Hechizado por el artista Serranito, Yoichiro Yamada viajó desde su país a España, pero acabó sin hogar y murió en un banco de Madrid sin atrapar su sueño: ganarse la vida como guitarrista. Un libro revive su triste peripecia
Jorge Alacid
Sábado, 8 de julio 2023, 17:54
Una historia de amor, un hombre de honor y un viaje al límite de la enajenación. Tres evocadores sintagmas al servicio de un relato que contiene lo que tantas veces pedimos a la literatura y al periodismo. Que suene increíble. Un atributo que eleva esta ... clase de historias a un estatus superior, porque apela a este territorio donde lo inesperado puede ocurrir y desde luego ocurre. Es la triste vida, pero también memorable, de Yoichiro Yamada, protagonista del libro 'El tigre y la guitarra', un título que haría feliz a Borges. De Japón a España, de la civilización samurái a la cultura flamenca, hasta acabar sus días en un banco de una plaza de Madrid, donde se descubrió su cadáver. Llevaba entre nosotros 21 años.
Una asombrosa peripecia con final infeliz que golpeó a la vez dos corazones. Detonó una cuerda dormida en el alma de su autor, el periodista David López Canales, y activó después el interés de su editor, Julián Lacalle: «Me lo contó David por correo. No nos conocíamos, pero la historia me fascinó y decidí publicarla. Yo creo que es una bomba». Y David refuerza esa impresión emocional compartida, esa corazonada: «La historia me encontró a mí, pero luego tuve que ir a buscarla. Tropecé con ella porque estaba escribiendo un libro sobre la conquista de Japón por el flamenco. Cuando me la contaron por primera vez, me pareció una gran historia, pero iba a dejarla pasar. No me encajaba, pero luego reaccioné. No podía dejarla pasar. Ya me había sacudido. Lo tenía todo».
'El tigre y la guitarra' es la historia real de Yoichiro Yamada, un japonés que vino a España para ser guitarrista flamenco y jamás regresó a su país. Terminó abducido por dos mundos idílicos y en principio opuestos: el del flamenco que tanto amó y (de modo más bien latente) el mundo de los samuráis, la antigua civilización nipona de la que descendía. En su deriva no supo atinar con la salida a su propio laberinto. «¡Vuelve a casa!», le pedían sus amigos y su familia. Pero se negaba: no podía regresar porque no se había convertido en el guitarrista que soñó. Emprender el camino de vuelta iba, alegaba Yamada, contra su honor y el de su familia: en efecto, ahí aparece en su vida el segundo factor decisivo. Un sentido tal vez arcaico del honor.
David López aclara, precisamente, que su interés por la vida de Yamada nace a partir de una reflexión en torno al tema de fondo de su libro, esa idea del honor. Muy vinculada a otra, la idea de obsesión. Es decir, «lo que nuestra cabeza es capaz de generar por una buena obsesión desbocada». Alude a la indescifrable pasión de Yamada por la guitarra, «que se le va de las manos hasta convertirse en esa obsesión que le costará la vida». Como en un juego de espejos que también recuerda al universo borgiano, López añade otra perspectiva para explicar el germen de su criatura, recién publicada: «Estaba también mi propia obsesión por su obsesión, por saber quién era Yamada y qué le había pasado, cómo habían sido su vida y su muerte. Por necesitar una explicación. Aunque no siempre, por mucho que nos empeñemos, las cosas tienen explicación. La obsesión por reconstruir su historia para contarla y contagiar mi obsesión por su obsesión al hacerlo». Y bromea con este juego de palabras: «Todo muy equilibrado, como se puede ver».
La explicación a esa propensión por reconstruir (o por deconstruir, quién sabe) los avatares de su personaje nace de la curiosidad inicial que habita en su biografía. Lo habitual en esa fiebre de los japoneses por el flamenco es que su apetito se sacie mediante la exportación de artistas españoles hasta Extremo Oriente. El viaje opuesto, el que protagonizó Yamada, resulta más extraño, como acepta López, pero no es inusual: «Ese puente aéreo tiene dos direcciones. A Japón se iban los flamencos españoles desde los años sesenta a ganarse la vida. Como Chiquito hizo en los ochenta. En Japón se ganaba mucha pasta, muchísima más que en España, y se iban allí por temporadas de hasta un año, cuando no sabían ni dónde carajo estaba Japón, para volverse con el taco de billetes en el bolsillo. Pero también estaba el viaje a la inversa, de los japoneses que empezaron a venir a España en los años sesenta. Venían a cumplir su destino más insólito: hacerse flamencos. Y también algo muy imprevisto: en España, de alguna manera, dejaban de ser japoneses y eso complicaba el viaje de regreso. Es, en cierto modo, ese 'long way back home' del que hablan los americanos».
