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Una forma de definir 'Los comienzos' y la trilogía a la que esta novela da comienzo es señalar que estamos ante un texto cuyo autor ... se reconoce «no propenso a la geometrización», pero cree necesario incorporar en un prólogo los gráficos que explican los «movimientos internos y las tensiones» de su libro. En palabras de Antonio Moresco, con esta obra en la que trabajó durante quince años intentó superar las convenciones narrativas de modo que el texto fuese a la vez una recta y una curva: «No solo el movimiento o la inmovilidad, sino la inmovilidad dentro del movimiento y el movimiento dentro de la inmovilidad».
La lectura del libro sirve esta vez para entender el prólogo. 'Los comienzos' se divide en tres capítulos que podrían ser tres novelas y en realidad son algo así como tres versiones de una misma biografía. En la primera parte, el protagonista es un joven seminarista; en la segunda, un militante político radical y en la tercera un escritor. Cada capítulo se inscribe por tanto en una dimensión de la experiencia humana: la religiosa, la histórica y la artística. Además del protagonista innominado, las tres partes comparten personajes secundarios y obsesiones recurrentes. También la capacidad del narrador de volver sobre su pasado de un modo que tiene algo de elevación y de ruptura y lo sitúa en una posición de observador que trasciende la realidad atravesándola.
La apuesta de Moresco consiste en utilizar el lenguaje para decir lo indecible, pero no hay en él excesivas tentaciones vanguardistas. Lo suyo tiene que ver con el desplazamiento de la atención y la irrupción fantástica. Con frecuencia, el narrador parece más interesado en la luz o el tiempo que en los seres humanos que le rodean, todos atrapados, como él mismo, en un particular aislamiento. Esto se advierte muy bien en la primera parte, la que transcurre en un monasterio. Apenas dialogado, tiene este capítulo algo de inmersión en un mundo aproximado pero distinto. Su dinámica recuerda a la de los sueños y se extiende por la novela. Al escritor sin fortuna de la tercera parte, por ejemplo, le aparece de pronto un editor dispuesto a publicar su obra pero no encuentra el modo de acceder a un teléfono para ponerse en contacto con él. Es curioso comprobar cómo, pese a la constante inconcreción, el libro sigue una dirección fuertemente biográfica. De ese modo, el seminarista avanza hacia el sacerdocio, el revolucionario lo hace hacia el terrorismo y el escritor, probablemente, hacia el libro que tenemos en las manos.
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