El obispo que esperamos
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«Me atrevería a sugerir que es bueno que sirva en la diócesis tiempo suficiente para sacar adelante metas apostólicas que den frutos»Escribo esta columna, precisamente, el pasado 26, fiesta en la Iglesia de los santos Timoteo y Tito, los dos primeros obispos de la Iglesia tras los apóstoles. Hay una carta muy significativa que Pablo escribe al primero, a Timoteo, en la que le marca las ... pautas de lo que debe ser el ejercicio correcto de su función episcopal y que les invito a leer para que entiendan mejor de qué va todo esto de un nuevo obispo.
A lo largo de los siglos, aquellos consejos de Pablo se han visto sumamente enriquecidos, no solo con la sabiduría y la ciencia de ejemplares como Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, Gregorio Magno o Juan Crisóstomo, sino, sobre todo, por su vida ejemplar. Lo mismo habría que decir de obispos españoles de la categoría de Ildefonso de Toledo, de Isidoro de Sevilla o de Pedro Lepe. Yo siempre he manifestado mi satisfacción por la oportunidad que Dios me ha dado de colaborar con obispos como Francisco Álvarez que me llevó a trabajar a su lado, Ramón Búa, Juan José Omella y Carlos Escribano, de los que he sido un modesto colaborador, pero a mucha honra. Ninguno de ellos ha sido un 'príncipe' de la Iglesia, sino un verdadero servidor. Doy fe.
Desde el pasado noviembre, estamos en la diócesis riojana sin obispo, lo que técnicamente se llama 'sede vacante'. Esto puede acaecer, o bien, porque se muere el obispo, o porque renuncia ante el Papa y este le acepta la renuncia, o es trasladado a otro sitio. Lo primero que hay que hacer en esta situación es nombrar un Administrador Diocesano. Este no es designado a dedo por nadie, sino elegido por el llamado Colegio de Consultores que en la Rioja son once sacerdotes. Está establecido, como no podía ser de otro modo, que el Administrador debe destacar por su doctrina y prudencia. Esto lo cumple, y con creces, nuestro querido y buen amigo Vicente Robredo, que ha sido vicario general de los dos últimos obispos que hemos tenido. Cesará en su cargo el día que tome posesión el nuevo obispo que nos designen.
¿Quién lo va a designar? El Código de la Iglesia establece que «el Sumo Pontífice nombra libremente a los obispos». Es evidente que el Papa no puede conocer la vida y milagros de los más de seis mil obispos y los casi medio millón de curas que hay en la Iglesia. Pero para eso están los nuncios, las conferencias episcopales, y, también, el parecer de gente del clero y de laicos que destaquen por su sabiduría, que también pueden ser consultados en secreto y por separado.
A la hora de encarar la presencia en La Rioja de un obispo nuevo, al pueblo creyente, en general, lo que le preocupa es que sea un buen obispo: todo lo demás le tiene sin cuidado. Y al no creyente, o no practicante, todo este asunto le resbalará o lo considerará muy secundario en su vida. El Papa Francisco, recientemente, mantuvo una reunión con los obispos que él había nombrado en el último año. Y les hizo algunas sugerencias que nos pueden servir a todos los que amamos la figura del obispo en la Iglesia, y para orientarnos en lo que realmente debemos esperar de él.
Por supuesto que el obispo se ha de preocupar de la pandemia, faltaría más, pero deberá tirar hacia una altura de miras que nos eleve un poco más a los creyentes a darnos cuenta de que Dios nos ama, y que, a través del obispo, ese Dios se nos hace más cercano de lo que nunca hubiéramos podido imaginar. Por eso, esperamos un obispo que tenga experiencia de la cercanía de Dios en la oración y en la ternura.
Yo me atrevería a sugerir –después de una experiencia de más de cincuenta años– que es bueno que el obispo sirva en la diócesis el tiempo suficiente (pongamos unos quince años) para sacar adelante metas apostólicas con serenidad y constancia, que den frutos. Esto en cuatro años no se puede conseguir. La pastoral no se ejerce a base de ordeno y mando: hace falta paciencia, reflexión, mucha oración y tenacidad en su seguimiento. Hace falta tiempo.
Y ya una última cosa. La figura más apropiada para el obispo es la del pastor. Este siempre debe ir por delante –ejemplo y ánimo–, nunca por detrás. Debe llevar al rebaño a buenas aguas de doctrina y de fe, no a charcas absurdas. Y atento al lobo. Que existe, que acecha y que muerde. No lo duden.
Con todo, tengan paz, recen un poco por ello, y verán que tendremos un buen obispo.
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