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El rock ha sido para Loquillo la senda del «odio y la furia». La poesía, en cambio, le resulta «combativa». Sobre ella este artista ha transitado una carretera sinuosa donde en ocasiones él se sintió el Cadillac solitario. En 1994 sufrió. «Fueron años malos», reconoce. Una parte del público y de la industria no entendió que aquel motor de explosión que alumbró el brutal directo 'A por ellos... que son pocos y cobardes' empezase a cantarle a Pablo Neruda, Bernando Atxaga, Cesare Pavese o Antonio Gamoneda. Treinta años después, y con los 63 cumplidos, Loquillo se ha impuesto a los estereotipos. Presenta 'Transgresiones. Antología poética 1994-2024' (Warner), un libro y doble disco donde el artista compendia su forma de musicar a los poetas y revela cómo el rocker puede cohabitar con ese otro personaje, apostador de las vanguardias, más íntimo y literario.
'Transgresiones' es una obra de lujo, ya en preventa, que se editará el 19 de abril. Loquillo inicia la gira el 2 y 3 de mayo en el madrileño Circo Price, y el día 17 de ese mismo mes en el Liceo barcelonés. Huelva, Cádiz, Sanxenxo, Alicante, Gran Canaria, Roquetas de Mar y Granada son otras fechas de este tour mientras la promotora, Last Tour, cierra nuevos conciertos.
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Miguel Pérez
– ¿Por qué esta vuelta a la poesía después de un tiempo ya apreciable?
– Han pasado trece años desde 'Su nombre era el de todas las mujeres', eso son dos generaciones. En aquella ocasión no sabía dónde ese álbum me iba a llevar y, curiosamente, dio lugar a una ascensión de la banda cuando volvimos al circuito del rock. Llenamos Las Ventas y luego metí a 18.000 personas en el WiZink Center. La poesía me sirve para resituarme. Siempre vuelvo a ella en momentos de crisis. Por ejemplo, en 2011 el PP subió el IVA al 21% y nos fundió. Durante la pandemia el ministro socialista Rodríguez Uribes dejó también a la cultura en la estacada y salimos a hacer una gira en pequeños aforos. Ahora éste es un regreso con muchas ganas porque me siento quemado del personaje rockero. Es una especie de 'break'.
– ¿Quemado?
– Sí, porque han sido dos años y medio de gira continua. Unas 140 galas en dos años y medio. Si lo comparas con los partidos que juegan los profesionales de la NBA en ese tiempo, el agotamiento es evidente. Y, en medio, me rompí el peroné. La recuperación fue un tour de force. Mi equipo médico habitual estuvo cuidándome muchísimo y conseguí curarme en mes y medio. Pero acabé sobrepasado de partidos y mis médicos me dijeron: para.
– El gran problema del escenario, la inercia.
– Yo sabía lo que pasaba, pero seguían saliendo bolos. Hasta que al final me di cuenta de que no iba a dar el cien por cien y paré, porque al público nunca hay que defraudarle.
– ¿Qué sucedió en 1994 para lanzarse repentinamente a publicar el primer disco de poetas, 'La vida por delante', con el músico y compositor Gabriel Sopeña?
– Gabriel y yo coincidimos en que queríamos recuperar la tradición de musicar poesía contemporánea en nuestro lenguaje musical, algo que, por otra parte, muchos cantautores entendieron como una agresión a su forma de trabajo.
– Pero da la impresión de que en ese giro drástico pudo influir algo más existencial.
– Bueno, después de la gira de 'Mientras respiremos' en 1993, acabé harto de excesos, del 'perterpanismo' rocanrolero. Nacido en Barcelona, aproveché las influencias de la Nova Canço, los 'chansonnier' franceses, Jacques Brel, Yves Montand y Ovidi Montllor y, simplemente, dejé salir esas esencias y cambié de personaje. Por eso me fui a la poesía. La estética 'looser' nunca me ha interesado.
– Muchos se preguntaron si aquél era su Loquillo, el del salvaje directo 'A por ellos...' de 1988.
– En algunos conciertos nos gritaban 'maricones' y luego 'rojos' y, más adelante, con el disco sobre la obra de Luis Alberto de Cuenca, 'fachas'. Eso es que todo va bien. Pero, por otra parte, he podido comprobar que cada vez que he hecho algo con la poesía, ha sido más provocativo que con el rock and roll. Eso ya quiere decir algo, ¿no? Es importante que la poesía tenga esa audacia. O que, como artista, te conduzca a la audacia.