Cultura samurái
«Yamada pensaba que si vendía sus guitarras, le devoraría un tigre», dice David López, autor del libro
Un viaje además cruel, porque Yamada sólo vino con billete de ida. «Se le complicó tanto la vida en España que el regreso ni siquiera fue una opción», aclara su biógrafo. De nuevo reaparece el arraigado concepto del honor que le condenó a una vida indeseada: vivió durante años en la calle y terminó muerto en la Plaza de Oriente de Madrid, abandonado en un banco de su rincón favorito de la ciudad. Un triste final que no estaba sin embargo escrito, porque poseía una valiosa colección de guitarras que se negó a vender incluso cuando no tenía ni para comer. «Creía que si lo hacía, la guitarra que vendiera se convertiría en un tigre y lo devoraría»: la frase de David López, pronunciada con una escalofriante naturalidad, apunta hacia ese enfermizo universo interior que acabó colonizando la vida de Yamada, a quien no podemos comprender desatendiendo los preceptos del código samurái.
«El camino del samurái reside en la muerte es una de las frases más célebres de los códigos de honor», observa López. «En los samuráis, en su forma de entender el honor, en su concepto de la vergüenza respecto a los otros, que es algo de la cultura japonesa, está el argumento que esgrimió durante años Yamada para no volver». Un héroe trágico, como escapado de la dramaturgia grecolatina: el tipo de personaje que se abisma hacia el precipicio sin que ninguna otra voluntad pueda detener esa otra obsesión, su obsesión por despeñarse. Un camino de perdición que el autor relata de manera magistral, a través de páginas donde palpita otro personaje principal que se acaba fundiendo con las peripecias de Yamada: Madrid. Pero no cualquier imagen preconcebida o estereotipada de Madrid, sino una ciudad distinta. El Madrid de los callejones que circundan el Rastro, el Madrid gitano y mestizo de las guitarrerías, los tablaos o las academias donde late la cultura flamenca, depositada en la capital de España mediante la técnica del aluvión. La fecunda memoria que trajeron consigo los hijos de la inmigración andaluza, que cautiva a López como hechizó al protagonista de su libro.
Por los vericuetos de ese Madrid que retrata el autor se perdió Yamada, cuya resurrección es posible gracias al impacto que dejó entre quienes lo trataron. Guitarreros, flamencos y demás habitantes de esa fauna bizarra y cañí, un paisaje que incluye su furtiva escapada al barrio sevillano de Triana y que huele a pensiones baratas, jergones rotos y sueños desvencijados. Una historia cuya banda sonora firma sin saberlo Serranito, el artista a quien Yamada idolatró, causante a su pesar de esa patología que inflamó el corazón de su seguidor más incondicional. Una febril expedición desde Japón a España que bordea la frontera entre lucidez y cordura.
- Una curiosidad final. ¿Vendió Yamada su colección de guitarras? ¿O qué fue de ella?
- Jamás vendió una de sus guitarras. Cumplió hasta el final, hasta la muerte, con su palabra y sus creencias. Su familia en Japón cree que su alma vive hoy en ellas.
Un sexto sentido para entender la guitarra
Yoichiro Yamada tocaba muy bien la guitarra flamenca, según coinciden quienes lo conocieron. Su testimonio es coincidente en otro aspecto: le faltaba duende, pellizco. Dominaba el instrumento, pero sacaba de él unas notas apagadas, sin energía: esa era también su personalidad y así se conducía sobre el tablao, luego de un protocolo que incluía limarse las uñas de los dedos durante un cuarto de hora cada una. Sus conocimientos eran apabullantes: las páginas de 'El tigre y la guitarra' hablan de una profunda sabiduría para entender las tripas del instrumento, detectar una cuerda mal afinada o ensamblar el mástil cuantas veces hiciera falta para que sonara como tenía que sonar: al estilo de Serranito, su héroe. El único artista cuya autoridad respetaba.
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