No tiene ni idea de los niños que ha traído al mundo pero asegura que son «miles». María Ángeles se jubiló después de más de cuarenta años de carrera profesional como matrona, pero algo en su interior le decía que todavía le quedaba mucho trabajo ... por hacer, así que cada año viaja a Benín como cooperante en una maternidad. A finales de este mes regresará a la misión de Fo Bouré cargada de material médico con el que ayudará a mejorar las lamentables condiciones en las que dan a luz las mujeres de esa zona. Charlamos con ella, antes de su sexto viaje, sobre África y su vida como matrona, profesión que le ha hecho «muy feliz» porque un parto es «lo más maravilloso del mundo».
-¿Cómo descubrió su vocación?
-Con 14 años mis padres me enviaron con unas monjas a trabajar en una clínica que trataba casos de cáncer mientras estudiaba el Bachillerato. Hice después Enfermería y, tras una estancia de dos años en Montpellier en una clínica de Neurocirugía, comencé a trabajar en el Hospital del Mar en cuidados intensivos. Todos los días se morían dos o tres personas, ya que traían a todos los enfermos que se encontraban por la calle. Ahí sólo veía muerte, así que me presenté a las oposiciones para matrona porque yo no quería ver morir todos los días, quería ver vivir. Me fascinó tanto que me emocionaba cada vez que veía nacer un niño, veía el milagro de la vida. Por eso yo soy matrona. Trabajé al principio en una clínica en Barcelona y, desde 1974 hasta mi jubilación, en Logroño. Me ha tocado atender a mujeres que no tenían Seguridad Social, a familiares, paisanos...
-Además fue profesora en el Colegio de Enfermería.
-Sí, en 1990 me nombraron profesora de la Escuela de Enfermería en Materno Infantil, fue una gran experiencia. Yo me esforzaba mucho para que las alumnas aprendieran mi materia, les pasaba del hospital restos de quirófano para que vieran abortos de diferentes semanas, placentas... y luego pasaban por mi unidad para las prácticas.
-¿Recuerda cómo fue el primer parto que asistió?
- Fue alucinante, me pareció precioso. Es maravilloso, aunque la gente diga lo que diga. En el momento que salía el bebé me emocionaba y cuando cortaba el cordón umbilical y ese niño respondía, yo lloraba de emoción, para mí es algo increíble. En todos los partos he llorado, en todos.
Cada año, desde el 2013, permanece unos meses en la misión de Fo Bouré para ayudar y enseñar a los auxiliares a atender en mejores condiciones los partos de las mujeres
-¿Cuál ha sido el parto más complicado que ha atendido o el más excepcional?
-Ha habido muchos partos que se complicaban. Recuerdo varios casos de niños que nacían 'muertos', en parada cardiorrespiratoria y conseguí que salieran adelante, otra que venía con las aguas meconiales verdes como puré de guisantes, casos de mujeres que habían estado demasiado tiempo en casa y en cuanto llegaban me daba cuenta de que el bebé había hecho un problema cerebral... También me ha ocurrido muchas veces estar atendiendo el parto y en vez de uno, nacer dos o tres niños. Piensa que hasta 1981 no había ecografías en el hospital. Después de salir el primero, mirabas y pensabas: ¡Vaya!, placenta con pelo... es otro niño. En cuanto a situaciones divertidas recuerdo una, por ejemplo, en la que yo le pregunté a la señora qué grupo y Rh tenía y me contestó que su marido tenía un R8.
-¿Qué cualidad hay que tener para ser matrona?
-Hay que tener mucha serenidad, porque el parto sabes cómo empieza, pero jamás como va a terminar. Yo cuando atiendo un parto, siempre estoy cantando o tarareando.
-Cuando usted dio a luz, ¿se lo imaginaba así?
-Mi primer hijo lo tuve con 33 años. Me costó un año quedarme embarazada, así que estaba feliz y contenta. Justamente estaba mi marido ingresado con diabetes y yo me puse de parto con siete meses. Fue un parto muy normal pero cuando me enseñaron al niño vi que tenía Síndrome de Down. A mi marido sólo le dije: «¡Mira qué bien!, ya tenemos un niño que no va ir al Servicio Militar». Yo estaba feliz, a mí no me importaba, lo quise toda la vida. Era un niño super dulce, la unión de toda la familia. Con 33 años murió porque nació con una cardiopatía congénita.
Cambio de vida
-¿Cómo surgió la idea de esta colaboración en África?, ¿por qué ese cambio en su vida?
-Me jubilé parcialmente del hospital, pero seguía con mi consulta de preparación a la maternidad. En el 2010 murió mi marido, que durante quince años luchó contra una demencia progresiva y muy severa. También tenía a mi hijo enfermo con un tromboembolismo pulmonar. Poco antes de morir mi hijo Ignacio, en el 2012, había ido a Tierra Santa en peregrinación y allí sentí que alguien me estaba diciendo que todavía tenía mucho trabajo por hacer, pero en mi mente y en mi corazón sabía que mientras mi hijo viviera me debía a él. Poco después de volver, empeoró y murió. Como siempre he sido feliz como matrona y sabía que muchas madres en África morían en los partos, pensé que podía hacer algo por ellas. Lo comenté con un sacerdote conocido y rápidamente me pusieron en contacto con Misiones y me enviaron a la maternidad.