– Ahora habrá que gritarle: ¡'Fluido'!
– (risas) Yo creo que muchos no entendieron y siguen sin entender. Fueron malos años. Incluso, me echaron de EMI por querer hacer un segundo álbum de poesía, 'Con elegacia', después del primero, que llegó a ser disco de oro. Incluía un tema inédito de Jacques Brel que su viuda nos cedió tras hablar con Gabriel. Eso, que hubiera sido un auténtico hito en cualquier país que se enorgullece de su cultura, aquí enfadó a unos cuantos. En cualquier caso, estoy satisfecho porque me he dado cuenta de que cuando me meto en el personaje de rocker soy más yo mismo y, sin embargo, el teatro me otorga el poder de inventar, de ser actor y más vanguardista.
– Musicar un poemario siempre es arriesgado. Hay toda una lista de versiones que sonrojan. ¿Pesa ese temor en un proyecto como éste?
– Lou Reed decía que el rock and roll es una mixtura de poesía, cine, teatro, danza y nuevas artes. Ahí nos dejó un poco alelados a los jóvenes que pensábamos entonces en Marlon Brando, James Dean y las chupas de cuero. Y Bowie nos enseñó que había que ir un paso más allá. Este proyecto es un reto y una indagación. A mí la poesía me permite unas libertades que con el personaje de rock and roll no tengo.
– Por lo tanto, ¿el rock representa la furia mientras la poesía es exploración y rebeldía?
– La poesía es combativa. Y a mí me ayuda a hablar con libertad. Siempre hay un verso que se ajusta.
– ¿Recomienda escuchar esta antología entre líneas?
– Sí, de hecho me ilusiona que convivan una gran cantidad de autores diferentes; sociales, hedonistas, comprometidos, espectadores, jóvenes como Carlos Zanón, que de manera muy clara define el porte de nuestra generación.
– ¿Este álbum y la gira son la recompensa a los años de predicar en el desierto, cuando, como le dijo la compañía que le echó, «la poesía no vende»?
– Yo miro hacia atrás y me digo que hemos hecho un trabajo muy bueno y si sirve para que una generación nueva de chavales descubra la poesía y la lleve a nuevos terrenos musicales ahora no concebidos, ya habrá valido la pena. Los cantautores, aunque muchos no lo piensen, nos ayudaron a toda una generación a descubrir a los poetas. Quizá su música no era la nuestra, pero nos llegó la actitud. No podemos dejar que la poesía, que es el ecologismo de la literatura, se quede transformada en un reducto.
– La gira se circunscribe a los teatros. ¿Es el lugar que le corresponde a la poesía?
– Yo trato de recuperar el teatro como lugar. Me parece muy necio ir a un teatro a hacer el mismo repertorio que en una sala de conciertos con dos guitarras y un violín. A un teatro hay que ir con enfoques distintos como hacen Albert Pla, Robe o Ismael Serrano. Es un lugar que no se puede despreciar. Cuando caminas por el escenario del Palau de la Música y sientes el crack de la madera, eres consciente de que es el sonido de la historia.
– El disco incluye referencias a 'Mujeres en pie de guerra'.
– Es el proyecto del que me siento más orgulloso por muchas razones. Hace veinte años fue un 'crack' porque hablaba de la memoria histórica y de las mujeres antifascistas que luchaban por las libertades en España. Sin embargo, funcionó como pudo. En aquel momento no estaba en el clan. La cultura y la música española son cuestión de clanes y cuando tú tienes tu propio discurso automáticamente te conviertes en un grano en el culo. También me sigo preguntando por qué nunca ha sido emitido en ETB siendo de una directora vasca llamada Susana Koska.
– ¿Todavía ve la censura en la cultura?
– Lo que sucede es que una cosa es funcionar como un disidente y otra que te digan: «Tú, no». «¿Qué haces cantando poesía contemporánea si eso no es de un rocker?». «¿Qué haces hablando de mujeres y memoria histórica?». «Si eres un rocker, eres un misógino y un marichulo». Yo no voy a dejar de leer a Borges porque era conservador o a Neruda porque era comunista. Soy hombre de letras. Me asombro cuando veo la censura en algunas áreas de la cultura del siglo XXI.
