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Si bien Napoleón Bonaparte apenas visitó La Rioja, tan solo de paso en sus viajes entre San Sebastián y Madrid, el emperador francés siempre tuvo en cuenta la importante situación estratégica de la región que, en cambio, sí conoció bien su hermano, el rey José I, quien aquí fue bautizado como 'Pepe Botellas'.
La nueva película sobre Napoleón, cuyo personaje protagoniza el actor Joaquin Phoenix, bajo la dirección del mítico Ridley Scott, nos retrotrae a esa primavera de 1808 y, también, a la Guerra de la Independencia.
«Logroño fue la primera ciudad que proclamó los derechos ultrajados de nuestro amado y cautivo soberano y vertió su sangre la primera por la defensa y la independencia de la nación, vilmente asaltada por un pérfido y bárbaro enemigo». Así lo confirma Joseph A. Colmenares, comisionado regio de la provincia de Soria, bajo cuya administración se encontraba la futura capital riojana.
El 30 de junio de 1808 los logroñeses se amotinaron contra el ejército imperial galo, lo que obligó al general Verdier –conde del Imperio y grande oficial de la Legión de Honor– a enviar a 1.500 infantes y cuatro piezas de artillería para «hacer con esta ciudad un ejemplo severo». Mientras las autoridades locales ordenaban el alistamiento de todos los hombres útiles entre 18 y 40 años, Verdier situó sus piezas artilleras en el monte Corvo, desde donde castigó el casco urbano con fuego a discreción. El antiguo convento de Valbuena sufrió los embates de los proyectiles, que allanaron el avance a la infantería. Pese al castigo infligido, los patriotas sublevados mantenían bajo control el puente sobre el Ebro, hasta que el enemigo cruzó el río por Elciego y tomó la plaza a través del camino viejo de Fuenmayor.
A la primera acometida de los soldados franceses, los bisoños defensores se dispersaron sin apenas resistencia, facilitando el asalto final. Ordenó Verdier la ejecución de no pocos de los insurrectos, que fueron fusilados o muertos a golpe de bayoneta. Pero no todos se rindieron. Un nutrido contingente de logroñeses consiguió huir y agruparse, junto a vecinos de otras localidades, en un batallón de resistencia. Perseguidos por las tropas napoleónicas, los insurgentes riojanos plantaron batalla cerca de Fuenmayor. Sin embargo, la superioridad gala era tal que se vieron obligados a dispersarse.
Verdier emitió un durísimo bando el 1 de junio en el que Napoleón perdonaba la vida a los logroñeses pese a su altanería: «Habitantes de Logroño: Os habéis sublevado contra las legítimas autoridades. Habéis tomado las armas contra tropas que han visto huir delante de ellas por espacio de quince años los Exércitos de la Europa, reunidos contra ellas. Vuestra conducta insensata merecería la muerte, la destrucción de vuestras familias, y la de vuestras propiedades, si la clemencia de S. M. el emperador mi amo y el vuestro (léase Napoleón), no fuese superior a vuestra locura como el sol de la tierra. A este grande hombre es a quien debéis la existencia. Dadle gracias de un beneficio que debíais esperar; presentaros humildes y respetuosos, pidiéndole perdón de un error que no debe reincidirse».
En el verano de 1808, la corte del monarca José Bonaparte tuvo que huir de Madrid ante el avance del ejército español, envalentonado tras la victoria en la batalla de Bailén. Se vio obligado José I a avanzar hacia el norte y establecer su cuartel general entre Vitoria y Miranda de Ebro, desde donde también dominaba La Rioja. De hecho, hay constancia de que al menos estuvo en Calahorra, Logroño y Haro. Sin embargo, la aventura real no fue tranquila: las tropas españolas y la molesta guerrilla le acuciaban de manera constante. El hartazgo de José Bonaparte comenzó mucho antes de lo que él mismo esperaba.
«Muy hermano mío: Gran viaje me habéis hecho hacer a España. No es posible sino que vos estuvierais loco cuando me enviasteis acá, o yo borracho cuando vine. No extrañéis mi lenguaje, pues juro a tal que no estoy para otro, según es la rabia que me da lo que esta gentecilla está haciendo conmigo. 'Nada temáis', me dijisteis en Bayona: conozco a fondo el carácter de los españoles: dejaos ver en su capital (...) y prometeos las más felices consecuencias».
Con estas amargas palabras arranca la carta que José I escribió a Napoleón, fechada en Logroño el 1 de octubre de 1808. El monarca impuesto por París –que hasta entonces disfrutaba una idílica vida como rey de Nápoles–, se hartó del cargo y presentó su dimisión en una carta que fue interceptada por un espía encargado de revolver la basura enemiga.
La carta del rey galo incluía términos durísimos: «Esta gente (los españoles), hermano mío, es áspera dura, carrasqueña, y nada agradecida a los extranjeros que le vienen ofreciendo felicidades, regeneraciones y códigos. No es creíble la poca hospitalidad y mala crianza con que me ha tratado». Y finalizaba así: «Dejaré mil veces que antes que volver a esta tierra de maldición, me lleve Satanás al rincón más hondo de los infiernos por una eternidad de eternidades». La renuncia, sin embargo, quedó en papel mojado cuando Napoleón cruzó los Pirineos, en diciembre, al mando de la Grande Armée, con 250.000 militares de élite.
Las últimas biografías, tanto en Francia como en España, presentan a José Bonaparte como político avanzado y jurista de gran prestigio, con fuertes convicciones republicanas. Físicamente más agraciado que Napoleón, cuando llegó a San Sebastián las masas murmuraban: «¡Es un guapo mozo! ¡Hará un hermoso ahorcado!». Sonados fueron sus amoríos con bellas mujeres como Teresa Montalvo, la soprano italiana Fineschi o la esposa del embajador de Dinamarca. La extensa lista creó tal leyenda que, años más tarde, aún perduraba su fama de incansable perseguidor de faldas.
José Bonaparte visitó Calahorra a finales de agosto de 1808, donde tenía concertada su visita a la catedral de la diócesis, con el fin de dirigir al pueblo un importante mensaje. Sabedor de la relevancia que para los españoles guardaba la iglesia y la importancia que por aquel entonces atesoraba el obispado calagurritano (Calahorra y La Calzada), eligió dicho templo para pronunciar el discurso. Los planes se torcieron por la cercanía del ejército español, por lo que José I se trasladó a Logroño, donde, de forma precipitada, presentó las líneas generales de su mandato en la colegiata de La Redonda a finales de agosto. Días antes, la guerrilla había saqueado las vituallas francesas, por lo que ordenó requisar alimentos y vino en abundancia, este último en Calahorra. Así es como se ganó el mote de 'Pepe Botellas'. Sin embargo, apenas bebía, solo consumía Borgoña con moderación y regado con agua.
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