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J. Sainz
Lunes, 26 de febrero 2024
La huella de sus manos está en el quiosco de música de Haro, los Jardines de la Vega, el paseo de Vista Alegre, el pavimento de muchas calles o los caminos y repoblaciones forestales de otros pueblos de las inmediaciones. «Brazos forzosos para construir esa ... Nueva España levantada sobre la pólvora y la sangre y el sudor de los cautivos».
El historiador Tomás Llanos ha recuperado la historia olvidada de la prisión de las Escuelas Viejas de Haro durante la Guerra Civil, un lugar por el que pasaron 312 presos políticos entre 1937 y 1938 forzados a trabajar en la capital jarrera y su comarca. El libro, fruto de una investigación respaldada por La Barranca, se presenta este martes en el Ateneo Riojano (a las 19.00 horas). Su título, 'Trescientos pares de brazos'.
«Casi nadie recordaba estos espacios represivos de reclusión, no ya en La Rioja, sino en la propia ciudad», afirma Llanos. Ya existía la cárcel de Los Agustinos, pero en agosto del 37 fueron enviados a Haro doscientos primeros presos que, por cuestión de espacio, fueron encerrados en la llamada 'prisión habilitada' o 'provisional' de las Escuelas Viejas.
Oficialmente se referían a ellos como 'presos gubernativos'. Procedían en su mayoría de las cárceles de Logroño y fueron utilizados como mano de obra en obras locales. Algunos también fueron desviados a otros lugares, como Santo Domingo o Villalobar, empleados igualmente en labores municipales y arreglo de caminos.
Los jóvenes enseguida eran reclutados para el frente, por lo que la mayoría de los presos rondaba los treinta o cuarenta años de edad. Casi todos eran de la provincia, campesinos en su mayoría, pero había también albañiles, alpargateros, carpinteros, zapateros, dependientes de comercios, peones y obreros, mecánicos, empleados en general y hasta el maestro de Logroño Pedro Pueyo.
Para algunos de ellos fue su último destino. El contratista Gregorio García Viguera, miembro de Izquierda Republicana, murió en el Hospital Provincial tras enfermar en prisión. El camerano Julián León Sáenz, murió en esa cárcel, donde estaba preso porque su hijo había desertado.
En realidad, recuerda Llanos, «su delito eran sus ideas; se vieron encerrados aquí, forzados a trabajar sin otra remuneración que conservar sus vidas, siempre y cuando no se les ocurriera injuriar al Generalísimo». Como Ramón Pérez Gómez, de Islallana, miembro de la CNT y también de Izquierda Republicana, que fue muerto por disparos de la Guardia Civil durante su traslado de Haro a Logroño para ser juzgado. Según el informe, «se cagó en Franco».
El investigador vasco de origen riojano, Tomás Llanos, autor también de 'Forjando buenos españoles. El olvidado campo de concentración de Haro' (que funcionó entre 1938 y 1939) afirma «que la antigua prisión habilitada de Haro, al igual que el propio campo de concentración, tendrían que ser considerados lugares de memoria». «Un lugar de memoria –añade– que nos moviera a la reflexión, que sirviera para impedir que hechos como los vividos en este espacio, tan contrarios a la ética humana, vuelvan a repetirse. Y un lugar de recuerdo, de mínimo reconocimiento para aquellos trescientos hombres sin delito alguno». Sin embargo, lamenta, «hasta el momento, solo son lugares de olvido e impunidad».
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