– El nuevo álbum incluye temas de 'Europa', el poemario de Julio Martínez Mesanza, al que dedicará un disco a finales de este año.
– Sí. Mis dos primeros álbumes de poesía fueron una mezcla de distintos autores. Luego vinieron 'Mujeres en pie de guerra', con una temática muy clara; 'Su nombre era el de todas las mujeres', que repasaba la obra de un único autor, Luis Alberto de Cuenca; y ahora 'Europa', donde nos ceñimos a musicar un solo poemario, una poesía épica, diría yo.
– ¿Y qué espera de esta vuelta?
– Estoy terriblemente excitado por el regreso. ¿Ahora, qué va a pasar? Soy más adulto, más maduro y cuento con una trayectoria detrás. En realidad, estoy vendiendo la segunda parte de mi vida artística. Llevo 47 años en la música y es un tiempo para reivindicar un trabajo que se hizo con un par hace treinta años. Ni el Ministerio de Cultura ni el Instituto Cervantes han hecho nada por la causa. Es hora de colocarlo en su lugar. También es muy importante que una empresa vasca como Last Tour haya confiado en este proyecto porque a veces te sientes muy solo y platicando en el desierto.
– En esta gira le acompaña la misma banda que cuando toca rock. ¿Ha costado mucho adaptarse o será más de lo ya conocido?
– Ahí está lo bueno. Ese es el reto. Ha habido que adaptarse y superarse para conseguir un contexto y un sonido diferentes a todo, al rock y a un concierto clásico de poesía. Me siento muy cómodo con mi banda. Por otro lado, Gabriel está realizando su propia gira de 40 aniversario. Hace poco tuvo un problema de salud del que deseo que se recupere muy pronto porque es un músico brillante.
– Los dos realizaron una 'gira de resistencia' durante el covid.
– Venía de llenar el WiZink Center con 18.000 personas, mi tercer WiZink, y el primer concierto de esa gira, 'La vida es de los que arriesga', tuvo lugar en Aranda de Duero, a las seis de la tarde, en la zona de recreo infantil de un colegio con 127 personas... y una cigüeña. ¿Cómo lo ves?Algún artista diría que eso es un ejercicio de humildad. Pero, para mí, lo fue de orgullo. Creo que los hombres lloran, pero no lloriquean, trabajan y mejoran. Supuso un tour de force, un ejercicio de «vamos a salir de esta situación». Conviene recordarlo porque el covid fue una gran tragedia que no debemos olvidar.
Jaume de Laiguana (Barcelona, 1966) es fotógrafo, realizador, director de arte y diseñador gráfico. Un amante de la estética en cuyos trabajos se funde la belleza con la denuncia social, la provocación y el inconformismo. Ha recibido numerosos premios por su trabajo, el reconocimiento del mundo de la publicidad y el de sus propios compañeros, que le han concedido repetidamente el mayor galardón español de la fotografía profesional. También ha sido candidato a los Grammy.
Su relación con el arte y los artistas es profunda. Su galería de retratos está llena de nombres como Bruce Willis, Antonio Banderas, Kate Winslet. Ariel Rot, Rosario Flores, Shakira, Martina Klein...Y, evidentemente, Loquillo, que ha confiado en él todo el potencial y las aristas de su personaje. O personajes. Las fotografías que acompañan esta entrevista son suyas. En blanco y negro. El noir que se ajusta como un guante a Loquillo. No son imágenes cualquiera. Narran una historia y describen a un personaje.
A los dos artistas les unen numerosas cosas, la amistad, muchos kilómetros encima, largas horas de sesiones, una cultura bien y profundamente vivida y unas cuantas ideas comunes como «me importa ser honesto conmigo mismo» o «solo quiero seguir disfrutando de mi trabajo». Basta una mirada a esas imágenes pluscuamperfectas, cinemáticas y cinematográficas de Laiguana que ilustran este reportaje. Y basta también una mirada a todos esos retratos y videoclips realizados desde hace años para conocer la evolución del Loco adulto y multiversal, las reminiscencias a Sinatra, Paul Newman, el 'hombre tranquilo' de John Ford, Belmondo, al 'chanssonier' francés y al rocker catalán que camina a la orilla del Mediterráneo. El poder del 'último clásico'.
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