Orfandad figurada

Este hermoso y sublime retrato sobre el despertar de los afectos emocionales conquistó a los espectadores riojanos, pero también sus bellas imágenes y la honda calidez de su dispositivo visual aspiran al Oscar a la mejor producción internacional.

Las localizaciones rurales se han convertido en los últimos tiempos en una escenografía ideal para fijar dramas de diversa intensidad. Esta película, cuya acción transcurre a comienzos de los años 80, se desarrolla en la amplitud del marco agrícola/ganadero de una pequeña aldea de la campiña irlandesa. Aquí, en parajes bellos y envolventes, Cáit (impresionante la joven actriz Catherine Clinch), una niña de once años, vive con grisura al lado de sus abruptos padres y sus distantes hermanos. A punto de tener un hermano más, Cáit es enviada a pasar una temporada a casa de unos familiares lejanos. Crece el número de hijos inversamente proporcional al apego.

La premisa es sencilla y la chavala, un ser introvertido por falta de cariño y verdadero amor maternal. El planteamiento es transparente pero todavía es más luminoso el lazo humanista y sensitivo que nace en el seno del matrimonio que acoge a la desatendida Cáit.

Eibhlin (Carrie Crowley) y Séan (Andrew Bennett) forman una pareja reservada y agrietada por un duro golpe. Reciben con sensaciones opuestas la llegada de la criatura. Los tres necesitan exorcizar sentimientos. El bálsamo para curar heridas se muestra pautado con elegancia y ternura. Y su clímax te cala muy profundo. El público votó con criterio.