Obispo y mártir
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Daniel Ortega ha despojado de todos sus derechos y de la nacionalidad nicaragüense al obispo Rolando Álvarez, condenado a 26 años de cárcelEl pasado cinco de febrero escribí en esta sección acerca del padre de familia y modesto autónomo Diego Valencia, asesinado en plena calle de Algeciras por su condición de creyente cristiano y católico. Yo le calificaba de confesor y mártir.
A lo largo de dos ... mil años, muchos católicos –innumerables– han sido asesinados por lo mismo: jóvenes, viejos y niños, papas, obispos, curas, monjas y laicos, ricos y pobres... Entregaron su vida por Cristo y no quisieron renegar de su amor a Él. ¿Quiénes les quitaron la vida? Los dictadores de siempre: emperadores romanos, reyes y generales islamistas; presidentes, cancilleres y otros políticos modernos como Hitler o Stalin, Amrullah Saleh, Kim Jong-un, Muham-madu Buhari y otros, que no soportan tener frente a sí hombres y mujeres de recta conciencia.
Se estima que en el mundo hay alrededor de 370 millones de cristianos que viven en regiones donde sufren algún tipo de discriminación por su fe. Dicho de otro modo, uno de cada siete bautizados. Según las ONG Puertas Abiertas y Cruz Roja, el fenómeno se ha visto en constante aumento por la cancelación de libertad de movimiento impuesto a causa de la pandemia. El papa Francisco ya ha denunciado que hoy hay más mártires que en toda la Historia.
Últimamente ha saltado a la palestra la resistencia pasiva, pero muy efectiva, que se da en Nicaragua en contra del dictador Daniel Ortega, su esposa (la vicepresidenta Rosario Murillo) y sus acólitos. El pasado domingo recibíamos la información de que 222 nicaragüenses –calificados por el régimen como presos políticos– eran excarcelados por Ortega, y mandados de inmediato –sí o sí– a EE UU. Entre ellos, un nicaragüense concreto, al que Ortega desde su posición de 'padre y bienhechor de la humanidad' ha calificado de «traidor a la patria» y acusado de «menoscabar la integridad de la nación» y de «divulgar noticias falsas» sobre el régimen.
¿Saben ustedes quién es ese traidor a la patria que no ha querido exiliarse a EE UU, sino quedarse en Nicaragua para seguir defendiendo el derecho de los nicaragüenses a vivir en su casa con un gobierno digno? ¡Un obispo! El obispo Rolando Álvarez (56 años), a quien Ortega ha despojado de todos sus derechos, ha retirado su nacionalidad nicaragüense y ha condenado a 26 años de cárcel, a través del llamado Tribunal de Apelaciones.
Un día escribí que los católicos no salimos a la calle a protestar porque alguien niegue la divinidad de Jesucristo o la validez del sacramento del Bautismo. ¡No! Salimos a protestar, con otros muchos hombres de bien, creyentes o no, contra los opresores de los derechos humanos, contra los que meten en la cárcel a los que defienden la libertad de conciencia, contra los que matan a inocentes o esclavizan, contra los políticos que atacan a los que no piensan ni opinan como ellos. Porque un católico de a pie no puede aprobar la violación sistemática de cualquier derecho humano (a mi pensamiento llega el caso del aborto en España). Tampoco sostener con su voto a los que hacen eso.
Un católico coherente (no es fácil serlo) sabe cuánto ama Dios a la humanidad, cuánto se entristece ante la desunión y los ataques a los hermanos y cuánto descansa su corazón en quienes viven con fidelidad su filiación divina, procurando ayudar generosamente a sus hermanos, los otros hijos de Dios, especialmente a los más necesitados de libertad, pan, salud, educación, etc.
El obispo Álvarez ha sufrido (sufre) persecución, acoso, amenazas y cárcel por defender los derechos de sus hijos, los cristianos que están bajo su protección pastoral, por mandato de Cristo. Y lo hace plenamente consciente de que ello beneficia a todos sus conciudadanos. Ortega –cínicamente– le acusa de soberbio por negarse a marchar a EE UU. El obispo, puesto por el dictador en el centro de su persecución contra los católicos nicaragüenses, afirma quedarse para que los que se iban a EE UU fueran libres de verdad: «Yo pago la condena de ellos».
¡Obispo y mártir! Como en los viejos tiempos ¡Qué pena y qué orgullo!
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