«Ni siquiera había gasas, sólo una pinza oxidada»
Cada año, desde el 2013, permanece unos meses en la misión de Fo Bouré para ayudar y enseñar a los auxiliares a atender en mejores condiciones los partos de las mujeres
«Cuando llegué por primera vez no había luz y los partos los atendían con una linterna que, hábilmente, se ponían entre la oreja y el hombro, algo para mí muy difícil» explica María Ángeles. «¿Te imaginas atender un parto con una linterna? Al año siguiente ya llevé linternas frontales». «Ahora», relata, «Energías sin fronteras, con la colaboración de los misioneros riojanos, han hecho posible que tengan por lo menos una bombilla».
«Al principio la maternidad estaba atendida por dos auxiliares, sin matrona. Allí había una mesa para parir, toda oxidada, todo sucísimo. Entretanto te entraban gallinas, alguna cabra... No había mesa para dejar el material. Yo pensaba: ¿Y esto qué es?».
«El primer parto, ¡Uf!... no había gasas, no se podía escuchar al feto, no había aspiradores, sólo teníamos unas pinzas oxidadas, unos guantes de los normales sin esterilizar. Por supuesto, no había zapatos, gorro ni mascarilla. Atiendes el parto en unas condiciones... en fin, no había ni con qué limpiarle las mucosidades. Sólo un trozo de tela que la mujer se pone bajo su cuerpo. Yo, que venía de un hospital con las últimas tecnologías, no daba crédito».
«En la maternidad», narra, «hay una sala de partos con dos mesas. Si llegan más mujeres, paren en la camilla de la sala postparto o donde se puede. También hay una consulta de embarazo y una sala donde se vacuna a los niños. Fuera del recinto hay unas letrinas donde hacen sus necesidades y se lavan. No hay agua corriente, sólo un cubo con agua para lavarse».
Las condiciones de la maternidad «son deplorables y eso que es de pago, las que no tienen dinero dan a luz en casa o en la selva. Solamente van a la maternidad cuando el parto se complica y, si les tienen que hacer una cesárea, se las llevan en moto. Imagínate».
Recuerda especialmente un día que apareció una niña «como de cinco añitos con un balde en la cabeza. Yo oía llorar y al mirar en su interior veo un recién nacido más negro que San Fermín con placenta y todo. Su madre había parido en el campo, muy lejos y mandó a la niña con el bebé a la maternidad. Ella llegó dos horas después».
-¿Qué labor desempeña en la maternidad?
-Mi labor allí ha sido y es enseñar a los auxiliares a atender el parto con mejores condiciones y derivar a un hospital si se complica y hay que practicar una cesárea. También cómo usar la medicación para después del parto y, si no hay, explicarles cómo sustituir esa medicación. A las mujeres antes ni les tomaban la tensión, ni la temperatura, ni nada. Cada año llevo material nuevo para que tengan porque ahí no hay nada: sondas vesicales, gasas, pinzas, pinzas de cordón, un Sonicaid, un aspirador, todo lo necesario para saber el grupo y Rh, un hemo-Cué, que es para ver cómo están de hierro las embarazadas, antes diagnosticábamos la anemia mirándoles el ojo.
-¿Cómo es allí la vida de la mujer?
-Se atienden tres o cuatro partos al día en un pueblo de 2.800 habitantes. El 90 por ciento de las mujeres no saben su edad y se la calculamos por los hijos que tienen, sabiendo que el primer hijo lo pueden parir a los 14 o a los 17 años y que dan a luz cada tres. La media es de siete u ocho hijos. Las mujeres africanas son muy valientes, cuando dan a luz no se quejan. Nada más parir al niño se le pone su ropita de lana, bien tapadito y eso que estamos a 38 grados. Las madres no los besan, yo se los ponía encima, pero los rechazaban y eso que luego durante los tres años siguientes los llevan a la espalda. Después, se lavan la ropa con el agua del pozo y allí mismo en el campo o patio de la maternidad hacen lumbre y calientan la comida para todos los niños que tienen y para ellas. Y por último bañan al recién nacido con agua, estropajo y jabón.
En cuanto a los hombres, un musulmán está casado con tres o cuatro mujeres y, a veces, da la casualidad de que dan a luz dos mujeres del mismo marido, pero a ellos ni les vemos el pelo, los hombres allí ni se arriman.
-En su último viaje enfermó de malaria.
-Para viajar a África tienes que tomar un medicamento para evitar el contagio. El caso es que, como allí hay tanta necesidad, porque no tienen medicamentos ni dinero, cuando venían a la consulta de medicina general enfermos y llorando, les daba la mía. Yo pensaba que si llevaba cinco años sin ponerme enferma, ya no me iba a poner. Total, que el mismo día que volvía a casa, en Cotonú me picó un mosquito y a los diez días de llegar a España enfermé.
-¿Cómo se lo toma su familia?, ¿tienen miedo?, ¿lo tiene usted?
-A mi familia, sobre todo a mis hijas, les da pena que me vaya, pero ante todo quieren que su madre sea feliz. Yo no tengo miedo, sé que hay riesgos pero voy con la ilusión de poder hacer algo por aquella gente, pobres en dinero, pero ricos en amor.
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