Con once años, escuchó el riff de guitarra de 'Money' de Pink Floyd y su mundo se llenó de color. «Ahí fue cuando supe que quería ser músico», comenta Igor Paskual. El guitarrista y compositor, hombre de confianza de Loquillo, transmite su pasión por la ... música con cada palabra y, durante la conversación, florecen anécdotas sobre ABBA y The Dave Brubeck Quartet, entre otros. Su rutina cabalga en la montaña rusa de las giras, entre largos viajes y noches interminables junto a su banda de rock and roll. Pero sus pies pisan tierra firme, la del «paraíso» que es Asturias, donde disfruta «del sabor y del color gris del que hablaba Chillida».
6.00 horas. Me metí en el rock para no madrugar y he acabado despertándome antes que la mayoría de mis amigos que tienen trabajos más comunes. Nada más levantarme no puedo comer nada, pero luego no paro. Vivo en Asturias y en el norte eso es demasiada suerte. Podría estar comiendo eternamente. Si David Bowie hubiera vivido aquí, le hubiera sido imposible mantener el tipazo. Vivo en un paraíso que me da el sabor y el color gris del que hablaba Chillida, pero estando de gira me como muchos viajes. Y con 45 años, esos viajes se empiezan a notar.
11.00 horas. La gira con el Loco es bastante difícil de organizar porque somos muchos y cada uno de un sitio distinto: el batería vive en un pueblito de Teruel, nuestro equipo técnico es de Zaragoza, el teclista de Toledo... Con la pandemia el Loco ha hecho algo muy importante que es ganar menos dinero, pero respetar prácticamente intacto a todo el equipo técnico. El equipo es la familia y él ha predicado con el ejemplo, con mucho esfuerzo por su parte y también por respeto al público. No vamos a salir en acústico a hacer una charanga como hace mucha gente.
14.00 horas. Intentamos comer siempre en el lugar en el que tocamos. Eso nos permite tener tiempo de ir al hotel y concentrarnos. Cuando te vas de gira, la gente cree que te vas de fiesta, pero antes del concierto soy como un leopardo que reserva fuerzas para la carrera. En el escenario hay algo intangible, que no controlas y que hace que la noche sea mágica. Con el tiempo, los músicos desarrollamos truquitos para reservar energía, para conseguir un estado mental que haga que cuando salgas tengas el máximo porcentaje de magia. Cuando era más joven me daba igual porque tenía mucha más energía, pero ahora me gusta comer en la habitación del hotel, en silencio. Así ya tengo la cabeza puesta en el concierto. Siempre recuerdo cuando era pequeño e iba a un bolo. Yo lo que quería era que me reventaran la cabeza y que me cambiaran la vida. Una vez muerto Dios, los conciertos son una de las grandes liturgias que nos quedan. Son un momento para sentirnos unidos, con un ritual muy característico, el de los bises. Esa vibración es difícil de replicar.
18.30 horas. La prueba de sonido se suele amoldar a la temperatura que haga. Ahora, en verano, el calor no es bueno para los instrumentos y tampoco para nosotros por lo que se hace más tarde. Después volvemos al camerino o al hotel. Me doy una ducha y empiezo el ritual de vestirme de cara al concierto, que para mí es muy importante. Suelo elegir la ropa antes de la gira y es algo a lo que le dedico mucho tiempo. Para mí es como vestirme de superhéroe. Como los músicos negros de la Motown, es una forma de señalar que es algo especial y también una muestra de respeto al público.
00.30 horas. Después del concierto lo que más adoro es estar con la banda en el camerino. Me encanta hablar con ellos, ya sea una hora o cinco. Es uno de los momentos más bonitos, cuando todavía estás metido en esa mole de sonido, en esa burbuja. Es algo indescriptible, como cuando coges una ola, un momento sagrado y, si algo bueno tiene la pandemia, es que la gente no puede entrar al camerino a saludar. Sé que suena fatal, pero parece que hay una obligación por nuestra parte de saludar y recibir a amigos y fans. Para mí el camerino es un santuario y quiero intimidad para abrazar a un compañero de la banda, echarle la bronca o lo que sea. Además, al bajar del escenario estoy destrozado física y mentalmente porque el Loco tira mucho y te exige mucha intensidad. Canciones como 'El ritmo del garaje' no puedes tocarlas a medio gas. Si quieres que un tema con tres acordes te reviente el corazón, tienes que tocar cada acorde como si fuera lo más importante que estás haciendo en ese momento. Si no, no es una banda de rock. Por eso después, si nos ves en el camerino, parece que venimos de la guerra.
3.00 horas. Con toda esa adrenalina, tardo mucho en dormirme. Llego al hotel y como mínimo pasan dos horas hasta que baja toda esa energía. De gira se duerme realmente poco y no porque hagamos fiestas.
9.00 horas. Mis hijos me ponen los pies en la tierra. Tengo tres y la vida diaria de colegio, matrículas, reuniones de padres... me ayuda a aterrizar. Cuando estás en la carretera entras en una burbuja donde creas cosas muy chulas, pero antes cuando hacíamos 70 u 80 conciertos al año llevaba muy mal el contraste con la vida diaria. De estar hablando de música, de discos y de arreglos, pasas a enfrentarte al día a día y es complicado. Pero con la madurez lo llevo mejor y veo que todo tiene su momento. Cuando estás en el rock te olvidas de que hay otro mundo y te vuelves realmente estúpido. La vida diaria te pone en tu sitio y a mí me ayuda a ser mejor músico.
18.00 horas. Con la pandemia he redescubierto la afición de tocar la guitarra por placer. Cuando te profesionalizas, te obsesionas con ser productivo. Hubo una temporada en la que me di cuenta de que cogía la guitarra con el objetivo de componer, de practicar un solo..., pero no por placer. De adolescente cogía la guitarra sin un objetivo concreto, solo para disfrutar de una ronda de acordes o lo que fuera y eso lo he recuperado. Además, soy muy nervioso y la guitarra me relaja.
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