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Las novelas de Chuck Palahniuk se dividen entre las que son marca de la casa y las que son absolutamente marca de la casa. Suelen ... ser mejores las segundas y 'La invención del sonido' pertenece a este grupo. Para entenderlo, basta con conocer a sus protagonistas. Uno es Gates Foster, un hombre destruido por la desaparición de su hija que se expone obsesivamente a los horrores de internet en busca de pedófilos. Tiene un plan disparatado que consiste en archivar las peculiaridades físicas de todos los agresores para identificarlos y hacerles sufrir en el caso de que se cruce con ellos. El narrador omnisciente y brillantemente lapidario —otro rasgo del mejor Palahniuk— pronto aclara que el plan no sale bien: «A Foster apenas le había hecho falta arañar la superficie de internet para que aquellos depredadores se aferraran a él, mandándole su corrupción y tratando de atraerlo a su mundo repugnante».
La otra protagonista de esta novela es Mitzi Ives, una técnica de sonido que gana auténticas fortunas surtiendo a Hollywood de efectos horrorosos que van desde los gritos a las cuchilladas, de los aplastamientos a las amputaciones: un repertorio sonoro que la industria del espectáculo requiere y que ella fabrica con resultados aterradores. Conocedora por tradición familiar de los mecanismos que activan algo que llama «subidón límbico», Mitzi lleva una vida tóxica para olvidar el modo en que se ha convertido en la mejor en lo suyo. «Mi trabajo es hacer que la población del mundo entero chille en el mismo momento», explica.
De un modo veloz y alterno, la novela sigue los pasos de Foster y Mitzi hasta que ambos se cruzan en sus respectivos caminos hacia el abismo. Como es habitual en las novelas de Palahniuk, ese camino es la crónica espectacular de una destrucción y tiene la forma de un sumidero. Como es frecuente en las novelas del estadounidense, el abismo final es colectivo, casi civilizatorio, y juega con alguna clase de fin del mundo. Alrededor de los dos protagonistas de la novela brillan secundarios impagables como Blush Gentry, una actriz de serie B en horas bajas, o el doctor Adamah, mezcla aproximada de chamán y Señor Lobo. Dos escenas de una comicidad salvaje elevan el texto al máximo nivel del autor. Una tiene que ver con la aparición de un desquiciado Foster en una convención de ciencia ficción; la otra, con una ceremonia de los Oscar transformada en un matadero. Al mismo tiempo, la novela es irregular y se resuelve en una especie de frenesí final en el que la peripecia se dispara. Ahí tienen otra de las características de Palahniuk: las dificultades para embridar un talento satírico de primer orden del que esta vez el lector sí recibe una buena dosis.
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