Cuando sonó el primer aviso se disponía Diego Urdiales a matar a su primero. Diez minutos habían pasado desde que tomó la muleta y desde que pensamos que aquello había acabado en aquel instante, porque al cuarto muletazo rodó el animal por los suelos. Ya ... sabíamos que aquello iba a ocurrir, lo presentíamos porque desde el mismo momento que pisó el ruedo de Almazán el toro de Soto de la Fuente comenzó a perder las manos. Entre protestas saludó Urdiales con el capote, lo castigó poco en varas y lo banderilleó la cuadrilla con sumo cuidado. Pero desde aquello hasta que lo arrastraron las mulillas tuvo miga la faena. Urdiales lo trató de llevar, sin exigirle, por supuesto, porque a la mínima, al suelo. Siguió intentándolo, una y otra vez, a media altura siempre, en recto el trazó, sin forzar porque el toro no podía, aunque repetía y quería coger los vuelos. Hubo retazos muy buenos, y dos series que llegaron, una por el zurdo y la otra por el pitón derecho. El oficio y la inteligencia de Urdiales para armar la faena hizo que en ese toreo cuidado saliesen muletazos de interés.
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Le robó Diego algunas verónicas al cuarto, en las que meció el capote con gusto mientras sacaba al toro hacía los medios. Pronto comenzó a afligirse el animal. Mantuvimos la esperanza, porque en esto del toreo, ya saben, no hay guiones. Pero llegó a la muleta sin emoción y con escasa entrega, insuficiente para que fluyese ese toreo que nos hace olvidar. Se derritió pronto la faena como un helado al sol, en la que hubo un trasteo notable, cadencioso y medido, dentro de lo que le permitió el astado, que fue poco. Los 'santacolomas' de Ana Romero le esperan ya este domingo en los chiqueros de Calatayud. Otra historia.
Plaza de toros de Almazán (Soria). Se lidiaron toros de Soto de la Fuente, muy desiguales de presentación y de juego variado. El 1º, repetidor pero inválido; el 2º, imposible, no se mantenía en pie; el 3º, iba y venía pero sin entrega, soso; el 4º, sin entrega ni emoción; el 5º, con chispa y algo protestón, se quedaba corto; y el 6º, paradote. Media entrada.
Diego Urdiales, de verde oliva y oro. Aviso, estocada contraria, aviso, (saludos). Pinchazo, estocada delantera (saludos).
Rubén Sanz, de catafalco y azabache. Estocada (saludos). Media estocada trasera (oreja).
Juan Ortega, de grana y oro. Gran estocada (dos orejas). Estocada (ovación).
No hubo en la faena al tercer toro series rotundas, pero sí que en cada una de ellas pinceladas de pellizco fuerte en el estómago, de ese toreo que llega al alma sin billete de vuelta. Tanto al natural como por el pitón derecho, y los remates, extraordinarios. Juan Ortega estaba en escena y nos hizo olvidarnos por un momento del esperpento vivido esta semana con las declaraciones de la alcaldesa socialista de Gijón con las que prohibía los toros por el nombre de dos de ellos. Con gustó hizo el toreo, atornillado al piso, despacio y dominando con sutiliza los vuelos de la muleta. Con una gran estocada rubricó una obra con la que disfrutamos. La faena con la que cerró la tarde pasó pronto al olvido.
Rubén Sanz le puso ganas. Es un torero que tiene personalidad y gusto, pero es de los muchos olvidados del escalafón. Al primero le fue imposible armar faena, estaba ante un toro que le costaba mantenerse en pie, y a su segundo, lo trasteó bien, quizá le faltó algo de mando para tirar del toro que tenía chispa, pero solventó la papeleta como pudo y cortó una oreja.
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