de los pocos países donde se ha legalizado nos dice que la eutanasia incita a la muerte de los más débiles». Y lo explican con un razonamiento que yo suscribo con los muchos enfermos con los que he hablado: «Al otorgar este supuesto derecho, la persona que se experimenta como una carga y un peso social –y hay personas que se sienten así– se siente condicionada a pedir la muerte cuando la ley la presiona en esa dirección». Esto es muy gordo, muy grave.
Insisto: ¿quién gana con esta ley? O mejor dicho, ¿quién va a perder con esta ley? No va a ganar nadie y vamos a perder todos. ¿Por qué? Porque estamos llamados por la propia naturaleza del ser humano –no entro ahora mismo en otros condicionamientos religiosos– a no abandonar nunca a los que sufren, a no rendirnos nunca; estamos llamados a cuidar y a amar a todos para dar esperanza. Y no olvidemos nunca, y ya voy terminando, que la falta de cuidados paliativos «es también una expresión de desigualdad social, ya que muchas personas mueren sin poder recibir estos cuidados, y sólo cuentan con ellos quienes pueden pagarlos» (del documento de los obispos).
Pido a mis lectores que reflexionen sobre este grave asunto y lo comenten en su entorno.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Cinco trucos para ahorrar en el supermercado
El Diario Vasco
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.